**A continuación transcribimos el
discurso proclamado por el Señor Luis Cordero Crespo en Quito,
Señor Presidente del Consejo
Cantonal, digno representante del heroico pueblo de la ilustre Quito ;
Honorable Asamblea Nacional ;
Señor Presidente de la República ;
Señores Diplomáticos de los Países
amigos ;
Ecuatorianos ;
¡La trompeta de
la fama, boca de los siglos, hános convocado aquí, para que, en certamen de
paz, en gimnasio de ciudadanía, en asamblea de patriotismo, tornemos a
escuchar, magnificado por el aliento de ciento siete años, el veredicto
inmortal, con que, la jurisprudencia de la victoria, estableció la personalidad
y definió el derecho del Pueblo Ecuatoriano !
Sean, con tal
motivo, las palabras primeras de esta conferencia, un homenaje a España. En
fiesta de hija, el puesto de honor, el asiento de primacía, corresponde, por
estatuto de naturaleza a la madre. Pasaron ya, los tiempos, en que, el vino de
los aniversarios de la emancipación americana, tenían acideces de encono. Hoy,
definitivamente abandonada, la chatura de criterios de bajío, y contemplado, el
panorama de los hechos humanos, desde las cumbres serenas de la Historia:
Carabobo, Boyacá, Pichincha, Junín, Ayacucho; son como Bailén, como Pavía, días
eternos de la Raza, en el calendario de la gloria.
Si el anhelo de
reproducirse, si la voluntad de multiplicarse, son la característica biológica,
de las naturalezas plenas de vida y de fuerza; si la filogenitura y la
expansión, a través del tiempo y del espacio, constituyen, la vanidad espiritual,
el postulado racial, el imperativo étnico, de las grandes civilizaciones; labor
de hijos, labor noble, leal y fecunda, fue la que hicimos, con independizarnos
de la Metrópoli peninsular; porque, así logramos multiplicar la grandeza
castellana; reproducir la nacionalidad ibérica; tener, en vez de una, veinte
Españas; y colocar sobre el vientre soberano, donde se plasmó la vida de un
mundo, como documento de amor, como promesa de inmortalidad, no un gajo de
laurel de nuestras selvas, no un puñado de oro de nuestras minas, sino una
corona inmensa, palpitante, viva, compuesta de pueblos civilizados y libres!
Y, bien ha hecho
España, con magnanimidad que le honra, en abrir los brazos de la apoteosis, al
bronce de Bolívar; faltaba esa épica mitad americana, a la mitad legendaria del
Cid, para completar la estatua moral de la Raza.
Excuse élla, si
al rememorar, los episodios heróicos de la magna gesta de hoy, desde la
hierática paz de sus viejas panoplias, el poema de acero del Pichincha, siente
de nuevo la humedad de la sangre y torna a palpitar con ritmos de libertad y de
gloria.
Bien podría repetir con el harpa de mi Padre:
¡Perdón, oh! madre amada,
Perdón, si un
día tus audaces hijos,
Libertad te
pedimos con la espada!
¡Tú nos diste la
sangre de Pelayo;
Tú la férvida
sed de independencia;
Español el
arrojo;
Castellana la
indómita violencia;
Fueron con que
esgrimió tajante acero
El que probó, en
la lid, ser tu heredero !
Moda de falsos
puritanos, cuando no dolencia de espíritus enclenques, es ahora, la de renegar
del culto heróico de los hechos pasados.
Con descabalado
concepto de la Sociología, con raquítica idea de los dictados de la paz,
mutilando la unidad orgánica de la Historia; ¿para qué, se dice, engolfarnos en
la vanidosa visión de las glorias idas, descuidando el presente, olvidando el
porvenir? ¡Con ello no hacemos, sino vivir de la ociosidad del orgullo,
adulando miserias de hoy, con el recuerdo dorado de tiempos que no han de
volver; con eso no conseguimos, sino despertar el instinto guerrero. de la fiera
humana, para proyectar nuevas manchas, siluetas de sangre, sobre los blancos
estandartes de la paz redentora!…..
¡Mesquina
concepción, plebeyo raciocinio, de los que tal piensan! Negar la magnitud de
los horizontes que dejamos atrás, para que no vengan en desmedro de los que
tenemos delante, como si el espacio no tuviese cabida para dos inmensidades!
¡Negar la
epopeya para industrializar la historia! ¡Cercenarles las plumas a las águilas;
trasquilarles las melenas a los leones, para mullir el lecho de molicie, donde
el panfilismo sueña con el humo blanco de teorías imposibles !
