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CANCION A LA BELLA DISTANTE
No era mi poesía. Mis poemas no eran.
Eras tú solamente, perfecta como un surco abierto por palomas.
Eras tú solamente como un hoyo de lirios
o como una manzana que se abriera el corpiño.
Eras tú, ¡oh distante presencia del olvido!
Clara como la boca del cristal en el agua,
tierna como las nubes que atraviesan el trigo por los lados de mayo.
Dulce como los ojos dorados de la abeja;
nerviosa como el viaje primero de la alondra.
Eras tú y tenías delgadas de esperanza
las manos que me huyeron.
En tu sien, extraviadas, bullían las sortijas.
En tus perfectos ojos abril amanecía.
Estoy tan impregnado de tu voz siempreviva
que hasta esta inmensa noche parece que sonríe
y percibo el borde líquido de tu alma.
Andabas como andan en el árbol los astros.
Rezabas en silencio como una margarita.
¡Oh quién te viera abriendo esos libros que amabas
con el alma inclinada a la luz de las fábulas!
Qué viñeta de rosas tenían tus mejillas
cuando abrías los labios de amor de las palabras.
Y qué resplandeciente ciudad de serafines
descubrías, de pronto, en el cielo de estío.
Quiero besarte íntegra como luna en el agua.
Mañana en los delgados calendarios de ausencia
te encontraré buscando una pedrezuela tierna
para marcar una hora lejana que aún espero.
Recuerdo aquella tarde cuando quise besarte.
Tenían los cristales un fondo de mimosas
y la antigua ventana mecía los jardines.
Las llamas de los árboles se tornaban oscuras
y un ángel de eucalipto se apoyaba en el muro.
Escuchamos de pronto la carreta profunda
que atraviesa los prados con su carga de junio.
¡Pienso en aquella tarde y me encuentro más solo!
Las casas recogían la luz del occidente,
los caminos bajaban como arroyos en llamas,
la brisa estaba fija en el borde del álamo.
Pienso en aquella tarde y no sé por qué lloro.
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TAREA
POÉTICA
Dura como la vida la tarea poética,
y la vida desesperadamente
inclinada, para poder oír
en el gran cántaro vegetativo
una partícula de mármol, por lo menos,
cantando sola como si brillara
y pinchándose en el cielo más oscuro.
Atravesábamos calles repletas de sal
hasta los aleros, y la barba
se nos caía como si sólo hubiera estado
escrita a lápiz.
Pero la Poesía, como una bellota aún cálida,
respiraba dentro de la caja de un arpa.
Sin embargo, en ciertos días de miseria,
un arco de violín era capaz de matar a una cabra
sobre el reborde mismo de un planeta o una torre.
Todo era cruel,
y la Poesía, el dolor más antiguo,
el que buscaba dioses en las piedras.
Otro fue
aquel terrible sol vasomotor
por entre las costillas de San Sebastián.
Nadie podrá mirarte como entonces
sin recibir
un flechazo en los ojos.
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BOLETÍN Y ELEGÍA DE LAS MITAS
Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcos, Bernabé Ladña,
Nací y agonicé en Chorlaví, Chamanal y Tanlagua,
Si, mucho agonicé
Sudor de sangre tuve en mis venas
Añadí así más dolor y blancura a la cruz que trajeron mis verdugos.
Nací y agonicé en Chorlaví, Chamanal y Tanlagua,
Si, mucho agonicé
Sudor de sangre tuve en mis venas
Añadí así más dolor y blancura a la cruz que trajeron mis verdugos.
A mi tam. A José Vacacela tam.
A Lucas Chaca tam.
En medio de plaza de Guápulo y en rueda de otros naturales
nos trasquilaron hasta el frío la cabeza.
Oh, Pachacámac, Señor del infinito
nunca sentimos más helada tu sonrisa,
y al páramo subimos desnudos de cabeza,
a coronarnos, llorando con tu sol.
A Lucas Chaca tam.
En medio de plaza de Guápulo y en rueda de otros naturales
nos trasquilaron hasta el frío la cabeza.
Oh, Pachacámac, Señor del infinito
nunca sentimos más helada tu sonrisa,
y al páramo subimos desnudos de cabeza,
a coronarnos, llorando con tu sol.
