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martes, 24 de mayo de 2022

ANTE EL MONUMENTO DE SUCRE

 


 

Señores:

 

A veces las disciplinas de la subordinación suelen gravarnos con deberes y obligaciones que exceden en mucho a la potencialidad de nuestras escasas fuerzas. Esto ocurre en el presente caso en que me veo traído a este lugar para dirigiros la palabra, para hablaros de una de las gestas magnas que tienen resplandor de sol en el cielo de nuestra libertad, que tienen aroma de rosa sangrante en el campo de nuestro heroísmo, que tienen sublimidad de martirio en el bautismo cruento de nuestra vida republicana. Doblegado por tan ímproba tarea, mis primeras palabras sean para pediros que coloquéis con prioridad el óbolo de vuestra benevolencia en el gazofilacio de mi ninguna erudición, de mi poco talento, de mi propia y reconocida deficiencia.

¡Pichincha! He ahí tofo un símbolo alrededor del cual gira el magnetismo del vivir de un pueblo. ¡Pichincha! He ahí el centro de gravedad al que concurren todas las hazañas anteriores, todas las glorias posteriores, que marcan con signo de esplendor la frente arrogante de la Patria nuestra, que desde entonces muy juntamente, arrebató al firmamento el prestigio de luz del zodíaco para apresarlo en el girón del cielo, que enmarcó dentro de los límites de su blasón nacional. ¡PICHINCHA! He ahí la cumbre repleta de fuego en sus vísceras gigantes y que sin embargo ha callado ya, porque para ser reina de las cumbres le sobra el centellar de mil espadas triunfantes, porque para ser reina de los volcanes le sobra magnitud de esa explosión guerrera, que entre torrentes ígneos de esa sangre -_ por humana, fragante- dio a luz, en medio de convulsiones de apoteosis, al monolito incandescente de la independencia Ecuatoriana. Bien hace con callar. En toda la serie de la edades, acaso la montaña sagrada no podrá volver a levantar si ignívoma columna de gloria hasta la plenitud del firmamento para allí constelarla de astro.

                                                                                              *   

Un vendaval de libertad soplaba de un extremo a otro del continente de Colón. La madre, la vieja madre, aunque grande, siempre grande, estaba caduca; sus brazos encogidos por las cicatrices de cien luminosas heridas, no podían estrechar en su seno palpitante el cimbrador talle de la virgen; su manto desgarrado por la polilla de los siglos, que pone en todo lo terrenal la abominación de la desolación, no alcanzaba a cubrir íntegramente su cuerpo regio; los Virreyes y los Presidentes de Audiencia, en vez de ser los ministros de un culto de paz se habían convertido en sicarios de pretorio; los conquistadores habían ampliado su sed de oro y nada les importaba desgarrar con sus acerados picos de agila hambreadas el primor de la corola, a trueque de escanciar hasta la última gota de miel que ocultaba la flor en sus entrañas delicadas; los hermanos rubios del Norte habían formado hogar aparte. Por todas estas causas, un vendaval de libertad recorría, de una extremo a otro, el Continente de Colón, jinete en los corceles de Bolívar y San Martín, de Sucre y de O’ Higgins, de Ar4tigas y de Páez.

 

Dejando al margen los esfuerzos libertarios de Nueva Granada y de Venezuela, nuestras hermanas gemelas en el alumbramiento a la gloria, y que habían coronado sus sienes con los laureles de Boyacá y de Carabobo, preocupémonos del proceso definitivo de nuestra emancipación.

                Era el 9 de Octubre de 1820, cuando la noble Guayaquil sacudió el yugo de la Metrópoli. Los nombres de Olmedo, Villamil, Illingwort, Rocafuerte, Noboa, Escobedo y tantos y tantos, forman corona aparte en la legión de los patriotas en trono de los Tres del “Numancia”; Urdaneta, Febres Cordero, Letamendi. Esta heroica acción de Guayaquil le mereció ser la primogénita en la vida independiente; ella no volvió a caer en el cautiverio de la colonia. No así las demás poblaciones de la Real Audiencia: el 10 de Agosto de 1809 en Quito, el 3 de Noviembre de 1820 en Cuenca, el 11 del mismo mes y año en Riobamba, etc., probando están los enormes sacrificios que tales poblaciones consumaron para obtener su independencia, planta de vida efímera que murió al beso de un crepúsculo de sangre. No fueron ellas tan afortunadas como Guayaquil; apenas reventaba el pimpollo cuando la segur española lo cortaba. Pero la tierra conservaba la eficiencia del germen.