¡Pueblo que no
tiene conciencia de su personalidad histórica, no es pueblo civilizado, es
horda, que aún no ha dejado los pañales de la barbarie! ¡Locura es cortar las
raíces para que el árbol fructifique! ¡Sin levadura heroica, no hay pan de
grandeza para los pueblos! ¡Granero del porvenir es el pasado; allí están las
semillas de la nacionalidad; allí están las cimientes de los antiguos otoños,
para la resurrección de las nuevas primaveras !
Volvamos pues
los ojos atrás, para enfocar la luz de soles ya conocidos, sobre las ignaras
sombras del futuro.
No hay lección
más alta, más confortante, más fecunda, que la que nos dictan desde la cátedra
de los siglos, los varones y los hechos heróicos. Esa pedagogía sublime, es la
escuela de las naciones, el colegio de las razas.
Puestos así a la
ribera de esas vanas especulaciones, con que el vacío quiere tragarse la
realidad, entremos en materia.
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¡Primorosa
guadaña de plata y no bronca segur de hierro, pedía la sagrada cosecha de los
inmortales laureles de Pichincha; pero, en todo caso, serene vuestra inquietud
y fortalezca mi empeño, el convencimiento de que, al forjar esta medalla de
aniversario, yo no voy sino a prestaros, el molde de barro de mi palabra, para
que vosotros, vaciéis en él, el oro fundido de vuestros propios sentimientos y
emociones !
¡Y porque es
larga la jornada y porque pesados son los arneses de la guerra, y porque mengua
fuera para mí, que, por culpa mía, resultase fatigada vuestra atención,
permitid que os lleve, no a lomo de rucio por campos de rutina, sino haciéndoos
cabalgar en los olímpicos saltos del potro de la victoria !
Y si, a pesar de
todo, resulto vencido por la extensión de la materia histórica, tan rica en
episodios y detalles; que la generosidad de vuestras inteligencias y la
gentileza de vuestros corazones, me rescate de las merecidas mofas del hastío,
poniendo vendas de piedad a mi derrota, ya que, no es de humano poder, reducir
a la miserable pequeñez de una conferencia, la soberana magnitud de una
epopeya!
¡ Y ahora,
temores y reticencias aparte, comience ya, en el cinema de vuestras almas, el
cronológico desarrollo de la odisea libertadora !
Sobre la oscuridad
de trescientos años de servidumbre empezaban a vibrar los primeros relámpagos
de rebeldía. El ideal de los precursores de la Independencia, había puesto ya,
fermento de libertad en las mesas abyectas de la Colonia; mas, el grito de
emancipación que, con arrogante primogenitura, lanzara la ínclita Quito, el 10
de Agosto de 1809, si despertó, al Continente americano, de su tranquilo sueño
de esclavitud, tornó a silenciar con las dantescas gemonías del 2 de Agosto de
1810, en que la barbarie, de tropas del Perú y de tropas de Cundinamarca,
puesta al servicio no de España sino de la crueldad realista, acuchilló
cobardemente, entre grillos y calabozos, a la flor del patriarcado quiteño. ¡El
hierro asesino, hizo de los presos mártires, y como la sangre es signo y precio
de redención, escrita quedó con sangre la futura libertad de América !
¡No es ceguera
de amor por la Patria; no es desvío de vanidad por campos de exclusivismo; no
es bastardo brote de orgullo nacionalista; sino serena comprensión de la verdad
y la justicia, decir que: veinte pueblos libres; la América toda, son deudores
de Quito, de un grandioso monumento, que eternice en el bronce, la hazaña de
esta ciudad heróica, que se rompió generosamente las entrañas, para dar a luz
libertad de un mundo !
De tiempo en
tiempo, de tierra en tierra, sucedíame resurgimientos y caídas; y como
estrambote de aquel trágico poema de sangre, cayó, a plomo de cadalso,
Montúfar, hijo del Presidente de la primera Junta Republicana; Calderón, padre
del legendario mancebo cuencano; y remitidas fueron desde Tumaco a esta ciudad,
por encomienda certificada, las cercenadas cabezas de Don Nicolás de la Peña, y
de su dulce y heroica esposa Doña Rosa Alavis y Zárate. ¡Por élla, la mujer
ecuatoriana, tiene también derecho de sangre, en el reparto de glorias de la
libertad de América !
Los años iban
pasando fatídicamente por la clepsidra del tiempo, y, Guayaquil, la hidalga
Guayaquil, probó a retar, a los señores de América, acotando su territorio, con
mojones de liberación; y más feliz que la martirizada Quito, hizo, del 9 de
Octubre de 1820, llave de su redención y cetro de su hegemonía.
Cuenca, que, por
participación generosa con Quito, se había anticipado en rendir primicias de
martirio, pagando con la sangre de Joaquín Tobar y de Don Fernando Salazar y
Piedra, su Primer Alcalde, sus anhelos de emancipación, saltó a la brecha,
aunque no fuese, sino para pasar, de la gloriosa aurora, del 3 de Noviembre, al
fatídico ocaso del 20 de Diciembre de 1820.
