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lunes, 9 de septiembre de 2019

LA NUEVA CATEDRAL DE CUENCA: RESEÑA HISTÓRICA.

LOS INICIOS (s. XIX):


Al crearse la Diócesis de Cuenca, el primer obispo, José Carrión y Marfil (1787-1798), insistió en su idea -utópica por falta de recursos y de apoyo-, de construir una gran catedral, "como la de Málaga" decía el prelado. Pasado algún tiempo, el proyecto de contar con un edificio digno de ser "la iglesia madre" de los templos de la diócesis, dio un paso importante cuando, en 1874, el obispo Remigio Esteves de Toral obtuvo del Papa Pío IX, la aprobación para que se levante un templo destinado, exclusivamente a Catedral. Además en Cuenca se necesitaba un edificio distinto al de la colonial "Iglesia Mayor", la cual, desde la creación del obispado, tenía la doble función (con frecuentes dificultades) de Catedral y de Parroquia del Sagrario.


En enero de 1885, Miguel León Garrido (1824-1900) fue consagrado como obispo sucesor de Monseñor Remigio Esteves de Toral, fallecido el año anterior. La decisión del nuevo prelado de comenzar la construcción de la catedral se concretó desde septiembre del mismo año de 1885, con el diseño y el inicio de la excavación de los cimientos que requería el colosal templo deseado por "el obispo de la sublime locura", quien quería para Cuenca, una catedral "tan grande como mi fe" (Rivera, 2001).

Mientras tanto, la elaboración de los planos se había encargado al Hermano Juan. Sobre el comienzo de los cimientos y la posterior elaboración de los planos definitivos, el religioso redentorista escribía a su hermano Crisóstomo, en enero de 1886: "Este enorme edificio, el cual ha de constituir un monumento a nuestra época, se empezó a construir hace cuatro meses.
Actualmente nos encontramos en plena obra, asentando los cimientos y la capilla subterránea. Estoy ocupado trazando los planos, los cuales probablemente tarde un año en acabar, porque la ejecución de semejante edificio, para tener todos los detalles, hace falta dibujar un libro entero"...

En diciembre de 1886, el obispo León presidió la solemne bendición y colocación de la "primera piedra". Para entonces continuaba, aunque con ritmo lento, el trabajo de la apertura de los cimientos. El problema principal a resolver fue el desalojo de las aguas.Para ello, debió abrirse profundas zanjas y un "gran canal" que iba a desembocar en el río Tomebamba.

La elaboración de los planos definitivos (es decir de los aceptados por el obispo Miguel León), requirió paciencia y tiempo. Así pues, solamente en el mes de febrero de 1888, se firmó -entre el Obispo y su Cabildo Eclesiástico, por una parte, y la Comunidad Redentorista, por otra-"el acta"-
 para "el levantamiento de los planos a los cuales se ha de sujetar la fábrica de la Catedral". En la cláusula cuarta se especificaba que "el ejecutor de los planos no debe ser otro que el Hermano Juan".

En la cláusula quinta se decía: "El Venerable Capítulo por su parte, se obliga a remunerar a la Comunidad de Redentoristas por los trabajos antedichos, con la cantidad de quinientos pesos sencillos por año que se pagarán por mensualidades iguales desde el 12 de septiembre del año de 1885.... ". En este contrato se precisaba también, que "el Hermano Juan o cualquier otro arquitecto que le subrogue por ausencia o muerte, se encargará de dirigir la ejecución de los planos, visitando los trabajos una vez por semana y las más veces que juzgue necesario hacerlo ....".

Obsérvese que de la cita tomada de la cláusula quinta se confirma -como hemos anotado antes- que las primeras obras del monumental edificio religioso habían comenzado en septiembre de 1885.

Hasta el año de la muerte del Hermano Juan (enero de 1899), los difíciles trabajos de cimentación, y "las murallas de la cripta", avanzaban con un ritmo aceptable, a pesar de los limitados recursos económicos y los escasos medios técnicos. En cuanto a los primeros, provenían de aportes del obispo, del 10% de la renta de los canónigos (de 1885 a 1890), de participación en diezmos y censos (intereses de dinero prestado por la Iglesia), de las limosnas de los fieles, y de aportes de benefactores.

Además, entre 1890 y 1898, se recibió una pequeña contribución del gobierno central, de aproximadamente 2.600 pesos anuales. (Obsérvese que aunque la moneda oficial era el sucre, se seguía contratando en pesos).
En cuanto a la mano de obra no escaseada. Para el acarreo de los fuertes volúmenes de materiales necesarios para los cimientos (piedra del río, arena, cal; en esa época no se utilizaba cemento), se realizaban las consabidas mingas. En éstas, participaban también hombres, mujeres  y niños de la ciudad.

Desde 1889, la pugna entre el obispo León Garrido y los Canónigos, principalmente por motivos económicos (entre ellos por haberse negado éstos a continuar aportando el 10% de sus canonjías para la fábrica de la Catedral)., se iba agravando hasta que, en septiembre de 1890, el virtuoso y reformista prelado fue "suspendido" por Roma en la administración de su diócesis. No obstante, el largo y difícil trabajo de la cimentación continuó en la última década del siglo XIX, con el "Administrador Apostólico", canónigo Benigno Palacios Correa,

Por su parte, el Hermano Juan debió emplearse a fondo en el control de la calidad de los profundos cimientos y de los muros de la cripta. Además, al escasear los recursos técnicos que requería la gran edificación, el autodidacta constructor debió, por lo menos en dos ocasiones conocidas, realizar pedidos de materiales y herramientas que debían ser traídos de Europa. De las gestiones de compra y embarco se encargó el ferviente católico y dinámico empresario Carlos Ordoñez Lazo.

Al fallecer Juan Bautista Stiehle (1899) los sólidos cimientos -de piedra, cal y arena-, así como la cripta, estaban terminados, y empezaban a aparecer los muros. Para la continuación del voluminoso y singular edificio religioso -de ladrillo o barro cocido cuencano- quedaban ocho artísticos y detallados planos. Estos son, actualmente, preciado patrimonio de la Curia de Cuenca. En el mes de abril del último año del siglo XIX (1900), fallecía también el depuesto obispo Miguel León, gestor inicial de la mayor obra arquitectónica monumental de Cuenca. 

Desde 1890 hasta su muerte el perseguido obispo Miguel León, no había podido intervenir en el adelanto de la obra por él iniciada. "El sacerdote ejemplar, el teólogo profundo, el obispo apostólico y santo", " ....porque se declaró enemigo de la simonía y de la superstición, de la opulencia sacerdotal y de la codicia desenfrenada de los frailes y los curas; porque condenó los extravíos religiosos de las muchedumbres, sus idolátricas fiestas y sus desbordamientos de fanatismo, sus falsas creencias y prácticas propias de paganos... en una palabra, porque quiso que el sacerdocio y el culto tornaran a ser dignos de la religión de Jesús", murió en el desprecio y en el abandono de la mayor parte del claro y del fanatizado pueblo católico. "El gobierno radical de Alfaro tuvo que erogar aun los gastos funerales de tan eximio perseguido, de mártir tan digno de veneración en la República; mientras el Capítulo Catedral le negaba hasta los postreros honores que el rito católico prescribe para la muerte de los obispos....".

     "La posteridad bendecirá la locura del Obispo León; y maldecirá a los fariseos que lo martirizaron a causa de sus eximias virtudes y de su empeño en depurar y enaltecer a su rebaño". "!Quién nos diera tener varios obispos locos, con la bienhechora y santa demencia del sabio sacerdote LEÓN!". (José Peralta, en "Tipos de mi Tierra").



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