                El 9 de Octubre de 1820 debemos mirar, no sólo como el natalicio de Guayaquil a la vida republicana; no. Es preciso también ver en él la más risueña aurora de nuestro sol de Libertad; el más realizable vaticinio acerca de nuestro futuro de libertad; en suma, el principio verdadero de nuestra existencia de libertad.

No bien Guayaquil había conquistado las palmas de la victoria, congregó en torno de sus héroes  a cuantos pechos voluntarios abrasaba la chispa de la rebelión. Y formó un Ejército en el que figura desde el primer momento quien más tarde sería síntesis de valor, ejemplo de disciplina, modelo de amor patrio: un niño, un niño de diez y seis años, un niño cuencano, cuyo nombre presienten vuestros corazones: Abdón Calderón.

Pusiéronse en marcha los reducidos pero denodados tercios de patriotas congregados en Guayaquil a las órdenes de Urdaneda y Febres Cordero. Pero ¿a dónde iban?... Pues, a Quito. Guayaquil, brazo derecho de la patria, no podía consentir que su magnánima cabeza se hallara entenebrecida por las sombras del coloniaje, y enviaba a sus soldados para que con sus espadas reflejaran sobre la cautiva los resplandores ecuatoriales, que rectilíneos no podían llegarle, porque España era todavía capaz de producir un eclipse, por lo menos parcial de sol.

Capturada Babahoyo, los insurgentes avanzaban sobre Guaranda, pero fue preciso que el León de nombre y de alma se batiera con todos los leones para conquistar tal ciudad; y el 9 de Noviembre derrotaba Febres Cordero, con un puñado de los suyos a quinientos hijos de España que vinieron a costarles el paso en “Camino Real”.

Incontenible parecía la marcha victoriosa de los patriotas sin embargo la fortuna tiene veleidades que atraen la aguja de la brújula guerrera no siempre hacia el norte del triunfo sino también, y a veces con mucha frecuencia, hacia el mediodía del desastre. Llegados los patriotas a la ciudad de Ambato, después de haber engarzado ya a Riobamba en la diadema de oro de la emancipación, salió a su encuentro el Ejército Realista que lo capitaneaba un hombre, por español valeroso, por dominador temerario, el Coronel Francisco González. Sus filas se completaban con batallanos escogidos, con gente mimada por la gloria, con soldados que hablan, en la misma Península, Ibérica, arrancando plumas a las alas e ensombrecedoras –por grandes y por fuertes – de las águilas francesas; con hombres de hierro que formaran las murallas de Zaragoza y de Bailén, en donde la espada de Napoleón, acostumbrada a hundirse hasta el pomo en el pecho palpitante de cuantos su voluntad de semidiós quería avasallar, se melló en cien partes y perdió su temple y comprendió que no era la lucha del acero victorioso de Austerlitz y Moscou contra las hordas siberianas, contra las partidas cosacas, contra los gitanos de Austria, sino la lucha del acero victorioso también de  Gravelinas y San Quintín. Con esos hombres, con los “Dragones de Granada”, venía González a combatir a los cachorros republicanos.

Sabían los jefes insurgentes que se acercaban las tropas realistas. Cerca de Ambato, se tienden al fuego del trópico las áridas llanuras de Huachi. Generosos caballeros no quisieron que el recinto de la ciudad se tiñera en sangre; y resueltos a afrontar todo peligro, van a esperar a los hispanos en las predichas llanuras.