Sucesivamente,
casi todos los pueblos de la PRESIDENCIA DE QUITO, como cachorros también del León de las
Españas, comenzaron a sacudir la melena y a aguz(s)ar la (s)zarpa, mientras el
fragor de los épicos truenos de Boyacá y Carabobo, repetidos de cumbre en
cumbre y de quiebra en quiebra, paseaba por las tierras de América, el
estrépito y la gloria de las armas de Bolívar.
San Martín, el
Capitán del Sur, tocado había en lindes peruanas, mientras Bolívar, el Águila
de Colombia, venía oteando desde la altura de sus victorias, el estadio todo
del Continente, que no solo el ámbito, señalado por el destino, al ímpetu
vencedor de sus alas.
¡Era la hora
suprema, prevista por Dios, como signo de contradicción entre España y América;
y el sol de Carlos Quinto, huyendo de la espada de Bolívar, iba de poniente en
poniente, como si sólo anhelase replegarse, al nativo cielo de la dulce
Hesperia, para descansar en la vieja paz de sus antiguas glorias !
Guayaquil no
quizo hacer de su independencia, egoísta patrimonio suyo; y ya por seguridad
propia, ya por filantrópico anhelo, resolvió extenderla a Quito y a sus marcas
aledañas; y con ardor y generosidad dignas de tal causa, mantuvo el fuego
sagrado; y vencida o vencedora, batalló en cruda lid, sin ceder un palmo de
territorio, antes amamantando la victoria, a los pechos mismos de la derrota.
Bolívar, tanto
más sediento de gloria, cuanto más arreciaba su fiebre de libertad, mal podía,
trocar su hacinamiento de laureles, en tálamo de inercia; y heraldo de sus
propósitos, en mensaje de cortesanía, tocó en playas de Guayaquil, José Mires,
el hijo de España, que había puesto el amor de la libertad sobre el amor de la
tierra nativa.
Todo estaba
preparado para el desenlace final del drama de sangre y de gloria, que de años
atrás, venía desarrollándose, en las playas del Litoral y en las quiebras de la
Serranía. Todas las pequeñas causas y motivos, que forman la urdimbre de los
sucesos, habían sido puestas en el telar de la Historia; tiempo era ya, de que
las semillas de la libertad, hechadas en surcos de martirio, diesen frutos de
victoria.
Pero faltaba el
hombre. el hombre providencial, que, sumando antecedentes y unificando
energías, trocase las quimeras del heroísmo, en sillares de la emancipación. Y
ese hombre, fue encontrado, no por el cálculo de la crítica militar, no por la
reveladora fama de los hechos, sino por la aquilina mirada del genio, que, de
súbito fue a clavarse, no en la llamativa figura de alguno de los grandes
veteranos de la guerra, sino en el corazón de un soldado de Cumaná, en quién la
serenidad de la modestia realzaba el florido verdor de los años ¡Y ese hombre,
no diremos hallado, sino creado para la inmortalidad, por la imperativa
designación de Bolívar, fue Sucre !
Veinte y seis años de edad, apenas
veinte y seis, contaba el gallardo mancebo, a quien, Bolívar y el Destino,
acababan de encomendar; no la secuela de su negocio mercantil; no el desarrollo
de un drama de amor; sino la magna empresa de arrebatarle, al León de España,
el grandioso cubil de sus posiciones australes.
Consagrado héroe
y estadista, por la soberana visión del Libertador. Sucre tocó en aguas de
Guayaquil, y Guayaquil comprendió a Sucre; y entre escaramusas diplomáticas; y
entre preparativos de guerra; ya festejando hazañas; ya maldiciendo felonías;
se inició, cabe las olas del mar la soberbia odisea, que debía subir, en
militar romería, hasta la cima de los andes, para plantar en élla el pendón de
los libres, o bajar al sepulcro, cargando con los mares de la libertad.
¡Qué episodios
aquellos! La fábula misma, parece empequeñecerse ante la grandeza de la
Historia. Ya la traición de López, el judas de la Libertad Americana. Ya los
heróicos arrestos del pueblo de Guayaquil, contra las naves de Ollague.
Ya el sangriento
triunfo de Yaguachi o Cone, en que el ímpetu de Mires, dejó en cuadro los
tercios de Tolrá, haciendo que, en balanza del éxito, pasase más el valor de
los patriotas, que el poder de los realistas. Ya pintorescas escaramusas de
sangre, a flor de riscos y picachos, en que niños y adolescentes, morían riendo,
ansiosos de ir a dormir, con gloria, en el tálamo de la muerte. Ya la no
esperada, pero tremenda rota de nuestro ejército, en las fatídicas llanuras de Guachi (huachi),
donde, parece que la tragedia había reservado un campo a la tiranía.