Y a Melchor Pumaluisa, hijo de Guápulo,
en medio de patio de hacienda, con cuchillo de abrir chanchos,
cortáronle testes.
Obligándole a caminar a patadas
delante de nuestros ojos llenos de lágrimas.
A cada golpe, echaba chorros de sangre,
hasta que cayó muerto y la flor de su cuerpo.
en medio de patio de hacienda, con cuchillo de abrir chanchos,
cortáronle testes.
Obligándole a caminar a patadas
delante de nuestros ojos llenos de lágrimas.
A cada golpe, echaba chorros de sangre,
hasta que cayó muerto y la flor de su cuerpo.
Y vuestro teniente de justicia mayor
José de Uribe: "Te ordeno".
Y yo con otros mitayos le llevábamos a todo pedir
para sus paseos, en hamaca, de casa en casa.
Mientras tanto mujeres con hijas mitayas,
a barrer, a carmenar, a hilar, a tejer,
a lamer platos de barro - nuestra hechura,-
Y a acostarse con viracochas,
nuestras flores de dos muslos,
para traer al mestizo, verdugo venidero.
José de Uribe: "Te ordeno".
Y yo con otros mitayos le llevábamos a todo pedir
para sus paseos, en hamaca, de casa en casa.
Mientras tanto mujeres con hijas mitayas,
a barrer, a carmenar, a hilar, a tejer,
a lamer platos de barro - nuestra hechura,-
Y a acostarse con viracochas,
nuestras flores de dos muslos,
para traer al mestizo, verdugo venidero.
Ya sin paga, sin maíz, sin runa-mora,
ya sin hambre de tanto no comer;
sólo calavera, llorando granizo viejo por mejillas,
llegué trayendo frutos de la yunga.
Cuatro semanas de ayuno.
Encontré a mi mujer partida en dos por Alférez Quintanilla,
Mujer, convivienta de éste, mató dos hijos míos a latigazos.
ya sin hambre de tanto no comer;
sólo calavera, llorando granizo viejo por mejillas,
llegué trayendo frutos de la yunga.
Cuatro semanas de ayuno.
Encontré a mi mujer partida en dos por Alférez Quintanilla,
Mujer, convivienta de éste, mató dos hijos míos a latigazos.
Pachacámac, Pachacámac
y yo, a la vida
así morí.
Y de tanto dolor, siete cielos
por setenta soles, Pachacámac,
mujer pariendo mi hijo, le torcí los brazos.
Ella, dulce ya de tanto aborto, dijo:
"Quiebra maqui de guagua;
quiebra pescuezo de guagua;
no quiero que sirva
que sirva de mitayo a viracochas".
Quebré.
y yo, a la vida
así morí.
Y de tanto dolor, siete cielos
por setenta soles, Pachacámac,
mujer pariendo mi hijo, le torcí los brazos.
Ella, dulce ya de tanto aborto, dijo:
"Quiebra maqui de guagua;
quiebra pescuezo de guagua;
no quiero que sirva
que sirva de mitayo a viracochas".
Quebré.
Y entre Curas, tam, unos pareciendo, buitres, diablos, había.
Iguales. Peores que los de dos piernas.
otros decían: "Hijo, amor a Cristo".
unos decían: "Contribución, mitayo, a trabajar en mi hacienda,
a tejer dentro de iglesia,
cera para monumento,
aceite para lámpara,
huevos de ceniza,
doctrina y ciegos doctrineros.
Iguales. Peores que los de dos piernas.
otros decían: "Hijo, amor a Cristo".
unos decían: "Contribución, mitayo, a trabajar en mi hacienda,
a tejer dentro de iglesia,
cera para monumento,
aceite para lámpara,
huevos de ceniza,
doctrina y ciegos doctrineros.
Vihuela, india a la cocina, hija a la cama.
Así dijeron. Obedecí.
Y después: Ron, Manuel, Salva, Antonio, Miguel,
leña, carbón, huevos, pescado, piedras, ceniza,
mujeres, hija, runa-llama
runa-llama que en tres meses
comiste más dos mil corazones de hijas.
Y a mujer que tam comistes
cerca de oreja de marido y de hijo,
noche a noche.
Así dijeron. Obedecí.
