Ya
que la Patria querida,
madre
al fin gradecida,
los
méritos galardona
muy
modestos de mi vida,
ostentaré
la Corona
cual
si fuese merecida.
Mas,
tú, Juventud amada,
que
ayer al mundo llegada,
poco
sabes de mi historia,
preguntarás
asombrada,
¿por
qué, al fin de la jornada,
me
alumbra el sol de la gloria?
La
sencilla narración,
que
en familiar confidencia,
el
rumbo y la inclinación,
bosqueje
de mi existencia,
te
hará ver con evidencia,
que
esta corona es lección.
A
diez millas de distancia
de
esta Tomebamba bella,
excelsa
cumbre descuella,
diré
que con arrogancia,
porque
dos veces desde ella,
midió
al planeta La Francia.
En
sus flancos, selva umbría,
a sus
pies, amplia llanura,
donde
a flores y verdura
dan
sustento a su lozanía,
dos
raudales de agua pura,
que
la cumbre les envía.
En
ese campo nací,
entre
arrayanes y nidos,
porque
los seres queridos
a
quienes el ser debí,
allá
fueron conducidos,
por
Dios que lo quiso así.
Y a
ventura lo reputo:
pues
al aire perfumado,
la
frescura del collado,
las
plantas, la luz, me han dado
el
vigor de que disfruto
aún
para ser coronado.
Si mi
cerviz no se inclina
por
más que el tiempo la agravia,
si no
me postro en la ignavia
de la
inercia vespertina,
es
porque mi sangre es savia
de vegetación
andina.
Robusto
el cuerpo sentí,
robusto
como lo siento,
mas,
¿qué fue del pensamiento
que
estaba latiendo en mí?
¿Quién
lo despertó al momento?
¿En
qué antorcha lo encendí?
Oh!
mi padre; Oh! director
de mi
enseñanza primera,
cuán
otra, qué superior
la de
todo niño fuera,
si,
cual yo tuve, tuviera
por
primer maestro al amor!
Al
iniciar sus lecciones
mi
niñez afortunada,
halló
una fuente sagrada
de
admirables instrucciones,
en
las sabias producciones
de
todo un Luis de Granada.
De él
aprendí por favor
de mi
suerte, muy temprano,
a
saborear el primor
del
lenguaje castellano,
tan
sonoro, tan galano,
musical
y seductor.
Mas,
como entre indios, nací
sus
cabañas frecuenté,
con
sus párvulos jugué,
sus
penas supe y sentí,
su
doliente quichua fue
nuevo
idioma para mí.
Luego
que de ésta y de aquel
adquirí
noción distinta,
y el
arte supe que fiel
conceptos
del alma pinta,
tesoro
juzgué la tinta,
cándida
joya el papel.
Y al
mirar flores y estrellas,
yo no
sé cuáles más bellas,
en el
prado y en el cielo,
ansioso
de hablar con ellos,
rimé,
siguiendo las huellas,
de mi
padre y de mi abuelo.
Pero
al notar la aptitud
algo
especial de mi mente,
previendo
el camino inminente
de mi
infancia en juventud,
les
di a mis padres frecuentes
causas de triste inquietud.
Penaron
porque pensaron
que
algo más saber podría;
con
la impotencia lucharon
de su
pobre medianía
Pero
un día… ¡fausto día!
de la
aldea me arrancaron.
… Y a
Cuenca, vergel precioso,
de
aves, de fuentes, de flores,
de
gracias y de cantores,
llegué,
temblando de gozo,
cierto
de lo venturoso
de
mis años posteriores.
Su
Seminario excelente,
que a
mil azuayos formar
supo,
cual sabe al presente,
fue
desde entonces mi hogar,
tan
noble, tan indulgente,
que
nunca lo he de olvidar.
Cuando
por docta labor,
fui
en las ciencias iniciado,
pudiendo
al propio cuidado
deberle
ciencia mayor,
dejé
de ser cultivado,
para
ser cultivador.
Y,
aunque de operario experto
jamás
haya presumido,
plantas
tengo que he sabido
cuidar
con algún acierto:
ahí
están, galas del huerto,
las
muchas que han florecido.
Pronto
te las ofrecí,
por
pagarte, Patria mía,
tanto
como te debía,
con
las joyas que te di;
pero
quizá no cumplí
con
mi deber todavía.
Ahí
están glorias del huerto
las
muchas que te he ofrecido.
Pronto
te las ofrecí,
por
pagarte, Patria mía,
tanto
como te debía,
con
las joyas que te di.
…Pero,
quizás no cumplí
con
mi deber todavía…
Mas,
si tu gloria ensalcé;
si
hermosa te proclamé,
con
efusiones de amor;
si me
tuvo por cantor
todo
hijo tuyo que fue
de
cantos merecedor.
Si de
plantas y animales,
de
jardines y panales,
algo
útil pude escribir;
si a
las abejas pedir
el
aguijón, para herir
ridiculeces
sociales;
Si
pluma, lira y azada
supe
unir y concertar:
cantando
supe labrar,
y
nadie me vio dejar,
un
momento en la jornada,
la
esteva, por descansar.
Si a
la honda contemplación
de
patrióticas escenas,
y a
horas de entusiasmo llenas
pedirles inspiración;
si a
las penas ¡ay qué penas!
me
las hice corazón;
si el
acíbar del dolor
supe
en ternuras cambiar,
si
logré, surcando el mar,
peregrino
trovador,
nobles
pechos inflamar
con
fuego del Ecuador…;
si un
instante no perdí
de
toda mi larga vida,
por
mitades divida,
para
el duelo y para ti…
puede
ser, Patria querida,
que
tú me debas a mí…
Madre
amante y adorada,
no he
de callártelo aquí,
cuando
victima me vi
de
una injusticia pasada,
sólo
una cosa temí:
que
me olvidases airada.
Mas, nó, la Patria no olvida
a sus hijos, y si advierte
los errores de la suerte,
los enmienda condolida,
en la tarde de la vida
o en la noche de la muerte.
Y hay
hijos privilegiados
que,
si algún día pospuestos
fueron,
y tal vez odiados;
perseguidos,
calumniados,
en
regocijos como éstos,
aparecen
coronados…
¡Señora!
El cielo es testigo
de
que bendije y bendigo
tu
animadversión augusta!
si
con rigor de enemigo
me
castigaras injusta,
bendijera
tu castigo.
No
digo que me perdones,
porque
nunca te ofendí;
por
leal me galardonas,
la
honradez premias en mí;
como
a tuyo me coronas;
tu
esclavo soy, eso sí.
No digo que me perdones
porque nunca te ofendí…
Juventud Mi preferida,
de mis pesares consuelo,
perpetuo afán de mi vida,
yo quiero ser tu modelo.
Mira el punto de partida,
ve la senda recorrida,
y alza a las cumbres el vuelo.
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