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viernes, 24 de noviembre de 2023

NUESTOS PINOS DEL PARQUE TIENEN SU HISTORIA

  - Dr. César Hermida Piedra

Ahí están, hieráticos, majestuosos, adustos, con la adustez y majestuosidad que dan los 120 (148) años de vida bien vivida. Están viejos; pero no ancianos, porque no se cumplió el preocupado temor que tenía quien los plantó en el corazón de la ciudad, con amor de padre: "Lástima será que el curso del tiempo les imprima aquel desagradable aspecto de ancianidad que suele deslucir tan admirables plantas", decía el ilustrado Viejo Luis Cordero, que las trajo desde Chile, cuando su viaje en 1875.

Así escribía, en 1911, contándonos de la siembra que hizo alrededor de la pila central, de ocho plantitas, para adorno de ella, sólo que ahora más bien hacen guardia a un monumento pues la pileta desapareció hace algunos años; aquella pileta con cuyo adorno también se recrearon nuestros ojos de niños, y en cuyas linfas se saciaron muchas veces las sedes de nuestra edad escolar.

No, Ilustre y Benemérito Señor, ya no hay la pileta española en vuestro parque; y no hay verjas de hierro que protejan sus jardines. Han pasado tantos años!!! Las nuevas generaciones tienen nuevo sentido estético. ¿Mejor? ¿Peor? Pero del parque que vos adornásteis, y que engolosinaron nuestros años mozos, quedó sólo para el recuerdo...

Me he permitido esta invocación, porque apenas miro los pinos del Parque, en mi imagen surge la figura del Gran Viejo Luis Cordero, de quien no se ha dicho todavía toda su valía de polígrafo y especialmente de naturalista.

Fue en agosto de 1875 cuando Luis Cordero salió para Chile. Coincidencias del destino, según detalles que nos contara uno de sus descendientes: el 6 de agosto día de la muerte de García Moreno, salía precisamente de Guayaquil, rumbo a su cometido oficial. No es ésta la oportunidad de hablar de su actuación en el país amigo, pero cuando regresa, trae con mucho cuidado en macetas, las primeras plantitas de "Araucaria excelsa" nombre científico de los llamados "pinos de escudilla", que sirven tanto por su madera, como por ser plantas de adorno, por sus elegantes formas. Viene desde Valparaíso, a bordo de un barco que hace más de una semana de navegación. En Lima hace escala y algunas semillas que también trajo, parece que comenzaron a germinar y hubo que transplantarlas y traerlas en plantitas desde Lima. El mismo lo cuenta, con toda ingenuidad.


Las " Araucaria Excelsa"  (que nombre tan bien puesto)  llegan a Guayaquil por fin. Ahora hay que transmontar la cordillera a lomo de mula, y las preciadas "muestras" tienen que venir bien atendidas, ¡Cuidado se marchiten! Vienen sobre la carga seguramente o quien sabe si el dueño las trae en sus propias manos a las mejor desarrolladas. (o diríamos a las menores) Atraviesan el Cajas en medio de las ventiscas de la cordillera, recordando los fríos invernales de su Chile lejano. Y, por fin, llegan a Cuenca, probablemente a fines de octubre o comienzos de noviembre; pues es tradición familiar, que, preparado el buen terreno alrededor de la "pila", en el parque, el Gran Viejo lo sembró un 3 de Noviembre de 1875. Son ocho inmigrantes que vienen a formar una corona en el centro del vetusto parque. Ahí tienen la humedad del pilancón cercano y el cariño de  sus vecinas vegetales.

Me imagino cómo se regodearía de placer el que las sembró, y en su mente se esbozarían ya, algo informes, los pensamientos que escribió treinta años después: "Es un árbol verdaderamente hermoso por lo elevado de su talla, lo fino de su follaje y la admirable simetría de sus ramas expandidas horizontalmente en amplios y bien dispuestos verticilos, de singular elegancia."

"¡Araucaria Excelsa!"  Pobres inmigrantes recién trasplantadas. De excelsas no tenían nada todavía. Pero crecieron sin contratiempo; no las marchitó el cambo de clima, ni de ambiente; se nacionalizaron cuencanas desde su nueva siembra, y a la sombra de Cuenca, su madre adoptiva, crecieron lozanas, elegantes, al par de las nuevas generaciones, para llegar a ser después esos grandes árboles majestuosos que hoy contemplamos; y que dieron sombra a su vez, a generaciones de chiquillos y de jilgueros que en sus ramas aprendieron a cantar la sinfonía de la vida.

