tentación sangrienta
que en el marfilino
color de mi tez
tu mirada aloca:
bésala, tuya es.
Toma y aprisiona
mis labios, retenlos
mucho, mucho tiempo
dentro de tu boca
y quede en la mía
la huella imprecisa
de tu beso eterno.
Ahoga mi risa,
Sofoca mi aliento
Con tu dicha loca
Bésame en la boca.
Bésame en la frente:
mi frente es muy blanca…
muy blanca…
Tu beso ha de ser
como un roce de alas
para ese
diáfano
albor de
mi frente.
Con la
dulcedumbre
del despetalarse
de una
margarita;
con la
levedad
de la
mariposa
que besa a
una rosa;
con el
misticismo
del nardo
que muere
al pie del
Santísimo:
con esa
dulzura,
ese
misticismo
y esa
levedad:
piano…
quedamente…
bésame en
la frente.
Bésame en
los ojos
con tu
mejor beso:
un beso
desnudo
de malos
antojos.
Juntando tus
labios
ponlos en
mis ojos
como si
posaras
tu alma
sobre ellos;
como si
besaras
la imagen
bendita
de tu
madrecita…
Bésame en
los ojos
con tu
mejor beso:
mis ojos
son buenos,
mis ojos
son tristes,
mis ojos
ignoran la maldad del beso.
¿Qué saben
mis ojos
De tus
sueños rojos?...
Por eso:
con tu
mejor beso,
con piedad
y unción,
cual si te
llegaras
a la
Comunión;
pura,
santamente,
sin darme
sonrojos:
bésame en
los ojos.
Bésame en
los senos:
armiño escondido
tras la
caridad
leve del
vestido;
inquietante
dúo
de rosas
gemelas;
dormidas
palomas
en un
mismo nido;
de esencia
de vida
llenecitas
pomas.
Mis senos…
mis senos…
blancura
encendida
con yemas
de rosas,
Mis senos…
ondulantes,
plenos:
bésame en
los senos.
Bésame en
las manos:
mis manos
piadosas
y
caritativas;
mis manos
que ungieron
sangrientas
heridas;
manos que
ahondaron
muchísimas
vidas…
Sigilosamente,
mis manos
tentaron
esas vidas
simples,
diáfanas,
de arroyo,
y otras
pecadoras
de sucio
torrente.
Pon tu
boca ardiente,
pon, sobre
la albura
sabia de
mis manos,
y duérmela
en ella
para que
se tome
más buena
tu boca.
Si vieras:
cual curan
mis manos
la lepra
deforme,
las llagas
más vivas
de muchos
Hermanos:
y los
dejan limpios…
y los
vuelven sanos…
Bésame… sí…
bésame…
bésame las
manos.
Bésame los
pies
y no
pienses que es
un
capricho mío
bésame los
pies…
ellos no
han hollado
huertos
florecidos;
no les ha
lamido
cariciosa,
el agua;
sino que
se han ido
sangrientos,
dolidos,
por una
espinada
vía de
dolores.
¡Ay,
cuánto han sufrido
más
pequeños pies!...
Sendas
desoladas,
arenas
candentes,
crispadas
pendientes,
estepas
heladas
saben de
mis pies;
saben de
la sangre
que en
ellas hollaron
y de las
crueldades
que les
lastimaron.
¡Ay,
cuánto han sentido,
cuánto… ya
lo ves!:
Por eso,
arrodíllate,
bésame los
pies.
Maricorylé.
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