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domingo, 12 de abril de 2015

"Bésame" por María Ramora Cordero y León. (1984-1976)

Bésame en la boca,
tentación sangrienta
que en el marfilino
color de mi tez
tu mirada aloca:
bésala, tuya es.

Toma y aprisiona
mis labios, retenlos
mucho, mucho tiempo
dentro de tu boca
y quede en la mía
la huella imprecisa
de tu beso eterno.


Ahoga mi risa,
Sofoca mi aliento
Con tu dicha loca
Bésame en la boca.


Bésame en la frente:
mi frente es muy blanca…
muy blanca…
Tu beso ha de ser
como un roce de alas
para ese diáfano
albor de mi frente.


Con la dulcedumbre
del despetalarse
de una margarita;
con la levedad
de la mariposa
que besa a una rosa;
con el misticismo
del nardo que muere
al pie del Santísimo:
con esa dulzura,
ese misticismo
y esa levedad:
piano… quedamente…
bésame en la frente.

Bésame en los ojos
con tu mejor beso:
un beso desnudo
de malos antojos.

Juntando tus labios
ponlos en mis ojos
como si posaras
tu alma sobre ellos;
como si besaras
la imagen bendita
de tu madrecita…

Bésame en los ojos
con tu mejor beso:
mis ojos son buenos,
mis ojos son tristes,
mis ojos ignoran la maldad del beso.
¿Qué saben mis ojos
De tus sueños rojos?...

Por eso:
con tu mejor beso,
con piedad y unción,
cual si te llegaras
a la Comunión;
pura, santamente,
sin darme sonrojos:
bésame en los ojos.

Bésame en los senos:
armiño escondido
tras la caridad
leve del vestido;
inquietante dúo
de rosas gemelas;
dormidas palomas
en un mismo nido;
de esencia de vida
llenecitas pomas.

Mis senos… mis senos…
blancura encendida
con yemas de rosas,
Mis senos…
ondulantes, plenos:
bésame en los senos.

Bésame en las manos:
mis manos piadosas
y caritativas;
mis manos que ungieron
sangrientas heridas;
manos que ahondaron
muchísimas vidas…

Sigilosamente,
mis manos tentaron
esas vidas simples,
diáfanas, de arroyo,
y otras pecadoras
de sucio torrente.

Pon tu boca ardiente,
pon, sobre la albura
sabia de mis manos,
y duérmela en ella
para que se tome
más buena tu boca.

Si vieras:
cual curan mis manos
la lepra deforme,
las llagas más vivas
de muchos Hermanos:
y los dejan limpios…
y los vuelven sanos…

Bésame… sí… bésame…
bésame las manos.

Bésame los pies
y no pienses que es
un capricho mío
bésame los pies…

ellos no han hollado

huertos florecidos;
no les ha lamido
cariciosa, el agua;
sino que se han ido
sangrientos, dolidos,
por una espinada
vía de dolores.

¡Ay, cuánto han sufrido
más pequeños pies!...

Sendas desoladas,
arenas candentes,
crispadas pendientes,
estepas heladas
saben de mis pies;
saben de la sangre
que en ellas hollaron
y de las crueldades
que les lastimaron.

¡Ay, cuánto han sentido,
cuánto… ya lo ves!:

Por eso, arrodíllate,

bésame los pies.



Maricorylé.

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