Id una de estas tardes, cuando el sol ha declinado en el acaso, o si queréis gozar mejor, a pleno pulmón de la frescura matinal; anticipaos a oírles al clarear el día: una orquesta miliunanochesca, propia de una sueño de hadas, os deleitará, con una música de trinos gorjeos de pajarillos, que vuelan en cada rama de nuestros solemnes pinos verdaderos altoparlantes orientados hacia los cuatro puntos cardinales de nuestra ciudad querida.

   Ahí están nuestros pinos. Son ochos hermanos que se abrazan discretamente con el extremo de sus ramajes en círculo. Ellos han visto más de cien años de la Historia de Cuenca; saben de los días tristes y de los días de gloria de su ciudad, esperan todos los años, los meses de diciembre y abril; porque saben que en esas épocas y alguna que otra, esporádica, sus ramajes, lucirán orgullosas las bombillas eléctricas, que en el mundo verde de sus vidas, significará como estrellas en la noche.

Han pasado 120 años de este continuo despertar cada mañana con su ciudad. Los vientos, las escarchas, las tempestades invernales, las han respetado. Son los venerables viejos que han presidido desde antaño, el cantar de la morlaquía, las fiestas de nuestros "Centenarios" y todo el quehacer de nuestro vecindario morlaco.

  Junto con ellos vinieron otros inmigrantes traídos por las mismas manos del Benemérito Viejo: la humilde Yedra, el quejumbroso "Sauce llorón", el útil "Boldo", la elegante "Bola de nieve" y otros géneros y especies más, pero estas, no tuvieron historia de renombre, quedaron como las "pobres cenicientas" que decía Manuel Muñoz Cueva. Los pinos del parque, son especies de abolengo tienen una historia de prosapia; y ellos mismos han formado parte de un aparte de la historia de Cuenca, desde hace cien y más años.

Es justo que los celebremos. Es justo que en el día de Cuenca recordemos que en el centro del parque hay ocho viejos hermanos nuestros y hermanos de nuestros abuelos, que esperan " el veredicto" que no puede ser otro que un elevado reconocimiento, a su grata compañia de tantos años y a la acuciosa preocupación de quien los trajo desde los bosques de Chile, para que acompañaran, como hermanos de probada longevidad, a las varias generaciones que gozarían de su sombra centenaria.

   

 

viernes, 22 de septiembre de 2023

OFICIO Gobernación del Asuay

Señor intendente del departamento del Asuay. __ 


 Por comunicaciones que dirijio de Guayaquil el Sr. jeneral (I)Ygnacio Torres intendente interino de aquel departamento con fecha 2 de Octubre ultimo há sido impuesto el Libertador presidente que al fin se terminó la revolución causada por el regreso de la tercera division ausmar (husar) del Perú, y que el pueblo dé Guayaquil despues de sufrir graves males por haberse separado de la obediencia á las lejitimas autoridades de la Republica, se han sometido de nuevo á la Constitucion y a las leyes. Al mismo tiempo que el Libertador deplora estos males y que aplica todo su cuidado á repararlos del modo posible, y á que Guayaquil recupere la prosperidad de que gozaba, me há ordenado manifiesta á V.S. que el gobierno se halla satisfecho de la conducta que han observado los pueblos y las autoridades del Asuay en la crisis que han surido los departamentos del Sur desde el regreso de la tercera division: ellos han manifestado un espiritu verderamente colombiano y una consagracion absoluta á sostener la constitucion y las leyes aun haciendo los mas dolorosos sacrificios. Restablecida la paz interior de colombioa como felizmente se ha conseguido, el Libertador aplicará un especial cuidado al alivio de ese departamento, y á fomentar su prosperidad interior cuanto lo permitan las circunstancias.


V.S. se sevirá hacer trasendental al publico esta comunicacion para satisfaccion de los pueblos de su departamento. __ 


Dios guarde á V.S __ 


J. Manuel Restrepo.__

lunes, 24 de julio de 2023

HIMNO A BOLIVAR


¡Fuego, fuego, volcanes andinos!


inflamando la esfera, bramad;


que del muerto gigante la sombra


¡Hoy se yergue soberbia y audaz!





Rayos vibra su diestra terrible;


son sus iras las iras del mar,


y las hordas que ataca y dispersa;


polvo en alas de raudo huracán.





Cuando blande su acero fulmíneo;


campos brillan de lumbre inmortal;


para el héroe centellas de gloria,


para el pueblo otra luz ¡libertad!





¡Fuego, fuego, sublimes volcanes!,


un saludo al egregio Titán


que del Ávila al Misti desata


furibunda y veloz tempestad.





A su voz se estremecen los Andes:


es el dios de la guerra, que va


suscitando naciones del caos,


al crujir de su carro marcial.