Era el 29 de noviembre. Cuatro mil hombres, casi exactamente repartidos, forman los Ejércitos de una y otro contenedor. Suena la trompa guerrera, y empéñase la lucha cruenta, espeluznante, terrible. Los nuestros, con todo el ardimiento de su sangre americana, atacan desaforados; parece que ceden el campo los hispanos; pero entre las nubes de polvo se destacan los “Dragones”, jinetes en alígeros corceles; hay aturdimiento en los patriotas, uno de los nuestros, Hilario Álvarez, cambia por otro el sitio en donde el Comando lo colocara; se aprovechaban los enemigos del poco estratégico movimiento, y penetraban por el espacio vacío, y viene la carnicería inhumana; y cuando ya seiscientos rebeldes yacen tendidos sin vida en la llanura, después de haber fecundado con su sangre los yermos arenales, se declara la derrota. Huyen los cachorros ante la casi omnipotente pujanza de la fiera.

Y después . . . Un suceso desgraciado, parece que arrastra en pos de sí toda una serie de ellos ¿Tal vez existe la gravitación en el universo moral, como en el físico?---   

Y viene “Tanizagua”; y viene la traición de López y Ollague, infaustas para el norte de nuestra Patria en formación; y vienen para esta ciudad de Cuenca, todos los martirios del “Año Terrible” en 1821. Los ímpetus de González no van a estrellarse contra Guayaquil, a raíz de Huachi; vienen contra Cuenca, que el 3 de noviembre había proclamado su emancipación. El intrépido guerrero, que avanzaba victorioso, derrota a nuestras pocas fuerzas en “Verdeloma” el 20 de Diciembre, y llega a la ciudad; permanece en ella por espacio de un año, perpetrando tropelías e injusticias sin ciento.

                                                                                              *

 

Pero veamos la nueva etapa de la Revolución.

Guayaquil, desde casi el primer momento de su vida libre llamó a su auxilio a los dos principales Libertadores de Sud américa: Bolívar y San  Marín, a fin de que coadyuvaran con ella para conquistar la emancipación de toda la Real Audiencia de Quito. No fue desatendido tal reclamo, y por parte del primero vinieron, con prioridad, Mires y luego Sucre, para proporcionarle generoso socorro. Llegó Sucre, el mejor lugarteniente de Bolívar, en nuestro puesto el 6 de Mayo de 1821. A poco tiempo de que se hubo hecho cargo del mando del Ejército, se vio obligado a debelar la traición que, en los días 17 y 19 de Julio, llevaron a efecto Ollague y López. Ya enunciamos tal hecho, que el tiempo no nos permite detallar. Sigamos a Sucre en la senda de sus batallas.

Desde la sublevación de López se hallaba el futuro Mariscal de Ayacucho, en Babahoyo. Allí proyectaron atacarle conjuntamente Aymerich, por el norte, y González por el Sur. Ventajosamente los movimientos de éste por la “Quebrada Honda”, en la Provincia del Cañar, fueron observados por un cuencano, el señor don Miguel del Pino Jijón, quien tenía sus haciendas en el lugar. Decidido como era dicho señor por la causa de la independencia,  púsose en marcha inmediatamente hacia Babahoyo, en donde comunicó a Sucre el proyectado ataque simultáneo de los enemigos. Con la velocidad del rayo, Sucre abandonó Babahoyo, y bajó a esperar a González en las playas de “Yaguachi” o “Cone” (de ambas maneras se denomina la acción). Eran las once de la mañana del 19 de Agosto, cuando comenzaron a salir entre las montañas y bosques circunvecinos las tropas españolas. Sin permitirles los patriotas que se desplegaran en campo abierto, les atacaron furiosamente. El famoso batallón “Dragones de Granada”, en tales desfiladeros y marañas, nada pudo. González se empeña hasta el heroísmo por abrir brecha hacia el frente; pero las Unidades Colombianas: “Saantander”, presidida por Cestaris, “Dragones”, comandada por Mires, y el batallón guayaquileño “Libertadores”, no lo consienten; firmes están en sus puestos; cede el valor de los hispanos, y se consuma la derrota de González, el triunfador del primer “Huachi”. Las bajas sufridas por los realistas llegaron a doscientas, y son seiscientos los prisioneros que dejan en poder de los victoriosos.

Después de tan afortunado encuentro, Sucre se vuelve hacia donde había dejado apostado a Aymerich, más éste no presenta combate; huye abandonando Guaranda y Riobamba, que son capturadas por los libertadores.

