Primer
Viaje a Loja
PRELIMINAR.
<Desgraciado el europeo, dice
Mistress Trollope, que viaja a la Ameríca sin conocimientos botánicos>. En efecto, parece que esta parte de la
Historia natural ha presentado á cualquier viajero casi todos los objetos de
utilidad y de deleite en todas las partes del antiguo continente. Pero la
América, en sus bosques, tiene riquezas que están todavía ocultas á las
investigaciones de los sabios.
El zoologista no siempre encuentra animales; y para
tenerlos á mano ha menester muchos desvelos y molestias. El mineralogista
necesita de la geología y de la química para perfeccionar su ciencia; y aun con
todo esto los minerales no se presentan á su vista con frecuencia. Pero el botánico no hay
paso que dé sin hallar nuevos objetos de placer. Si del hondo valle sube a la
eminencia de los Andes, recorre una escala geográfica que le presenta
variedades de plantas análogas á la diversa temperatura que va experimentando;
por manera que dentro de tres ó cuatro horas ha observado más vegetales que los
que podría el viajero europeo haber visto en muchos meses en su curso del
Mediodía al Norte de Europa.
El
botánico contempla la naturaleza en el punto de vista más importante: esta
naturaleza que, según la expresión de un sabio, ha colocado su trono en el
campo para que, observándola en su palacio, tengamos la ventaja de adquirir la
salud, que no se halla en los palacios de los reyes. Todo llama la atención del
botánico: una flor, una hoja, una nueva familia, un nuevo género, una especie…
la naturaleza le rodea por todas partes. Algunas herbáceas bajo sus pies; las
matas y los arbustos á sus lados, y los arboles sobre su cabeza. Engolfado en este mar de delicias, camina
sin sentir los rigores del calor y del frío.
El
sistema sexual de Linneo es en botánica lo que el de Copérnico en astronomía;
esto es, que las apariencias bien se pueden tomar por realidades hasta que aparezca
otro sistema mejor. Las objeciones contra el sistema linneano son débiles, y en
el día están todas satisfechas. La mayor, que consistía en la fecundidad de las
semillas de las plantas hembras sin el concurso de las flores machos, es nula;
porque casi no hay planta, de la clase diecia, que accidentalmente no produzca alguna flor macho. Por ejemplo, yo
he observado en la PAPAYA que las plantas hembras tiene algunas veces flores
hermafroditas; y otras, unisexuales; con esta diferencia, que las hermafroditas
son de la clase dodecandria; y las flores machos son de la decandria, como
vemos siempre en los pies que llevan estas flores. En suma, no es posible
explicar de otro modo que por una generación esas inclinaciones de los órganos reproductores
de las plantas. Unas veces las anteras se inclinan á los estigmas; otras, los
estigmas á las anteras: éstas derraman el polen; aquellos lo reciben, se
retiran y perecen. En la floración de las umbelíferas y de otras plantas que
tienen muchas flores reunidas, se observa al mismo tiempo una variedad de
fenómenos muy curiosos. La tristeza después
del coito, según la observación de Aristóteles, no sólo se verifica en los
animales, sino también en las plantas. El cáliz, los pétalos y todo lo que
servía para cubrir y conservar los órganos de la generación, se marchitan y
desaparecen poco á poco á medida que éstos han ejecutado la grande obra de la
naturaleza. La flor se destruye y al ovario le sucede un fruto, como en el
animal, después de la generación, un embrión, un feto. Todo esto encanta al que
sigue la marcha de la naturaleza y el poder y sabiduría del Criador.
Si
del placer que proporciona la botánica pasamos á su utilidad, ¡qué cosas tan
admirables no encierra esta ciencia! sin botánica no hay medicina; sin botánica
muchas artes estarían olvidadas; ó ignoradas, ó en su infancia. Yo atribuyo la
superioridad de los modernos sobre los antiguos, en las artes, á los progresos
de la botánica.
Pero
no solamente es deleitable y útil la filología
(+fitografía) ó botánica á los
hombres en general, sino que, en cierto modo, es necesaria á los eclesiásticos para
la inteligencia de los vegetales bíblicos. Cualquiera que lea la obra del célebre
inglés Guillermo Carpenter intitulada: Historia
natural de la Escritura ó Exposición descriptiva de la geología, botánica y zoología
de la Biblia, quedará convencido de esta verdad. Además, un cura, por
ejemplo, sería útil á sí mismo, á sus feligreses y á todos sus semejantes si
con algunas nociones botánicas, tomase posesión de su beneficio rural. Allí
podría estudiar las virtudes (**) de las plantas con la comodidad, que no la
tiene un viajero ó un sabio en su gabinete. Un cura de montañas, sobre todo, ¿qué descubrimientos tan útiles no haría en
los bosques, que se hallan todavía vírgenes, y los transmitiría á la posteridad?
