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miércoles, 22 de mayo de 2019

SANTA ANA DE LOS RIOS. CUENCA. CONTEXTO GEOGRAFICO, POLITICO Y ADMINISTRATIVO



El Ecuador se ubica en la mitad del mundo, sobre la cordillera de los Andes. Posee cuatro regiones claramente diferenciadas: la región insular: formada por el archipiélago de Galápagos; la región Litoral, que limita al oeste con el Océano Pacífico y al este con las estribaciones de la cordillera de los Andes; la sierra, conformada por los Andes, y el oriente o Amazonía.
La Provincia del Cañar, hermana mayor de la provincia azuaya, se ubica en el centro sur de la Sierra ecuatoriana. El cantón Azogues, es la capital. Sus autoridades son el Alcalde y el Gobernador que están alrededor del Parque Central.
La Provincia del Azuay se ubica en el centro sur de la Sierra ecuatoriana y posee una extensión de 8.836 km2, que representan el 4.06% de la superficie total del país. El cantón Cuenca se ubica al noreste de la provincia, es la capital de la Provincia del Asuay; posee 14 parroquias urbanas y 21 parroquias rurales. Al ser cantón, Cuenca posee un Gobierno Local y, en su condición de capital de provincia, la sede de la Gobernación.

Administrativamente, la ciudad está dividida en tres áreas claramente definidas: la primera, el centro histórico, con una extensión de 430 ha. La segunda, la ciudad contemporánea, que coincide con el área urbana, con un área de 5.500 ha. Y por último, la tercera está constituida por un cinturón perimetral en el área rural, con una superficie de 9.800 ha. La superficie total de la ciudad es de 15.730ha.
La ciudad ha sido construida sobre un gran cono aluvial, formado por los cuatro ríos que la atraviesan: el río Tomebamba recorre la ciudad de oeste a este, dividiendo en dos sectores la ciudad; los ríos Yanuncay y Tarqui fluyen por el costado sur de la urbe, y el río Machángara por el noreste. Estas cuatro vertientes se unifican al sureste de la ciudad y conforman el río Cuenca.
La erosión milenaria de estos ríos ha dado como resultado la formación de tres terrazas, a diferentes niveles:
      - La primera: al norte, conocida como colina de Cullca.
     - La segunda: al centro, sobre la que se emplaza el centro histórico y luego de un fuerte accidente geográfico, conocido como el Barranco (que en su zona más empinada tiene hasta 20 metros de altura)
     -  En la orilla sur del río Tomebamba se sitúa la tercera terraza, conocida como El Ejido o también como Jamaica, que se eleva apenas un par de metros de los cauces de los ríos que la atraviesan, el Tomebamba, el Tarqui y el Yanuncay.

Cuenca es una ciudad interandina ubicada a 2.530 metros sobre el nivel de los mares y rodeada de cadenas montañosas que la protegen de los vientos y las tormentas. Posee clima templado, con una temperatura promedio de 14 grados centígrados. Las temperaturas más bajas se registran en los meses de Junio y Agosto. La temporada de lluvias corresponde a los meses de Marzo, Abril y Mayo.
Son diversas las condiciones que convierten la ciudad de Cuenca en un punto obligado para el turismo nacional y extranjero. Sin lugar a dudas es una ciudad singular. Sus habitantes conservan sus costumbres y tradiciones. El paisaje conformado por sus ríos y montañas, así como su clima primaveral y la amabilidad de su gente, le otorgan un valor agregado a la ciudad, que combinado con su arquitectura cañari, inca, colonial y republicana; convierten este punto del planeta en memorable y único.

Arquitectura: Patrimonio perdido.

