SIGLO XX, HASTA SU INAUGURACIÓN:
En la política nacional, en 1901, Alfaro debió dejar el poder al hábil y conciliador General Leonidas Plaza Gutiérrez. También a comienzos de siglo el país asistía a las luchas intestinas dentro del liberalismo radical en el poder.
Si por un lado, el placismo se aliaba con la burguesía agroexportadora y bancaria, por otro, profundizaba reformas que propiciaron nuevos enfrentamientos con la Iglesia. Así por ejemplo, se aprobaba la ley del matrimonio civil, y también la de las "manos muertas". Con el respaldo de la última, el gobierno incautó buena parte de las propiedades del clero para destinarlas a la "Asistencia Pública", es decir, para obras de beneficencia social como orfelinatos, hospitales, leprocomios.
En Cuenca, los violentos y fanáticos enfrentamientos entre partidarios del conservadorismo clerical y liberalismo radical, continuaron en el primer lustro del siglo XX. Unas veces abierta y otras soterradamente, con evidentes extremismos provenientes de los dos bandos.
Pero luego de las breves digresiones, en primer lugar, mencionando el punto de vista de un culto heterodoxo de la época sobre la persecución del clero cuencano a su obispo León Garrido hasta su muerte (contexto eclesiástico local) y, en segundo lugar, sobre la vigencia revolucionaria del liberalismo radical (contexto político nacional), debemos centrarnos, nuevamente, en el avance de la edificación de la Catedral de la Inmaculada.
Desde 1900 a 1908 -en la continuación del gobierno eclesiástico del "Administrador Apostólico", canónigo Benigno Palacios- los trabajos de la Catedral avanzan lentamente, e incluso en algunos años se detienen. La causa principal es la insuficiencia de fondos. No existe asignación alguna por parte del gobierno. La contribución de los canónigos desaparece, la participación sobre los diezmos disminuye, los aportes de benefactores y las limosnas de los fieles son pequeños. Anotemos aquí que en 1904, en la "Primera Exposición de Artesanía" organizada en Cuenca, se expone la artística maqueta de la Catedral tallada en madera, obra del distinguido escultor Ángel María Figueroa, la cual interpreta fielmente los planos del Hermano Juan.
En 1908, luego de los dieciocho años de la "administración apostólica" del canónico Palacios Correa, llega a cuenca el obispo titular, Manual María Pólit Lasso
(quiteño), quien gobierna la diócesis hasta que, en 1918, es nombrado Arzobispo de Quito, en reemplazo de Monseñor Federico González Suárez. En el último año, Pólit Lasso, en su extensa carta pastoral de agosto., se refiere a la construcción y el significado para sus feligreses, del monumento religioso y también -específicamente- rinde cuentas sobre lo realizado en los diez años de su gobierno, y sobre los recursos empleados en "la magna obra de la Catedral".
El prelado informa lo que se había avanzado, desde "el muro del Abside hasta el arranque de las ventanas" (calle Padre Aguirre), el área del "Presbiterio y todo el cuerpo de la Iglesia hasta el Crucero inclusive". Es decir, el trabajo se concretó a la construcción de la parte occidental desde la cabecera de la Catedral. La sacristía del sur se concluyó hasta la bóveda, "con un diámetro exterior de 14 metros, el espesor medio de 80 centímetros y unos 16 metros de largo, su remate sin desperfecto alguno...". Asimismo se logró terminar "las dos casas" adosadas al Abside, las cuales "le sirven como de alas..."; "ambas casas están ya con una buena cubierta de hierro galvanizado y comienzan a prestar positivos servicios" (lo que va entre comillas de éste y de los próximos cinco párrafos se toman de la carta pastoral de 1918)
Para el acarreo de los materiales necesarios (piedra, ladrillo, madera para andamios) se organizaban las tradicionales mingas, encabezadas por los curas y los tenientes políticos. Desde 1913, "el inteligente y celoso Director de la obra" fue el canónigo Isaac de María Peña quien, desde 1909, se había encargado también del control de ingresos y egresos pertenecientes a la fábrica de la Catedral. Por su parte, el hábil albañil, Pascual Lojano, fue el jefe de albañiles y peones (o maestro mayor) "casi sin interrupción en estos diez años".