¡Allí había
caído Cuenca, con Salazar, en 1810! ¡Allí cayó Guayaquil, con Urdaneta, en
1820! ¡Allí acababa de caer Colombia, con Sucre, en 1821!
Sucre, vencido,
contuso, deshecho, llegó casi a desesperar del éxito de la enorme empresa que
pesaba sobre sus hombros. Pero Guayaquil, siempre magnánima y solícita siempre,
acudió presurosa, a confortarle con nuevos recursos y energías; y el paladín,
aleccionado por las desgracias de la guerra, aprovechó de la paz de un
armisticio, para variar el rumbo de la campaña y organizar las huestes de la
victoria.
Sucre no se dio
reposo, y en los comienzos del año de 1822, las tropas libertadoras, saliendo
de la inacción de sus acantonamientos, se pusieron, en rápida marcha, para la serranía.
Abandonado el primitivo plan, estérilmente sangriento, para la causa de los
patriotas, tomose por objetivo inmediato, la ocupación de la ciudad de Cuenca,
no sin desplegar, pequeños destacamentos de engaño, que distrajesen, hacia
otros lugares, la perseverante vigilancia española. El grueso del Ejército,
protegido por la intrincada floresta occidental, pero en rudo combate, con la
insalubridad del clima y los baches y cambroneras del camino, fue saliendo, de
los bosques de Machala, por pelotones, hasta que, vencidas las agrias
vertientes de la cordillera, se integró, para darse el abrazo de bienvenida,
con los de la expedición auxiliar del Sur, que tocaba también en tierras de
Saraguro.
¡Sublime abrazo,
debió de ser aquel, que, para la conquista de la Libertad, _si se me permite el
uso antelado de algunos patronímicos_ dábanse, en las inmensas soledades de un
páramo andino: argentinos y chilenos; peruanos y neogranadinos; ecuatorianos y
venezolanos; irlandeses y franceses; rusos y polacos; porque, de todo había, en
ese originalísimo Ejército, al cual el Destino, había confiado la liberación
definitiva de Quito. En extranjeras comarcas, gentes que, nunca se habían
conocido entre sí, sintiéndose todas hermanas, y como en propio hogar, porque, la
comunión de los grandes ideales, suele borrar fácilmente, las divisiones y
fronteras de la Naturaleza.!
Crecido venía ya
el novel ejército, y sí engañado, el Jefe realista de la plaza de Cuenca, pensó
en resistirlo, y aún salió por Tarqui, para batirlo; pronto cerciorado de la
verdad, tornó grupas, y el 20 de Febrero de 1822, el glorioso pabellón de
España, se despidió de los lares del Tomebamba, donde, a la sombra mitrada del
más grande de los Obispos realistas, había hechado hondas raíces el culto del
Blasón y lealtad al Rey.
Pero la Cuenca
de 1822 ya no era la de los primeros años del siglo XIX; los acontecimientos de
1820, y los martirios de 1821, habían convertido a la sumisa feudatoria de la
Colonia, en terrible amazona de la República.
La entrada del
ejército libertador en la ciudad, se verificó, no entre el agresivo silencio de
un pueblo puesto a obediencia, por el terror de las armas, sino, entre los
hurras de las muchedumbres, la música de las murgas, y el himno de los viejos
campanarios, que son, las ancestrales manifestaciones del alma cuencana, cuando
sabe sacudirle el divino calofrío del patriotismo y de la gloria.
Sucre conoció,
desde luego, que no se había equivocado, en elegir a Cuenca, para centro y
maestranza de las futuras operaciones militares, porque desde los primeros
instantes de su llegada, la valerosa lealtad, y el cívico desinterés,
irguiéronse, como heráldicos leones, en torno al escudo de la empresa
libertadora.
¡Qué días aquellos,
de fiebre patriótica y delirio republicano! ¡Se abrieron los tesoros de todos
los recursos; sumáronse los esfuerzos de todas las energías; el otro no tuvo
más dueño que la Libertad; los campos vaciaron sus trojes; las dehesas quedaron
despobladas de caballerías y reses. Documentos poseemos, de los centenares de
arrobas de carne, de pan, de menestra, con que la generosidad azuaya, amén de
enormes contingentes de sangre, alimentó, rehízo y puso, en plenitud de vigor,
los estropeados músculos y agotadas fuerzas de los moribundos soldados de la
libertad.!
¡Sangurima, nuestro grande y genial Sangurima, convirtiendo la ciudad, en
guerrera maestranza; hizo crujir todos los yunques; y chispear todas las
fraguas; y puestos a contribución, el bronce de las campanas, y el cobre de los
utensilios, y el hierro de los instrumentos; de Cuenca, sí de Cuenca, salieron
cureñas y trabucos; lanzas y espadas; viceras y proyectiles; y hasta los
clarines mismo, que debían tocar victoria en las gloriosas cumbres del Pichincha!
