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martes, 6 de marzo de 2018

LUIS CORDERO C (1833 Déleg, Cañar - 1912 Cuenca, Azuay)







Ya que la Patria querida,
madre al fin gradecida,
los méritos galardona
muy modestos de mi vida,
ostentaré la Corona
cual si fuese merecida.

Mas, tú, Juventud amada,
que ayer al mundo llegada,
poco sabes de mi historia,
preguntarás asombrada,
¿por qué, al fin de la jornada,
me alumbra el sol de la gloria?

La sencilla narración,
que en familiar confidencia,
el rumbo y la inclinación,
bosqueje de mi existencia,
te hará ver con evidencia,
que esta corona es lección.

A diez millas de distancia
de esta Tomebamba bella,
excelsa cumbre descuella,
diré que con arrogancia,
porque dos veces desde ella,
midió al planeta La Francia.

En sus flancos, selva umbría,
a sus pies, amplia llanura,
donde a flores y verdura
dan sustento a su lozanía,
dos raudales de agua pura,
que la cumbre les envía.

En ese campo nací,
entre arrayanes y nidos,
porque los seres queridos
a quienes el ser debí,
allá fueron conducidos,
por Dios que lo quiso así.

Y a ventura lo reputo:
pues al aire perfumado,
la frescura del collado,
las plantas, la luz, me han dado
el vigor de que disfruto
aún para ser coronado.

Si mi cerviz no se inclina
por más que el tiempo la agravia,
si no me postro en la ignavia
de la inercia vespertina,
es porque mi sangre es savia
de vegetación andina.

Robusto el cuerpo sentí,
robusto como lo siento,
mas, ¿qué fue del pensamiento
que estaba latiendo en mí?
¿Quién lo despertó al momento?
¿En qué antorcha lo encendí?
Oh! mi padre; Oh! director
de mi enseñanza primera,
cuán otra, qué superior
la de todo niño fuera,
si, cual yo tuve, tuviera
por primer maestro al amor!

Al iniciar sus lecciones
mi niñez afortunada,
halló una fuente sagrada
de admirables instrucciones,
en las sabias producciones
de todo un Luis de Granada.

De él aprendí por favor
de mi suerte, muy temprano,
a saborear el primor
del lenguaje castellano,
tan sonoro, tan galano,
musical y seductor.

Mas, como entre indios, nací
sus cabañas frecuenté,
con sus párvulos jugué,
sus penas supe y sentí,
su doliente quichua fue
nuevo idioma para mí.

Luego que de ésta y de aquel
adquirí noción distinta,
y el arte supe que fiel
conceptos del alma pinta,
tesoro juzgué la tinta,
cándida joya el papel.

Y al mirar flores y estrellas,
yo no sé cuáles más bellas,
en el prado y en el cielo,
ansioso de hablar con ellos,
rimé, siguiendo las huellas,
de mi padre y de mi abuelo.

Pero al notar la aptitud
algo especial de mi mente,
previendo el camino inminente
de mi infancia en juventud,
les di a mis padres frecuentes
causas de triste inquietud.

Penaron porque pensaron
que algo más saber podría;
con la impotencia lucharon
de su pobre medianía
Pero un día… ¡fausto día!
de la aldea me arrancaron.

… Y a Cuenca, vergel precioso,
de aves, de fuentes, de flores,
de gracias y de cantores,
llegué, temblando de gozo,
cierto de lo venturoso
de mis años posteriores.

Su Seminario excelente,
que a mil azuayos formar
supo, cual sabe al presente,
fue desde entonces mi hogar,
tan noble, tan indulgente,
que nunca lo he de olvidar.

Cuando por docta labor,
fui en las ciencias iniciado,
pudiendo al propio cuidado
deberle ciencia mayor,
dejé de ser cultivado,
para ser cultivador.

Y, aunque de operario experto
jamás haya presumido,
plantas tengo que he sabido
cuidar con algún acierto:
ahí están, galas del huerto,
las muchas que han florecido.

Pronto te las ofrecí,
por pagarte, Patria mía,
tanto como te debía,
con las joyas que te di;
pero quizá no cumplí
con mi deber todavía.

Ahí están glorias del huerto
las muchas que te he ofrecido.

Pronto te las ofrecí,
por pagarte, Patria mía,
tanto como te debía,
con las joyas que te di.

…Pero, quizás no cumplí
con mi deber todavía…

Mas, si tu gloria ensalcé;
si hermosa te proclamé,
con efusiones de amor;
si me tuvo por cantor
todo hijo tuyo que fue
de cantos merecedor.

Si de plantas y animales,
de jardines y panales,
algo útil pude escribir;
si a las abejas pedir
el aguijón, para herir
ridiculeces sociales;

Si pluma, lira y azada
supe unir y concertar:
cantando supe labrar,
y nadie me vio dejar,
un momento en la jornada,
la esteva, por descansar.

Si a la honda contemplación
de patrióticas escenas,
y a horas de entusiasmo llenas
pedirles inspiración;
si a las penas ¡ay qué penas!
me las hice corazón;

si el acíbar del dolor
supe en ternuras cambiar,
si logré, surcando el mar,
peregrino trovador,
nobles pechos inflamar
con fuego del Ecuador…;

si un instante no perdí
de toda mi larga vida,
por mitades divida,
para el duelo y para ti…
puede ser, Patria querida,
que tú me debas a mí…

Madre amante y adorada,
no he de callártelo aquí,
cuando victima me vi
de una injusticia pasada,
sólo una cosa temí:
que me olvidases airada.

Mas, nó, la Patria no olvida
a sus hijos, y si advierte
los errores de la suerte,
los enmienda condolida,
en la tarde de la vida
o en la noche de la muerte.

Y hay hijos privilegiados
que, si algún día pospuestos
fueron, y tal vez odiados;
perseguidos, calumniados,
en regocijos como éstos,
aparecen coronados…

¡Señora! El cielo es testigo
de que bendije y bendigo
tu animadversión augusta!
si con rigor de enemigo
me castigaras injusta,
bendijera tu castigo.

No digo que me perdones,
porque nunca te ofendí;
por leal me galardonas,
la honradez premias en mí;
como a tuyo me coronas;
tu esclavo soy, eso sí.

No digo que me perdones
porque nunca te ofendí…

Juventud Mi preferida,
de mis pesares consuelo,
perpetuo afán de mi vida,
yo quiero ser tu modelo.
Mira el punto de partida,
ve la senda recorrida,
y alza a las cumbres el vuelo.




 Santa Ana de los Ríos de Cuenca, Ecuador.







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