Con relación a los fondos contabilizados que permitieron el avance de las obras, durante el decenio al que se refiere la "carta pastoral", ella especificaba, en primer lugar, que no se había recibido "ni un solo centavo de la subvención nacional". La construcción avanzó, únicamente, con el trabajo personal y comunitario, y con los aportes del pueblo católico de las provincias de Azuay y Cañar; esta última que pertenecía entonces al obispado de Cuenca.
El rubro más importante de ingresos provino de legados de algunas personas "generosas y amantes de su Catedral",las que no estuvieron entre "las más nobles y ricas" de la ciudad. El prelado menciona expresamente a cuatro; al canónigo honorario que fuera Vicario General del Obispo Miguel León, Manuel de la Cruz Hurtado, que dejó en testamento "todo el valor de su grande y cómoda casa, situada en el centro de la ciudad", la cual fue vendida en pública subasta en 14.000 sucres; Mercedes Vidal de Fernández (9.000 sucres); Sra. Rosario Rodríguez Parra (8.000 sucres); y Sra. María Niero de Cañar (3.000 sucres).
El obispo Pólit Lasso estableció que todos los católicos de su diócesis (Azuay y Cañar) dieran, al recibir el Sacramento de la Confirmación, una limosna expresamente destinada a la construcción de la Catedral. Entre 1908 y 1918 se administraron 86.223 confirmaciones. con esta recaudación masiva -de ""por lo general una peseta (veinte centavos), algunas veces más, el gran total de las cifras mencionadas en la carta pastoral, se acerca a los 61.000 sucres. Es útil anotar que hubo materiales donados para el avance del gran monumento a la fe de los cuencanos.
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En 1919 es consagrado como décimo Obispo de Cuenca, Daniel Hermida Ortega: presbítero, abogado y teólogo. Gobierna su diócesis durante treinta y cinco años, es decir hasta 1954, fecha en la que cede su poder jurisdiccional al Obispo Auxiliar, Manuel de Jesús Serrano Abad, nombrado por el Papa. Monseñor Hermina muere a los 92 años, en 1956.
En este amplio lapso, la obra tosa de la Catedral -a excepción de las torres frontales- llega a su feliz culminación. Además, desde los años cuarenta se comienza a trabajar en la obra fina y en los elementos decorativos, dando prioridad a la fachada principal, y a la portada lateral sur, o de la calle Sucre.
Podemos dividir el gobierno del obispo Hermida Ortega en dos etapas. En la primera (1919-1937), la fábrica de la inmensa Catedral continúa bajo la principal responsabilidad económica y sobre todo técnica, del experimentado constructor autodidacta, canónigo Isaac Peña Jaramillo.
En el transcurrir de los años, el ritmo de las obras depende del flujo de los recursos humanos y económicos. Estos últimos provenientes de donaciones, limosnas y otras contribuciones -en materiales o en dinero- entregados por el pueblo cristiano de cuenca y la diócesis. en estos años no existe ningún aporte entregado por el Estado. En cuanto al acarreo de los materiales necesarios se efectúa, cuando es necesario, mediante las consabidas mingas, en las que participan personas adultas de la ciudad y del campo, con la inclusión de mujeres y escolares.
El inmenso edificio erigido, pacientemente, con el barro cuencano, y por los artesanos del pueblo azuayo, avanzaba -año tras año- en sus gruesos muros, sus robustas pilastras estructurales y decenas y decenas de arcos y columnas, así como otros elementos arquitectónicos. Básicamente se respetaba el plano original con su mezcla de estilos: románico, gótico y renacentista.
En 1937 moría Isaac Peña Jaramillo, el gran constructor (en el gobierno eclesiástico de dos obispos) de buena parte de la obra tosca de la Catedral Nueva; además de que, por otra parte, había dirigido la edificación o remodelación de otros templos de Cuenca y, concretamente, de la Catedral Vieja y de San Francisco.