No hay por qué
no decirlo, ecuatorianos, ya que, la verdad, jamás es desplante, que tal vez,
sin Cuenca no habría habido la victoria, cuyo recuerdo celebramos hoy; y quizá
por ello, la Providencia, le otorgó singular corona, haciéndola madre del mayor
de los héroes, de aquella épica jornada; del mayor digo, en atención a sus
homéricas hazañas, en soberbio contraste, con la increíble puericie de los
años.
Los humildes
telares primitivos del indio, obligada acémila de toda buena o mala empresa,
arrojaron, millares de millares, de varas de lienzo y de jerga, para vestir a
los soldados que iban llegando, casi desnudos, por la desvestidora rapiña, de
selvas, páramos y tremedales. Pasma la actividad maravillosa de Heres, primer
Gobernador republicano de Cuenca, no diremos, para acumular, sino para crear
recursos y vituallas. ¡Año terrible fue, para esas comarcas doloridas,
desangradas, hambrientas; pero la población toda hizo, alegría del sacrificio,
al ver que en ellos, iba la liberación definitiva de la ilustre Quito !
Sin embargo del
aparato guerrero y de las terribles necesidades de la campaña, hermoso día fue
para Cuenca,
el de la instalación de su primera Corte republicana de Justicia. Sucre no era
solo un afortunado hombre de guerra, sino también, un Magistrado clarividente y
organizador, que, no perdía ocasión, de favorecer, el desarrollo de los pueblos
libertados, poniéndoles al amparo de las leyes colombianas. Por esta y otras
sabias providencias de Sucre y por uno como salto lírico de la libertad, Cuenca,
no obstante su inmensa distancia de los demás pueblos colombianos y de hallarse
separada de éllos, por países sujetos aún al régimen español, vino a ser el
primer girón de la Colombia de Bolívar, definitivamente organizado en el Sur.
Desde los
primeros días de Abril, el Ejército comenzó a salir al Norte, en pequeñas y en
grandes masas, que se iban escalonando, en las villas del tránsito, para que,
su presencia total, en un solo punto, no hiciese imposible la subsistencia.
Quien no conozca
los terribles desfiladeros del nevado del Azuay, no puede imaginar siquiera, el
heróico esfuerzo del Ejército patriota, para trasladarse, de las comarcas del Cañar, a las del Chimborazo. ¡Abruptas
rocas tajadas a pico; abismos que crispan
por su magnitud aterradora ; girones afilados por la fractura geológica
;nieve que congela la sangre en las arterias; raredad de aire, que envenena; y
la fatiga, la agotadora fatiga, de la ascensión a miles y miles de metros sobre
el nivel de los mares! ¡A muchos faltó la resistencia, y cadáveres quedaron,
llamando, a los cóndores del desierto, con el lívido botín de sus carnes, y
señalando, con los blancos jalones de sus huesos desmontados, el áspero camino
de la libertad!
Casi por esos
mismos días, llegaban a las montañas de Naranjal;
en viaje a Cuenca, para seguir a Quito, los 800 veteranos, que bajo la égida de
Córdova, eran el más grande contingente y la mayor promesa de victoria, que, el
genio vigilante de Bolívar, enviaba a la esperanzada solicitud de Sucre. La
naturaleza, trágica madrastra del heroísmo, burló, en un momento, la magnífica
previsión de los grandes Capitanes. ¡De los soldados del Batallón Alto
Magdalena, no llegaron, a su destino, sino los pocos desperdicios que
sobraron de la voracidad de la muerte! ¡Jamás los pantanos y tremedales de un
camino; las zarzas y tocones de una selva; la lluvia y fragor de una estación;
hicieron, en un ejército colombiano, más espantosa carnicería !
No parecía sino,
que, la Naturaleza, en plena complicidad con los realistas, saltaba, como su
mejor aliado, para destruir las huestes libertadoras. Después de haber agotado
la carne de las caballerías y el cuero de los arneses; en los delirios del
hambre, y en la catalepsia del frío; desnudos, vacilantes, aquellos valientes
extranjeros, iban quedando, entumecidos por la nieve de la muerte; ya en
trágicos grupos, en derredor de un árbol; ya en las tortuosas fauces de los
barrancos; ya amortajados de barro y paja a la vera de imposibles senderos. ¡No
exageramos; tragedia es, pero no leyenda! …… ¡Centenares de soldados, quedaron
para siempre, en la soledad de esa montaña, certificando, con su obscuro
sacrificio, la sublime abnegación del héroe anónimo, que, se entrega dócilmente
a los zarpasos de la muerte, sin soñar siquiera con los imaginarios desquites
de la gloria! …..