Y después: Ron, Manuel, Salva, Antonio, Miguel,
leña, carbón, huevos, pescado, piedras, ceniza,
mujeres, hija, runa-llama
runa-llama que en tres meses
comiste más dos mil corazones de hijas.
Y a mujer que tam comistes
cerca de oreja de marido y de hijo,
noche a noche.
Brazos llevaron al mal.
Ojos al llanto.
Hombros al soplo de tus fuetes,
Mejillas a lo duro de tus botas.
Hombros al soplo de tus fuetes,
Mejillas a lo duro de tus botas.
En obraje de telas tam trabajé,
año cuarenta días,
yo, el desnudo, encerrado en oscuro calabozo,
de un claror hasta el otro claror.
Con puñado de maíz para mi pulso
que era más delgado que el hijo que tejía
trabajé, trabajé,
tejí, tejí,
Hice la tela con que vistieron cuerpos los señores,
que le dieron desnudez y blancura a mi esqueleto.
Y día viernes santo, amanecí acostado,
con vómito de sangre entre hilos y lanzaderas.
Así, entinté con mi alma, llena de costado,
la tela de los que me desnudaron.
Y a un Cristo, adrede, tam trujeron,
entre lanzas, banderas y caballos.
Y a su nombre, hiciéronme agradecer el hambre,
la sed, los azotes diarios y la desraza de mi raza.
Así avisa al mundo, amigo de mi angustia.
Di. Da diciendo. Dios te pague.
año cuarenta días,
yo, el desnudo, encerrado en oscuro calabozo,
de un claror hasta el otro claror.
Con puñado de maíz para mi pulso
que era más delgado que el hijo que tejía
trabajé, trabajé,
tejí, tejí,
Hice la tela con que vistieron cuerpos los señores,
que le dieron desnudez y blancura a mi esqueleto.
Y día viernes santo, amanecí acostado,
con vómito de sangre entre hilos y lanzaderas.
Así, entinté con mi alma, llena de costado,
la tela de los que me desnudaron.
Y a un Cristo, adrede, tam trujeron,
entre lanzas, banderas y caballos.
Y a su nombre, hiciéronme agradecer el hambre,
la sed, los azotes diarios y la desraza de mi raza.
Así avisa al mundo, amigo de mi angustia.
Di. Da diciendo. Dios te pague.
Y bajo ese mesmo Cristo,
negra nube de buitres de trapo tam vinieron. Tantos.
Hicieron cientos de casas.
Miles de hijos. Robos de altar. Pillerías de cama.
Dejáronme en una vera del camino,
sin sur, sin norte... ¡dejáronme!
negra nube de buitres de trapo tam vinieron. Tantos.
Hicieron cientos de casas.
Miles de hijos. Robos de altar. Pillerías de cama.
Dejáronme en una vera del camino,
sin sur, sin norte... ¡dejáronme!
Y luego en trapiches donde molían la cañas,
moliéronme las manos,
hermanos de tristeza bebieron mi sanguaza,
Miel y sangre.
¡Y me enseñaron el triste cielo del alcohol!
y la desesperanza.
Dios Tipac
moliéronme las manos,
hermanos de tristeza bebieron mi sanguaza,
Miel y sangre.
¡Y me enseñaron el triste cielo del alcohol!
y la desesperanza.
Dios Tipac
Pachacámac,
¡Pachacámac!¡Pachacámac!
Tú que no eres hembra ni varón.
Tú que eres todo y eres nada,
Como el venado herido por la sed
te busco y sólo a ti te adoro.
¡Pachacámac!
Si tan sólo supieras, amigo de mi angustia,
cómo pegaban sin razón
¡Pachacámac!¡Pachacámac!
Tú que no eres hembra ni varón.
Tú que eres todo y eres nada,
Como el venado herido por la sed
te busco y sólo a ti te adoro.
¡Pachacámac!
Si tan sólo supieras, amigo de mi angustia,
cómo pegaban sin razón
"Indio, capisayo al suelo, indio, calzoncillos al suelo,
indio bocabajo, cuenta los azotes"
1, 3, 5, 7, 25, 75.
Así aprendí a contar, con mi dolor y mis llagas, en tu castellano,
y luego levantándome sangrando
tenía que besar mano y látigo de verdugo.
"Dioselopagui, amito", decía de dolor y de tristeza.
indio bocabajo, cuenta los azotes"
1, 3, 5, 7, 25, 75.