"En realidad no fue arquitecto, pero su genio y dotes extraordinarios le permitieron dirigir esta obra magnífica, 23 años de su vida los dedicó a los servicios de la Catedral, pues ésta, desde que fue elegido como Procurador de Fondos y Promotor Capitular, prosperó mucho. Su paciencia y laboriosidad permitiéronle entregar al pueblo cuencano concluidas ya las llamadas medias naranjas y en estado de terminar la primera gigantesca cúpula del ábside y comenzada la cúpula frontal" (Carpio, 1977)
*En 1938, el sacerdote y poeta Manuel María Palacios Bravo, tomó la posta en la administración de los recursos económicos y en la dirección de la fábrica del inmenso monumento a la fe católica del pueblo cuencano. Pero, ante todo fueron la dedicación y habilidad de centenares de trabajadores (albañiles y peones), quienes -ladrillo a ladrillo, día a día, en soles y lluvias- trabajaban incansables, bajo la dirección del albañil mayor y del sobrestante.
En las obras concretas de la construcción, era el "maestro mayor" quien controlaba la ejecución y la calidad de la edificación, desde el armado de los altos y amplios andamio. Entre 1908 y 1941, año de su muerte, desempeñó estas delicadas funciones, el albañil Pascual Lojano. En este último año el Cabildo Eclesiástico contrató "como nuevo albañil mayor a Luis Antonio Chicaiza denominado por sus grandes dotes" "El Ingeniero". En 1942 empezó a prestar sus servicios, Eloy Campos Garcés, "artista, escultor en madera y mármol, discípulo de Abraham Sarmiento". Entre sus primeras obras estuvo el elegante Ojo de Buey o "rosetón" de la fachada. "Desde entonces el Señor Campos continuó con los trabajos de la Catedral durante 32 años en su mayor parte como Director de los marmoleros"
También en los años cuarenta se trabajó intensamente, en los elementos estructurales y ornamentales de la inmensa, complicada y bella cubierta. Así pues, con millones de ladrillos, decenas de miles de sacos de arena y cal y -principalmente- con el esfuerzo de sus constructores intelectuales y manuales, se acercaba (al finalizar los años novecientos cuarenta y comenzar los cincuenta) la conclusión de la obra tosca del colosal monumento a la fe religiosa azuaya.
En su exterior , el ciudadano de Cuenca, y el viajero, podían apreciar ya el imponente y bello volumen armónico de sus muros, de sus arcos, alargadas y estrechas ventanas, de las medias naranjas, con sus torrecillas o linternas, los cuarenta y cinco torreones ornamentales, y -sobre todo- la imponente figura de sus tres majestuosas y descollantes cúpulas. Asimismo se terminaba la ornamentada y bella fachada de ladrillos comunes y especiales; y se alzaban airosas las dos torres gemelas, las cuales se detenían, inconclusas (no sabemos hasta cuando), en los 41 metros de altura.
Ahora bien, el avance de la obra tosca hasta su culminación, y en los años siguientes de la costosa obra fina, no hubiera sido posible que marche a buen ritmo -en especial desde los años cuarenta, década de inflación-, sin contar con nuevos legados y contribuciones de los católicos cuencanos. Felizmente, y por fin, hubo una pequeña ayuda del presupuesto nacional. En lo tocante a significativas donaciones de cuencanas, nombremos a dos: en 1939, Adelaida Hinostroza de Palacios contribuyó con 55.000 sucres, producto del legado de su casa; y, en 1947, Manuela Celestina Piedra aportó con 96.000 sucres a las finanzas de la Catedral.
Por gestiones del canónigo Palacios Bravo, en 1940, siendo Presidente de la Cámara de Diputados el Doctor Andres F. Córdova (a quién alguien dijo ser "el cañarejo más cuencano de todos los tiempos"), y Presidente del Senado el doctor CArlos Arroyo del Río, se emitió un decreto que creaba un impuesto al consumo de la sal en la provincia del Azuay, en beneficio de la construcción de la Catedral. Los ingresos por esta contribución fiscal, aunque no eran mayores, constituían una renta permanente para los siempre exiguos fondos de obra tan grande.