La montaña del
Naranjal, pasó a ser desde entonces, para los patriotas, odiosa hermana de las
llanuras de Huachi. Felizmente la previsión de Heres, llenado había,
anticipadamente, con tercios cuencanos, el inmenso vacío que, tenía de dejar,
la casi total desaparición del Alto
Magdalena.
Y ahora,
volvamos al Ejército Libertador, que, ignorante aún de tan aciagos
acontecimientos, prosigue en vigoroso avance.
Estamos ya, en
comarcas de la antigua Riobamba. Forzados hábilmente los más difíciles y bien
defendidos pasos, nuestros soldados, retaron a combate, al enemigo. La avezada
felonía de López, tentó a base de generosa hidalguía, sorprender la buena fe de
los patriotas, haciendo, estratagema de guerra, de la más inicua de las
villanías.
Como castigo a
tamaña celada, vino de súbito el formidable encuentro de caballerías de Tapi;
en que, los Gauchos y Rotos de Laballe; y los Llaneros, Montuvios y Serranos
de Ibarra, pusieron, bajo el casco de sus caballos, los trofeos del valor y de
la audacia realistas. ¡Homérico choque aquel, en que, el huracán de sables y
lanzas y boleras, y el sonante tropel de esos ferrados centauros, hicieron
temblar, la planicie, donde descansa el coloso de los Andes: la tierra con su pero equilibrado. El
cuadrupedante putrem sonitu Quatit ungula campum, de Virgilio, tuvo plena
resonancia, en aquellas salvajes soledades ecuatorianas.! ¡Masas palpitantes y
sangrientas de carnes atropelladas; cuerpos colgados de los arzones, por la
roja ligadura de las entrañas; saltos de bestias indómitas y espantadas;
interjecciones de triunfo, alaridos de agonía! . . . . . .
¡Aquel episodio,
fue un présago esboso en miniatura, de la sublime algarada de Junín!
La trompeta de los vencedores,
despertó, con dianas de victoria, a la noble Riobamba, cuna de hidalgos, donde
tenía ya robustos polluelos el cóndor de la libertad.
El rápido avance
de los patriotas, seguía como, la sombra al cuerpo, la retirada o concentración
de los realistas.
Ambato, siempre
viril y patriota, Latacunga leal y generosa, y todos los pueblos y villas del
tránsito, iban recibiendo, con transportes de júbilo y auxilios de guerra, la
gloriosa invasión de las tropas libertadoras. ¡El ardor del patriotismo; los
milagros del valor; la misma grandeza del paisaje andino; ponían, fermento de
victoria, en el pecho de los nuestros, y simiente de caída en el corazón de los
enemigos!
Era el mes de Mayo. El coronel
Maza, segundo Jefe del Alto Magdalena,
fue enviado a Guaranda, cuna también de insignes patriotas, para sujetar, a Don
Félix de San Miguel, curiosa personificación americana, de crueldad y de
intransigencia realistas; y Maza, estremóse con él y los suyos, aplicándoles,
con mano de hierro, la ley del talión y sarandeándoles sin piedad en la criba
del martirio.
Sucre, llegado a Chillo, provocó
consecutivamente al enemigo, sin lograr enfrentarlo en batalla. Convencido de
lo inútil y retardario de un pesado tren de artillería, en tales sinuosidades
geográficas, y ante un enemigo siempre en fuga, desmontando sus piezas, las
clavó en aquellas tierras. Después, buscando la conveniencia estratégica;
acosando la incertidumbre española; atisbando cumbres y llanuras; siempre en
pos del momento y campo oportunos; burlando las maniobras enemigas; fue de
avance en avance, hasta que el 23 de Mayo, sediento ya de victoria, resolvió la
ascensión por las agrias pendientes y abruptos repechos del Pichincha, no para
ir en ayuda de Bolívar, trágicamente enclavado en el cubil de la leonera
pastusa, evadiéndose del ejército de esta ciudad, sino, para evitar la
incorporación de contingentes realistas que venían del Norte, y para envolverlo
en ese flanco, dando, campo adecuado, a las actividades de su caballería. ¡No
imagino siquiera, que, en la áspera y solitaria cumbre del Pichincha, sentada,
entre las nieves del monte y los astros del cielo, le estaba esperando la
victoria, para entregarle la sortija de las nupcias !