Resulta difícil pensar que en esta ciudad que hoy ostenta el título de Patrimonio de la Humanidad, otorgado por la UNESCO en diciembre de 1999, a inicios de la década del cincuenta y hasta entrados los años setenta, surgiera en movimiento de jóvenes ingenieros y arquitectos cuyo deseo era el de traer el “progreso” a estas tierras andinas. “Progreso” que significó el derrocamiento de antiguos inmuebles, por considerarlos vetustos, antihigiénicos, insalubres, inservibles; o simplemente por encontrarse situados en terrenos cuya plusvalía era alta. Durante este periodo, la ciudad se vio desmembrada de algunos de sus centenarios edificios.
El Cabildo de aquella época fue de los primeros en ejecutar una acción ejemplificadora, con el derrocamiento del antiguo edificio municipal, que seguía los cánones estéticos del neoclasicismo francés, singularmente adaptados y reinterpretados por los artesanos azuayos; en sustitución de este modesto edificio de líneas racionalistas que observamos hoy y que alteró definitivamente la lectura arquitectónica del tramo de edificaciones que rodean el parque Calderón (Plaza Central).
Acto seguido, se derrocó el edificio de la cárcel municipal, dentro de cuyas paredes se había aprisionado a los caudillos de nuestra gesta libertaria, y en el que además, según los archivos, tuvieron lugar las reuniones del libertador Simón Bolívar con los próceres independentistas azuayos. En este solar se construyó el edificio del Banco Nacional de Fomento.

El edificio de la antigua Gobernación del Azuay fue propiedad de la familia Ordoñez Laso, quienes lo donan a la provincia.

Dicho inmueble seguía las características morfológicas de las edificaciones que hoy ocupan los almacenes Tosi, en la misma cuadra; el nuevo edificio, sin embrago, respeta en la crujía frontal las arquerías y soportales que caracterizan este tramo de la calle Bolívar.
Continuando por la calle Luis Cordero observamos hoy el edificio del hotel Mercure Dorado, que se levanta imponente sobre el sitio que albergara la antigua iglesia de San Miguel.
A lo largo de la calle Gran Colombia, el aspecto “progresista” de la ciudad es evidente: edificios altos de hormigón armado y pantallas vítreas irrumpen entre las antiguas casonas coloniales y republicanas, como gigantes en actitud imponente ante esas pequeñas y graciosas edificaciones que deben resguardarse del peso de las culatas y muros ciegos que se generan.
La plazoleta de Santo Domingo era el antiguo mercado de los sombreros de paja toquilla; a su rededor se levantaba el primer edificio de la Universidad del Azuay, hoy Universidad de Cuenca, singular inmueble que fue derrocado en la década del cincuenta para que en su lugar se erigiera el edificio que observamos hoy, en el que funcionó por algunos años el colegio Manuela Garaicoa de Calderón y donde hoy funciona el colegio Octavio Cordero Palacios.

Otro de los edificios que se suma al inventario de nuestro patrimonio perdido es la antigua capilla de los Sagrados Corazones, que fue edificado por el hermano redentorista alemán Juan Bautista Stiehle, quien utilizó un singular sistema de muros portantes enlazados por arcos ojivales resueltos en adobe, y cuyos muros estaban finamente decorados con pintura mural con motivos religiosos; de esta obra nos queda únicamente su recuerdo a través de fotografías antiguas.

Una pérdida significativa fue también la demolición de parte de los conventos claustrales de las Conceptas y del Carmen, en el primer caso para construir dormitorios nuevos para las monjas, mientras que en el caso del Carmen de la Asunción, la cuadra que ocupaba el convento sufrió varias desmembraciones sucesivas, y en estos lotes se construyeron edificios en altura desde los cuales, irónicamente, se observan los claustros que durante siglos estuvieron vedados a los ojos de curiosos y extraños.

El antiguo convento e iglesia de los padres Salesianos fue víctima de un pavoroso incendio, en el que más de las dos terceras partes del edificio se vinieron abajo, quedando únicamente en pie la parte posterior del edificio, que hoy se encuentra en remodelación, luego de varios años de abandono. Nuestra lista podría seguir y seguir, enumerando poco a poco las obras arquitectónicas que debieron llegar a formar parte de nuestro patrimonio y que lamentablemente fueron sustituidas en aras de la llamada “modernidad”; sin embargo, aunque alto fue el precio que tuvimos que pagar, nos queda en la conciencia colectiva el aprendizaje de lo que se debe y de lo que no se debe hacer. La dura lección nos enseña que esta ciudad, a la que todos amamos y hoy protegemos, es nuestro patrimonio, nuestro legado para las futuras generaciones, que vendrán después de nosotros y a las cuales de corazón deseamos que nunca tengan que escribir líneas como las que aquí se han escrito, sino que, por el contrario, se sientan orgullosos de lo que hemos sabido conservar y preservar para deleite de ellos.

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