Luego, el incansable promotor Manuel María Palacios, logró que el presidente José María Velasco Ibarra -durante su segunda administración, de 1944 a 1947- ampliara la contribución estatal proveniente del gravamen al consumo de la sal, la cual se fijó en la cantidad de un millón, que tenía que ser entregada "por dividendos de 20.000 sucres mensuales hasta el año de 1957" (Carpio, 1977)
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Hemos caracterizado antes, que en los años 1950-1960 fueron de crisis socio-económica para Cuenca y su Región. En este contexto, la Diócesis de Cuenca (Azuay y Cañar), culminaba la obra tosca de su gran Catedral, y adelantaba -a buen ritmo- la obra fina de su fachada, de la portada sur y de su interior. En 1950, el maestro Luis Chicaiza dirigió la construcción de la cúpula mayor o central, de 53 metros de altura. Su ancho y elegante tambor, con 12 metros de diámetro, se armó con rieles de ferrocarril retorcidas al fuego. Anotemos que en su construcción murieron dos jóvenes trabajadores (uno de ellos sobrino del maestro Chicaiza) al caer del altísimo andamio.
En 1951 se efectuó la instalación eléctrica, lo cual facilitaba el trabajo de la obra fina en el interior que era bastante oscuro. En los años siguientes, decenas de pintores, marmoleros, decoradores y otros artesanos y técnicos, realizaron el terminado de las grandes superficies interiores, empezando por las cúpulas. Por su parte los marmoleros, bajo la dirección de Campos Garcés, se dedicaban al revestimiento con mármol cuencano, de las pilastras y de las columnas del interior, así como de otros elementos de dentro y de fuera del magnífico templo.
Para noviembre de 1954, el piso de mármol del Presbiterio estaba ya colocado, pues allí tuvieron lugar las ceremonias de la consagración y de la celebracvión, de la primera misa episcopal, del "Obispo Auxiliar" Manuel de Jesús Serrano Abad. El pueblo cristiano asistió a estas primeras ceremonias en su Catedral aún inconclusa en su interior. El piso de las naves era entonces aun de tierra, aunque estaba debidamente nivelado con la maquinaria municipal; trabajo ordenado por el alcalde, Coronel Miguel Ángel Estrella. En abril de 1957, el jefe de la Iglesia cuencana, Monseñor Manuel de Jesús Serrano Abad, era ascendido por el Papa Pío XII, a la calidad de primer Arzobispo de la Arquidiócesis de Cuenca.
Por su parte, el año de 1954, el canónigo Palacios Bravo contrataba al arquitecto Gastón Ramírez Salcedo para el control general de las obras en ejecución. De esta manera, fue el único profesionalk graduado que intervino, en especial en la supervisión de los acabados u obra fina del mayor templo de Cuenca. Como hemos anotado en la presente síntesis, desde los orígenes, la edificación del templo estuvo dirigida por eclesiásticos, y la responsabilidad directa de las faenas de la construcción estuvo en manos del "albañil mayor".
También en los años novecientos cincuenta y sesenta intervinieron tres técnicos españoles contratados: Manuel Mora, Salvador Arribas y Guillermo Larrazábal. El primero, "dirigíam los trabajos de cuero repujado y escultura en cerámica, fue quien hizo las pechinas internas de la Catedral con una galería de evangelistas forjados en barro y recubiertos con dorado". Salvador Arribas, "orfebre que colaboró con las talladuras del tabernáculo del Altar Mayor". Por su parte, Guillermo Larrazábal diseñó y elaboró la mayor parte de los vitrales, mientras otros se pedían a Bélgica y Alemania.
Los tres europeos nombrados en el anterior párrafo "trabajaban asociados en su producción industrial dirigidos por el gerente doctor Francisco Alvarez González (en ese entonces Decano de la desaparecida ya Facultad de Filosofía de la Universidad de Cuenca); se identificaba tal empresa como ALMA".
El tallado del principal elemento decorativo interior de la Catedral -el Baldaquino-, se trabaja cuidadosamente en madera, por el religioso salesiano José Gazzoli, quien se inspira, en parte, en el baldaquino barroco de la Basílica de San Pedro de Roma, obra del famoso escultor y arquitecto Juan Lorenzo Bernini, aunque Gazzoli incorpora elementos estilísticos de otras escuelas. Cuatro sobrias y sólidas bases de mármol, de factura renacentista sostienen igual número de columnas talladas al estilo barroco con sus capiteles corintios. Luego viene el domo o cúpula del baldaquino con elementos renacentistas y platerescos. Desde el borde superior y más amplio del domo se inicia el remate: con dos ángeles victoriosos a los costados y el símbolo de la cruz, al centro, en la cúspide.