Atrevida
resolución la del ínclito guerrero, y maravillosa disciplina, la del novel
Ejército, que, supo llevarla a cima cumplidamente, entre las espesas tinieblas
de la noche y el fragor de un aguacero tropical. No ascendía por un camino, por
un desfiladero cuando menos; sino literalmente, gateando, a saltos, revuelcos,
y caídas, por riscos y barrancales de la serranía, erizados de guijarros y
malezas, que se alzaban en la sombra de la noche, para morder, a manzalva, las
carnes y los vestidos de aquellos bravos exploradores de la gloria. ¡Y entre el
rigor de tal marcha, y entre las pericias de tal sendero; ni un grito, ni una
queja, ni una palabra siquiera, que, interrumpiendo el estratégico silencio,
los denunciase a la vigilancia enemiga!
Eran las ocho o
nueve de la mañana del 24 de Mayo de 1822, cuando, los primeros tercios
libertadores, codeándose con las nubes, detuviéronse, a flor de abismo, sobre
las excelsas cumbres del volcán, que iban a inmortalizar con su hazaña. ¡La
fatiga y el dolor, cambiáronse, en descanso y alegría, cuando vieron surgir
ante sus ojos, a Quito, la heróica víctima del despotismo realista, la
iniciadora y mártir de la independencia americana, en busca de cuya libertad,
se habían venido desde lejanas tierras, en larga odisea de sacrificios y de
sangre! ¡El pabellón de Colombia, desplegado al viento de las cumbres, como
heráldico cóndor, sacudió sus alas vencedoras, en dosel de libertad y de
gloria, sobre la ciudad cautiva!
¿Quién podrá
decir, las trágicas emociones del alma española y los épicos transportes del
alma quiteña; cuando, desde esta ciudad, vieron, flamear repentinamente, al
hermoso sol de esa mañana, el iris de Bolívar, que, venía a dar un ósculo de
gloria, a los sangrientos manes de las víctimas de Agosto. ?
La expectación
ciudadana; nerviosa al principio; altanera después; se puso a ras de bardas y
tejados, para el inquieto atisbar, de los movimientos del Ejército libertador,
en el cual se habían enrolado, desde días anteriores, destacamentos de
voluntarios quiteños.
Los españoles
temerosos o desconcertados, emprendieron a su vez, la ascensión del volcán. ¡El
vértigo de la sorpresa, o más bien la fuerza del Destino, les empujaba también
a la cumbre, para que desde la cumbre fuera más tremenda la caída!
Fatigando
hombres y destroncando caballerías, en breve plazo, lograron coronar su
atrevida ambición. Impasibles y serenos, contemplaban tan agrio ascenso, los
soldados de Sucre; mientras la ciudad, anhelosa, inquieta, jadeante, agonizaba,
en el terrible calofrío, de la trágica expectación.
¡Ese era para
Quito, la más grande de sus horas; porque no sabía, si, de su sagrada montaña,
iban, a poco, a descender sobre ella, el alud victorioso de las venganzas, o
las auras divinas de la libertad triunfante!
No vamos a
describir militarmente, el reparto y disposición estratégica de los ejércitos;
no, que éllo, corresponde, a quien, para ello, posea la ciencia técnica del
caso; queremos sólo, que vosotros tengáis, la visión sumaria del combate.
Puestos los
primeros destacamentos, a distancia de tiro, rompiéronse los fuegos, cuyos
primeros truenos, parecían duplicarse en las quiebras y en los riscos,
dilatando su fragor, por la soledad de la montaña. La batalla, fue inesperada, y
la integración de las tropas colombianas no concluía aún ; el parque y parte
del ejército, habían quedado muy retrasados ; el sitio escabroso y desconocido,
no permitía desarrollar, un plan previamente estudiado; mas el momento y la
situación no permitían espera; era pues necesario batirse; vencer o morir. La
experiencia militar de Sucre, y la indómita fiereza de sus huestes,
magnificadas por la grandiosidad del escenario, iban, a sacar partido, del
imprevisto encuentro, sorteando la suerte de las armas de Colombia, en el azar
de una heroica aventura.
¡Soberbia la
arremetida ; recio el batallar; el valor de entrambos combatientes parecía
dividirse del manto de la victoria; las sinuosidades y relieves del volcánico
terreno, despertaban y frustraban, a cada momento, nuevas iniciativas, de Jefes
y Oficiales, soldados de Colombia y soldados de España, rodaban, en marejadas
de sangre, sembrando, las abruptas pendientes, de palpitantes rosas de
martirio. Y los buitres y los lobos, parecían huir de esa montaña sacudida por
el fragor de una tormenta de fuego!
Hostigados los
bravos de Colombia, de la tardía pesadez del plomo, desencadenaron la tempestad
de los aceros, aventando, entre un ciclón de sables y bayonetas, la audacia y
el valor de los realistas, a los abismos de la muerte. El choque inacabable de
los hierros, sedientos de sangre, hacía vibrar chispas y relámpagos de tragedia
!
Largo iba el
terrible encuentro, y Sucre, multiplicando su vigiladora presencia, tendía
miradas de serenidad y de gloria, sobre la heróica temeridad de sus soldados.