Destrozada la torpe cadena,


Salta el ciervo a la lid pertinaz,


Y, al traquido del último trueno,


tiene patria gloriosa que amar.





En el vasto palenque de un mundo


estampadas las huellas están


del guerrero que, orgullo del genio


de los siglos asombro será.





Los cien campos de atlética lucha


fastos son que, de edad en edad,


del insigne campeón colombiano


las hazañas al tiempo dirán.





Donde férvida sangre patricia


fue regada en copioso raudal,


bosques hay de sagrados laureles


que el estío no agota jamás.





Encended vuestras crestas, volcanes;


conmoviendo las sierras, tronad;


¡fuego, fuego, que el Sol de Colombia


hoy fulgura con luz secular!





¡Oh eminente Bolívar! ¡Oh Padre!


mil tributos de afectos filial


te consagre la noble progenie,


a quien dio tu valor libertad.





Grito inmenso de júbilo estallle


del Atlante al Pacífico mar;


rompa Olmedo su bélico canto:


¡poblaciones del orbe, escuchad!





¡Ecuador! a las plantas del Héroe


pon, rendido, la espada triunfal


con que en lides sangrientas supiste


de tiranos las huestes postrar.





¡Sea el grande, el excelso Bolívar


nuestro numen augusto de paz;


templo suyo la América toda;


Chimborazo su espléndido altar!




LCC

domingo, 23 de julio de 2023

VALIOSO DESCUBRIMIENTO ARTISTICO: UN INTERESANTE CUADRO QUITEÑO DEL SIGLO XVI EN EL MUSEO ARQUEOLOGICO NACIONAL DE MADRID



Cuando nuestro ilustre amigo D. José Moreno Carbonero nos dio la noticia de que en una de las dependencias del Museo Arqueológico de esta Villa y Corte se encontraban unos cuadros quiteños, no pudo imaginar las consecuencias que su indicación iba á tener para la historia del Arte español en América; pues ella iba á revelar el nombre de un gran artista, desconocido en su propia patria, y que con la primera obra con que surge del olvido de los hombres, aparece como el eslabón que une con el arte español del Renacimiento el admirable quiteño del siglo XVII, y como el antecedente, que en gran parte explica su desarrollo. 

 

Hasta hoy, la pintura quiteña, tan admirada por los que la conocen, aparecía en el siglo XVII en todo su auge con dos notabilísimos pintores: Miguel de Santiago y Nicolás Javier de Goribar, cuya filiación educativa no se ha podido darla, por falta de antecedentes seguros y bien documentados acerca de los pintores quiteños y de los españoles que pasaron á Quito y florecieron allí en el siglo XVI.  

 

Lo más que se alcanzó a saber fue que fray Pedro Gosseal, religioso franciscano natural de Lovaina, y uno de los fundadores del convento de San Francisco, de Quito, en 1534, fue pintor, siendo probable que él diese las primeras lecciones de dibujo y pintura á los indios y á los hijos de los colonos españoles que se educaban en la escuela que los franciscanos tenían en su propio convento; pero sin que se supiera los discípulos, más o menos aventajados, que de ella salieron, como tampoco los que se educaron en la que sostenían los jesuitas á principios del siglo XVII bajo la dirección del hermano Hernando de la Cruz, pintor de raro genio, del cual conócense muchas obras; menos aún los que aprendieron el arte en los obradores de los españoles Juan de Illescas y Luis de Ribera, que pintaron algunos cuadros en la Catedral y San Francisco. 

 

El único pintor quiteño que aparece con algún renombre en el siglo XVI es el padre fray Pedro Bedón, religioso dominicano, del que se conocen varias obras, pues no hemos de hacer otra cosa que citar el nombre de Juan Sánchez de Xerez Bohorques, el conocido espía de la Real Audiencia cuando la Revolución de las Alcabalas (1592), del cual no se tiene más noticia que la de haber solicitado al Rey de España el permiso para pintar un cuadro en que apareciera él mismo arrodillado delante de Felipe II y en actitud de entregarle una carta, símbolo de sus intrigas y delaciones, y por la ejecución del cual pedía la cantidad de doce mil pesos. 