En el segundo lustro de la década de los cincuenta, y a inicips de los sesenta: las paredes interiores, las grandes pilastras que sostienen las tres naves, las numerosas columnas adosadas con sus capiteles corintios, los arcos grandes y medianos, las cornisas y nervaduras; en una palabra, todos los elementos estructurales y ornamentales del interior, iban apareciendo finalmente terminados. Asimismo se colocaban los altares laterales tallados en mármol, obra de los artistas Eloy Campos, César Quishpe y Pangol. a su turno se colocaban los vitrales, mientras los pisos eran revestidos con mármoles italianos y de algunas minas de la región de Cuenca.
Para el dorado del baldaquino se había contratado, en 1958, a dos técnicos quiteños. Mientras tanto, el maestro "Luis Chicaiza aprendió de éstos la manera de bruñir y aplicar el dorado y posteriormente, él solo decoró los capiteles y demás adornos de todo el tempo" (CArpio, 1977)
Mientras tanto, también en el exterior se hanían realizado los terminados previstos para la fachada que mira al Parque Calderón o a la Catedral Vieja. En ella, como elemento estilístico destacado, el maestro Eloy Campos Garcés trabajó el elegante rosetón. Debajo de éste se colocó el grupo escultórico que representa a Cristo con la Eucaristía en sus manos, y a dos ángeles a los lados en actitud de adoración.
Las tres puertas de la fachada, las cuales dan al portal, fueron ejecutadas por Daniel Elías Palacios. En tanto que las portadas eran disñadas por Eloy Campos y se ornamentaban bajo su dirección. La maciza puerta central es de estilo renacentista. Sobre ella se disponen anillos concéntricos de estilo románico; a cada uno de sus costados, se ha colocado seis columnas adosadas, cubiertas de mármol y con su fuste liso; los capiteles están decorados con los bustos de los doce apóstoles y con sus racimos de uva (elemento simbólico este último, muy frecuente en el decorado tanto interior como exterior del templo). La portada del lado sur, es decir la que da a la calle Sucre, es algo más sobria. Sobre ella están una elegante ventana bífora y un rosetón similar al de la fachada principal.
En la singular e imponente cubierta, las torrecillas de las medias naranjas y las tres magníficas cúpulas grandes se habían cubierto con azulejos importados de Checoslovaquia.
Desde 1952, la economía -para el adelantado de los numerosos y caros trabajos de obra fina y decorados- había sido manejada, y luego administrada, por Manuel de Jesús Serrano Abad. Nuevas limosnas y donativos (además de pequeñas ayudas de los gobiernos de turno), como la participación en los diezmos, colectas especiales, el producto de las cotizadas bóvedas y nichos de la cripta, otras generosas contribuciones voluntarias -esta vez también de personas "nobles y ricas" de la ciudad- permitieron la feliz culminación del singular y representativo monumento religioso de Cuenca de los Andes.
Así se llegó a 1967. Desde el mes de enero se intensificaron las misiones y otros preparativos religiosos para la consagración oficial de la Catedral arquidiocesana. El Arzobispo Serrano Abad contrató personalmente, en España, el "Cristo Moreno" para el altar mayor y, en Italia, la gran estatua de bronce de Santa Ana, destinada a la parte superior y central de la fachada. La ciudad de Cuenca -que en 1967 se acercaba a los 70.000 habitantes- se disponía a inaugurar el mayor y más significativo monumento arquitectónico de su historia.
El 28 de Mayo de 1967, a los 82 años del comienzo de los cimientos tuvo lugar la solemne ceremonia de la "Consagración" de la Catedral de la Inmaculada. También en este día y los siguientes se realizó, con gran pompa y solemnidad, el IV Congreso Eucarístico Nacional. Por la ciudad de Cuenca, presidían las ceremonias: el arzobispo Serrano Abad y el alcalde Ricardo Muñoz Chávez. Entre los invitados especiales se destacaban: el Nuncio Apostólico o Embajador del Vaticano en Quito, el cardenal Julio Doepfner "Delegado Pontificio", el presidente Otto Arosemena y los obispos del Ecuador.
(Nota: Para el siglo XX, nos hemos inspirado principal, aunque no exclusivamente, en la monografía inédita de Mercedes Carpio Mogrovejo, 1977)