Así aprendí a contar, con mi dolor y mis llagas, en tu castellano,
y luego levantándome sangrando
tenía que besar mano y látigo de verdugo.
"Dioselopagui, amito", decía de dolor y de tristeza.
En hacienda tam,
entre barredoras, hierbateras y cocineras
había una llamada Dulita.
Un día se le cayó una escudilla de barro,
Ay, se le cayó en mil pedazos.
Y el mestizo Juan Ruíz, tanto odio para nosotros
por retorcido de sangre
pateándole las nalgas le llevó hasta la cocina
Ella, ni un gemido, ni una lágrima
pero dijo una palabra tan suya y tan nuestra: ¡Carajú!
Y él, muy cobarde, puso una cáscara de huevo
en la llama hasta que estuvo roja y le pringó en los labios,
así, que se le abrieron como rosas.
Cinco días no comió,
yo la encontré muerta en la acequia de los excrementos.
entre barredoras, hierbateras y cocineras
había una llamada Dulita.
Un día se le cayó una escudilla de barro,
Ay, se le cayó en mil pedazos.
Y el mestizo Juan Ruíz, tanto odio para nosotros
por retorcido de sangre
pateándole las nalgas le llevó hasta la cocina
Ella, ni un gemido, ni una lágrima
pero dijo una palabra tan suya y tan nuestra: ¡Carajú!
Y él, muy cobarde, puso una cáscara de huevo
en la llama hasta que estuvo roja y le pringó en los labios,
así, que se le abrieron como rosas.
Cinco días no comió,
yo la encontré muerta en la acequia de los excrementos.
Y al Tomás Quitumbe, el hijo de Quito, que se fue huyendo
de terror, por esos montes,
le persiguieron; un alférez iba a la cabeza.
Y él, corre que corre, como venado herido
por esos montes de sigses, plata y pluma
hasta que cayó herido a los pies de tantos pedernales.
Cazáronle. Amarráronle el pelo a la cola de un potro alazán,
y arrastráronle hasta medio de patio de la hacienda de los Chillos.
Allí le rellenaron las heridas con ají y sal,
así todo piernas, así todo trasero:
"Amo viracocha, perdón, amo viracocha, perdón, amo viracocha, perdón".
Nadie le vio morir.
de terror, por esos montes,
le persiguieron; un alférez iba a la cabeza.
Y él, corre que corre, como venado herido
por esos montes de sigses, plata y pluma
hasta que cayó herido a los pies de tantos pedernales.
Cazáronle. Amarráronle el pelo a la cola de un potro alazán,
y arrastráronle hasta medio de patio de la hacienda de los Chillos.
Allí le rellenaron las heridas con ají y sal,
así todo piernas, así todo trasero:
"Amo viracocha, perdón, amo viracocha, perdón, amo viracocha, perdón".
Nadie le vio morir.
Pero un día volví. ¡Y ahora vuelvo!
Esta tierra es mía,
mía, mía para adentro, como mujer en la noche.
Mía, mía para arriba, más allá del gavilán.
Vuelvo, álzome!
Levántome del tercer siglo, de entre los muertos!
¡y de los muertos, vengo!
¡Yo soy Juan Atampam! ¡Yo, tam!
¡Yo soy Blas Llaguarcos! ¡Yo, tam!
Esta tierra es mía,
la tierra se mueve con todas sus caderas
sus vientres y sus mamas.
¡Yo soy el indio de América!
Vengo a reclamar mi heredad.
¡Pachacámac!
Aquí estoy, aquí estamos.
¡Aquí estoy!
Esta tierra es mía,
mía, mía para adentro, como mujer en la noche.
Mía, mía para arriba, más allá del gavilán.
Vuelvo, álzome!
Levántome del tercer siglo, de entre los muertos!
¡y de los muertos, vengo!
¡Yo soy Juan Atampam! ¡Yo, tam!
¡Yo soy Blas Llaguarcos! ¡Yo, tam!
Esta tierra es mía,
la tierra se mueve con todas sus caderas
sus vientres y sus mamas.
¡Yo soy el indio de América!
Vengo a reclamar mi heredad.
¡Pachacámac!
Aquí estoy, aquí estamos.
¡Aquí estoy!
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