Aquel muchacho
de Cumaná, puesto sobre la cumbre del ejército libertador y sobre la cumbre del
volcán andino, irradiaba, alto, sereno, majestuoso, con la eterna juventud del
valor y la sublime ancianidad de la sabiduría.!
Pasaban lentas
las horas; hasta que, diezmados, deshechos, enloquecidos, los realistas, al
empuje irresistible de las cargas colombianas, empezaron a descender, en
torrentes de tragedia, ansiosos de escapar de la muerte, en brazos de la
derrota !
¡Las dianas del
triunfo, en un lejano temblor de épicas emociones, anunciaron a Quito, en
redención; el poema de la libertad ecuatoriana acabada de escribir, su último
canto, en las páginas de nieve, del Monte más alto en la Geografía Moral del
Continente !
Mientras
los soldados vencedores, perseguían la derrota de los realistas; en su recodo
de la montaña, un grupo colombiano demoraba en torno de un moribundo. ¡Era Calderón
que, destartalado y sangriento, enviaba, desde el tálamo de la muerte, su
última sonrisa de dolor a la Patria redimida.!
¡Mancebo digno
de las edades heroicas; su memoria es un código de honor para nosotros; jamás
deberíamos pronunciar su nombre, sin poner la mano en la espada y el corazón en
la Patria! ¡Todos los magnánimos
esfuerzos; todos los generosos contingentes; todos los grandes padecimientos,
de Cuenca, divinamente retribuidos quedaron, con aquella enorme flor de sangre
y de gloria, con que, remató Dios, la corona de la libertad ecuatoriana . . . .
.!
¡Después de la
batalla,; Sucre siempre noble y clemente siempre, ofreció al honor del vencido,
el generoso reducto de una capitulación; y descendió a esta ciudad redimida por
su espada, no con arrestos de vencedor y en traje de victoria, sino con la
humilde blusa de campaña; y como soldado al fin, y magno soldado de la Gran Colombia,
antes de poner su cortesanía, al servicio de las alegrías del triunfo y de los
saraos de la gratitud, fue al templo del Señor de los Ejércitos, y en el sitio
mismo, donde centurias antes rezara Benalcázar, al terminar la conquista de estos
territorios, cayó Sucre de rodillas, para bendecir al Dios de las victorias; y
allí se estuvo, en largo y abismado recogimiento, estrechando contra su
convulso pecho la redentora cruz del pomo de su espada! . . . . .
Para concluir;
debíamos preguntarnos los frutos que, de una centuria de libertad, hemos
obtenido.
Pero, la
revisión histórica de errores y miserias, es siempre dolorosa, y hoy es día de
júbilo y de gloria.
Mas, no por eso,
hagamos del estéril pesimismo, que es la trágica mentira del vacío, alma y
solución de nuestros problemas.
¡Hora es de que,
en tiempo, y, a la centenaria luz, de las gestas de nuestra emancipación,
haciendo el cruel, pero necesario examen de nuestros defectos y caídas;
pongamos, cauterio de virtud en nuestras llagas sociales; simiente de
resurrección en la catalepsia nacional; motor de vida en la desmontada máquina
de nuestras energías; blasón de triunfo en el estandarte de nuestras empresas! ¡No
hagamos, de las páginas escritas con sangre libertadora, libro inútil de
gloriosas vanidades, sino estatuto de honor, código de justicia, decálogo del
derecho! ¡Los héroes no murieron, para que, nosotros, tengamos epopeyas que
cantar, sino ejemplos de virtud y patriotismo que seguir! ¡Recojamos, en urnas
de oro, la ceniza de sus despojos, pero, no hechemos en cántaro roto, la sabiduría
de sus hechos!
¡No dejemos que
la roña del orín venga a corroer los gloriosos aceros, donde palpitó el alma de
la libertad!
¡Hagamos del
hierro, reja de enflorar baldíos, y espada de acotar derechos!
-
Y si, en la economía de la
Historia, nacimos para morir en juventud; caigamos sí, pero caigamos con la
fiebre de los grandes anhelos, no con entumecimiento de las menguadas
realidades!
¡La mano en el hierro; el cerebro en la verdad; el corazón en la
esperanza; avancemos resueltos, a la conquista del porvenir, seguros de que el
Dios de las Naciones, jamás nos negará su Providencia, y seguros también de
que, la maldad humana, jamás puede torcer la conclusión de los silogismos
eternos!
Sin mezquindades de doctrina; sin fronteras de egoísmo; sin mentiras
de libertad; sin mutilaciones de la justicia; en una soberano arranque de comprensión
y amor: pongamos, sobre los Partidos, a la Patria, a la Humanidad; sobre la
Humanidad, a DIOS! . . . .