Para todo
esto es preciso amor á la botánica y poseer los elementos de esta ciencia.
Entre
nosotros la Historia natural se halla tan abandonada, que parece no la
necesitamos, ó que solamente deben emprenderla los ociosos, ó los que no han
nacido para mandar y obtener empleos. ¡Qué desgracia! Con el objeto, pues, de
estimular á mis compatriotas á tan útil estudio, he querido publicar los
ligeros apuntes que he hecho durante mi
viaje a Loja.
Muchos
me dirán que no tengo bastante autoridad para dar nombres científicos á algunas
plantas. Esta objeción la hicieron a Linneo y á otros: ella no merece contestación.
Sea lo que fuere, en materia de Historia natural, siempre hay algo que leer con
agrado, aunque la obra padezca algunas objeciones, tal vez fundadas.
OBJETO DE MI VIAJE
Este
fue el deseo de hacer algunas observaciones sobre la cascarilla (1) sobre el
monte Uritosinga, tan afamado por las especies de quinos que produce. No me fue
posible pasar inmediatamente a dicho monte, por estar la ciudad de Loja en el
preparativo de celebrar el Jubileo que el actual Pontífice concedió a la
iglesia universal, con el implorar la misericordia del Señor, en medio de
tantas calamidades públicas. Me contraje, pues, a dar ejercicios espirituales,
y tuve el placer de observar un movimiento cristiano casi general. El pueblo de
Loja es muy religioso y muchas personas de la clase elevada, principalmente las
mujeres, llevan una vida edificante. El cura de la matriz de Loja, eclesiástico
ejemplar, y los Padres de Santo Domingo, cuya iglesia es el asilo de la devoción,
fomentan piedad en unión de los demás beneméritos sacerdotes.
Por distraerme algo de las fatigas del púlpito y del
confesionario, leía a veces algunas obras que hallaba por casualidad.
Luego
que respiré un poco de mis fatigas, traté de hacer algunas herborizaciones. Con
este objeto me dirigí al citado monte, pasando
por los valles de Malacatos y Piscobamba. Yo quisiera tener el genio de Mr.
de Chateubriand, admirable en sus descripciones y pinturas, para expresar la sensación
que produjo en mí la visita de aquellos valles. El ambiente perfumado con las
flores de los naranjos, de los chirimoyos, y de los fayques; el canto armonioso
de tantos pájaros en medio del follaje de los árboles, y el aire moderadamente
caloroso, parece que daban un nuevo ser a mi vida. Un verjel de ocho o nueve leguas, siempre ameno, siempre rodeado de ríos
bastante caudalosos, me presentaban la idea, aunque débil, del delicioso huerto
de Edén, donde respiraba la inocencia, y donde murió para no resucitar jamás.
Nunca se borrará de mi imaginación tan bellos espectáculo, y diera lo más caro
de mi vida para que en mí volviese a renovarse. Pero
!que infeliz condición la del hombre¡ Jamás logrará la dicha que en él se
renueve la primera sensación del placer.
Volviendo
a tomar el hilo de mi narración, digo que no me fue posible ir al monte
mencionado: la distancia y la estación lluviosa me embarazaron. Mas no fue inútil
mi viaje; porque mi apreciable amigo, el Sr. José Miguel Carrión (2), que tomó
un vivo interés en mis observaciones, me prometió enviar peritos que trajesen
del monte cuantas especies de quinos se encontrasen; y en efecto, así se verificó.
Me trajeron, pues, siete hacecillos, que constaban de cortezas, hojas y frutos.
Para hablar con algún método acerca de esto, y de otros particulares relativos
a mis observaciones, trataré primeramente de los vegetales, después de los minerales,
y últimamente de los animales con arreglo al orden conque se me presentaron,
poco más o menos.
F.V.S.
(continuará
…)
(1) Hablando botánicamente la
cascarilla es distinta de la quina. Esta corteza es de los quinos que
pertenecen a la clase pentandria monoginia de Linneo y la cascarilla, aunque
sea un equivalente de la quina en el tratamiento de las fiebres intermitentes,
pertenece a la clase mocenia monadelfia, y al género de los crotones: crotón cascarilla.
Así, pues, usaré el término de quina, para la corteza, y del quino, para el árbol.
(2) Este recomendable joven ha sido
víctima de innumerables disgustos por haber sido gobernador de Loja,
verificando en su persona aquella sentencia de Pitágoras: “Ciudadano, si te
hacen gobernador de una ciudad pequeña, prepara tu mula y tu maleta”; dando a
entender que la magistratura es muy peligrosa en los lugares pequeños.
(**), - Digo virtudes, porque lo esencial de la botánica
no consiste en contar estambres y pistilos y clasificar según los sistemas que
hay sobre la materia. Un indio que sepa distinguir las plantas útiles de las inútiles,
las salutíferas de las nocivas, etc., es un verdadero botánico.
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