Nuevamente se entenebrece el horizonte; y en el mismo campo fatal de “Huachi”, que, como el de “Verdeloma” solamente presenció desastres, la estrella de Sucre no se obscurece, no pierde luz, pero se opaca por las brumas de contraria fortuna.

El 12 de Septiembre las Fuerzas realistas, con plena confianza en el triunfo que les auguraba, no tan sólo la superioridad numérica, sino también la de armamentos, equipos y conocimiento del campo, atacan denodadas. La caballería española destroza, al igual que en el primer “Huachi” a la infantería nuestra; pero el valor que produce el ansia de libertad es enorme: he ahí el motivo por el cual, a pesar de haber perdido la acción, mayores son las bajas que sufre el vencedor que el vencido. Hubo de lamentarse que cayera en manos de Aymerich, como prisionero, el valeroso General Mires.

La tragedia de “Huachi”, obliga a Sucre a retornar a Guayaquil, para allí combinar un plan más meditado y pedir refuerzos a Bolívar. Este envía primero al batallón “Paya” y después al
“Alto Magdalena”, disponiendo, así mismo que el Protector del Perú mande al batallón colombiano. “Numancia”, que a sus órdenes tenía. San Martín que estimaba en su verdadero valor el denuedo del “Numancia ” no consintió en ello, enviando en reemplazo al Coronel Andrés de Santa Cruz con una división formada por las Unidades “Piura”, “Trujillo”,  “Granaderos del Río de la Plata”, etc. Integrados por soldados en parte peruanos y en parte argentinos.

Con la venida de esta División combinó Sucre su viaje hacia el Sur, por Machala, pues más ventajoso le pareció y en efecto lo era, realizar la campaña desde Cuenca, que le ayudaría, no exclusivamente con hombres (ya muchísimos estaban enrolados en los tercios libertadores) sino aún con dinero, con ropajes, víveres, etc. Que proverbial era la generosidad de la ciudad, y nunca desmentida su lealtad a la causa de la Patria.

Así lo hizo y habiéndose reunido con Santa Cruz en el pueblecillo de Oña, el 16 de Febrero de 1822, entraron en esta ciudad el 21 del mismo mes, sin que los realistas opusieran la menor resistencia, pues, quien la gobernaba, Don Carlos Tolrá, salió hasta Girón para avistarse con los patriotas, y se regresó sabedor de la superioridad de las tropas invasoras.

Algún tiempo se dejó estar Sucre en Cuenca, organizando la administración pública, y concediendo descanso, paz y sueldos a sus tropas, antes no bien remuneradas.

El 12 de Abril partió hacia Riobamba, que fue capturada después de la acción de “Tapi”, en la que Ibarra y Lavalle desbarataron en pocos minutos la División del traidor López que defendía la ciudad.  

Cuando llegaron a Latacunga las fuerzas de Sucre, habían sido engrosadas por el batallón “Alto Magdalena”, que enviado por Bolívar, y casi aniquilado por las penalidades del camino de Naranjal a Cuenca, fue verdaderamente renovado y reconstruido con gente de esta tierra. Siguiendo su viaje hacia Quito, se hallaban en el valle de “Chillo” próximo a la capital, en donde se les incorporó Mires, que había fugado de prisión, en la que permaneciera recluido desde el desastre del segundo “Huachi”. En los días 21, 22 y 23 de Mayo, los patriotas provocaron a combate a los realistas, capturadas las posiciones de “Turubamba”, “Chillogallo” y el “Puengasí”, en las goteras mismas de Quito; mas, como los últimos no se resolvieran a librar combate, Sucre con su estrategia de militar y su cerebro de genio, dispuso para asegurar aún más el éxito, que los tercios libertadores avanzaran a las estribaciones de la enorme mole del Pichincha. Efectuóse este movimiento de lo más difícil y penoso, en la noche del 23 y la madrugada del 24 logrando coronar una de aquellas eminencias a las 8 de la mañana. Entonces disponía que el Ejército acampara, a fin de reparar con el descanso y con algún corto ágape sus fatigas y privaciones, cuando de improviso, el General Antonio morales dio la voz de alarma, pues los españoles percatados de la nueva situación de Sucre, que la reputaron peligrosísima para ellos, escalaban del otro lado de las faldas de la montaña con el objeto de atacarle sorpresivamente. Destacamentos del “Paya” y del “Trujillo”, que ocupaban las avanzadas, se encontraron con las fuerzas enemigas, y, casi cuerpo a cuerpo comenzó la lucha. El campo era demasiado estrecho para el combate, pero se hallaba empeñado y tenían que concluirlo.