 

Así, pues, la historia de la pintura quiteña aparecía hasta hoy llena del anónimo en el siglo XVI, y con dos artistas de grande é indiscutible valor, en el siglo XVII, surgidos tan repentinamente, que se llegó á dudar si frutos tan aislados en la cultura colonial quiteña no serían extraños á ella. Nada explicaba su presentación en el escenario improvisado de una sociedad que apenas si tenía cien años de formación y vida, cuando no se sabía de dónde vinieron aquellos hombres ni qué eslabones les unían con los artistas españoles, si acaso no salieron nunca de América para venir á España. Es claro que al revisar los enormes museos de pintura que son las iglesias y conventos de Quito, se encuentran telas trabajadas en aquella ciudad durante el siglo XVI; pero su anonimismo impide, naturalmente, clasificarlas con la distinción necesaria de autores y sucesión de fechas, á fin de establecer su cronología con la debida separación de lo español y quiteño. 

 

El cuadro descubierto en el Museo arqueológico Nacional de Madrid viene á hacer luz en las tinieblas, pues fechado en 1599 por un pintor, Sánchez Galaquer ó Galques, quien al pie de su firma se califica como “natural de Quito”, constituye un documento de valor inapreciable para el esclarecimiento de la historia del arte quiteño colonial, tan interesante, principalmente para España, con suya historia artística está ligado, como derivación de su cultura y formación educativa de sus hijos que colonizaron ese privilegiado país, llamado, con razón, por el ilustres Giulio Arístide Sartorio “la Atenas americana y el corazón de la América latina”. 

 

Pero, antes de todo, veamos la historia del cuadro, y así, aun podremos comprender todo su valor. 

 

Al noroeste de la actual República del Ecuador existe la riquísima provincia de Esmeraldas, que poblada de belicosas tribus cuando la conquista española, fue ocupada en parte por unos náufragos negros que venían de México, y dominada por el capitán de ellos, Alonso de Illescas, que se convirtió en verdadero régulo de todas ellas, no bien hubieron los conquistadores españoles pacificado el reino de Quito. Contra esos negros y sus descendientes, nacidos del cruce racial del indio y negro, se estrellaron cerca de treinta expediciones militares que fueron á pacificarlos, hasta que, transcurridos más o menos cincuenta años, los religiosos mercedarios de Quito lo lograron, á solicitud del oidor D. Juan del Barrio de Sepúlveda, encargado por la Real Audiencia de terminar la empresa del mejor modo posible. El año de 1598 salían de Quito los primeros mulatos, y el oidor Sepúlveda, considerando aquello como su triunfo propio, quiso hacer conocer del Rey Felipe Tercero tanto la verdad de esa pacificación como la figura de sus nuevos vasallos; y, al efecto, dice el historiador González Suárez, hizo hacer su retrato y lo envió á Su Majestad.   

 

Nadie se había preocupado de averiguar por el paradero de ese importantísimo documento, hasta que la casualidad ha querido dárnoslo á conocer. En él figuran, en armonioso grupo, tres de aquellos terribles mulatos, apuestos de rostro y elegantemente vestidos á la española, con la golilla blanca y el jubón y capa de colores, que tanto privaban en la época; pero también con su lanza de chonta y sus curiosísimos adornos de oro en boca, nariz y orejas, que será seguramente una verdadera revelación para los etnógrafos, ya que los datos conocidos hasta ahora sobre el particular son deficientes.  

Para completar el documento, el oidor ha hecho que el pintor consignara el nombre de cada retratado y su respectiva edad, con lo cual sabemos que ellos se llamaban Francisco, Pedro y Domingo, y deducimos fácilmente que el primero era el padre de los segundos. Ni olvidó tampoco Sepúlveda de hacer inscribir en el lienzo su dedicatoria al Rey Felipe Tercero. 

 

Todo, pues, en el cuadro es interesante como documento para la Historia general de España y la particular de América, lo mismo que para la etnografía y el arte. Y considerándolo sólo desde este aspecto, no vacilamos en calificarlo de precioso, sea por la calidad de la obra, que delata un artista de relevantes méritos, sea por que fundamenta la excelencia de la pintura quiteña en el propio siglo XVI; proporcionando además un nuevo dato para aplastar á los denigradores de la obra colonizadora de España en América; pues por él sabemos que en 1599, es decir, en el año preciso en que nacía Velázquez, y mientras en la Península florecían Alonso Berruguete, Pantoja de la Cruz y el Greco, en una naciente colonia americana, apenas nacida en 1534, el quiteño Sánchez Galquer seguía magníficamente sus admirables huellas. 

 

Y concluyamos esta ligera presentación del cuadro rindiendo un homenaje á la Casualidad, que nos ha hecho su revelación precisamente cuando la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando fundada en Quito la primera de sus filiales, precisamente en reconocimiento del gran arte que allí se desarrolló durante toda la época de la colonización española.  

 

 

José Gabriel Navarro 

  






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       Tomado de la revista La Esfera N*.299, Madrid, abril 1929.