El primer encuentro dura de nueve y media a diez de la mañana, hora en que faltan las municiones a los patriotas, pues el batallón “Albión” del Ejército Auxiliar Extranjero, que las conducía, no llegaban aún. En cuanto trataban de retirarse los destacamentos del “Paya”, del “Trujillo” y del “Yaguachi”, cuya tercera compañía había entrado a la batalla capitaneada por el Teniente Abdón Calderón que acababa de recibir una herida en un brazo derecho, cargan Mires y Morales por ambos flancos con el resto de los cuerpos primeramente nombrados; ,mas, de nuevo escasean las municiones y se retiran los patriotas, en tanto que el enemigo gana terreno, circunstancias en las que Calderón es herido por segunda vez, en su  brazo izquierdo sin por ello dejar de combatir briosamente.

Sucre, al ver el avance español, corre jinete en su fogoso bridón, hacia el flanco izquierdo, en donde se retira el Paya, le ordena un ataque a la bayoneta que magníficamente dirigido por Mires, logra repeler al enemigo en los instantes mismos en que llega el “Albión” con las  municiones. Repártense de ellas rápidamente las tropas y al terminar esta que pudiéramos llamar tercera etapa del combate, muéstrase Calderón con una nueva rosa de sangre en la pierna izquierda y, a pesar de eso, con todo el fervor de su alma grande entusiasma a sus valientes. Se arrecia nuevamente el fragor del combate; por todas partes ruedan los muertos y se arrastran los heridos. El mejor cuerpo español, el “Aragón”, a las órdenes de López, oculto entre los chaparros de la montaña va a flanquear el ala izquierda de los patriotas; lo ve Sucre y arroja todo el “Albión” sobre él. Mientras dura este choque, el insigne colombiano ordena al General José María Córdova, Jefe del “Alto Magdalena”, atacar decisivamente por el frente enemigo, reforzado por la División de Santa Cruz. No pueden resistir más los de Aymerich y se derrotan; unos con dirección a la ciudad, otros al Fuerte del Panecillo, la caballería de Toldrá hacia Pasto. Y la victoria sonreirá a los héroes de la Patria, cuando el sol meridiano quebraba sus rayos de fuego en la cúpula de nieve del Pichincha, extendiendo sobre la cumbre gloriosa el iris de la paz.

Ochocientos cadáveres yacían en las pendientes austeras: quinientos de parte de los realistas y trecientos de los patriotas. El niño Caderón, casi al finalizar la batalla, fue herido por cuarta vez en el único miembro sano que le quedaba, el muslo derecho. Fue uno de los grandes mártires de esta acción, pues el 29 de Mayo murió para la vida de la carne, aunque sigue viviendo en el pecho de cuantos merecimos la libertad a costa de su sangre guerrera, aunque sigue viviendo en el templo imperecedero de la Fama y de la Gloria; la vida de la inmortalidad.

 

He fatigado, señores, vuestra atención con mi pesado discurso. Dispensádmelo. Os he relatado rápidamente, la historia de la Magna Lucha, que tuvo por corona la épica jornada de Pichincha. Vosotros lo sabéis, y no necesitabais que se os la rememore; pero ¿Qué podemos hacer los hijos en el día de la Gran Madre, sino el recuento de sus glorias, la conmemoración de sus triunfos, la historia de su pasado heroico?                 

Ahora bien, ya que nos es grato el recuerdo de las hazañas de nuestra Patria, jurar debemos en sus aras sagradas, que levantaremos nuestro amor hacia ella, en la medida en que la mano de Dios, tres veces santo irguió las cimas de la Montaña excelsa, en donde libraremos no ya solamente las lides de la espada y la metralla, sino las incruentas batallas del progreso y de la idea. Hay tantas cumbres que reclaman victorias; escalémoslas, Compatriotas.

Luis Cordero Crespo      

Mayo de 1925  

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