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miércoles, 16 de noviembre de 2022
"El Adiós del Indio" por Luis Cordero (poema quichua)
Para el Ecuador, que por el otro lado destaca como un centro de actividades en el sector del arte poético en quechua durante aquella época, hay que mencionar al escritor Juan León Mera (183 2 - 1894) y a Luis Cordero (183 3 - 1912), ex-presidente de la República. El primero, entre otras en su antología "Cantares del pueblo ecuatoriano" (1892), reprodujo junto con poesías populares también algunas en quechua, al parecer de origen indígena, a más de otras escritas por Cordero. Este, un profundo conocedor del quechua, sobre todo del dialecto de la provincia del Azuay, o sea de la Sierra sur, fue desde luego el representante más importante en servirse del quechua para fines poéticos y didácticos. Se le conoce en primer lugar como autor del famoso poema " ¡Rinimi, llacta! pero tradujo también al quechua fábulas, ante todo de Felix María de Samaniego, Tomás de Iriarte y Juan Eugenio Hartzenbusch así como de Pedro y Esopo, "... con el objeto", según indica (Cordero 1955 : 388), "de ensayar el idioma de los indios en ficcioncillas que puedan ser entendidas y recitadas por los niños indígenas en nuestras escuelas rurales, copiosamente frecuentadas por estos infelices en aquellas localidades en que la suerte de sus padres no es tan desvariada y triste como en otras". (HARTMANN, R, 1990)
la versión del poema que más se acerca a la original creemos que es la plasmada en la Biblioteca virtual Cervantes:
¡RINIMI, LLACTA!
¡Rinimi, Llagta, rinimi
may carupi causangapa;
mana quiquin llagtashina
cuyanguichu runataca!
Huarmi, churita saquishpa,
ayllucunata cungashpa,
cay tata, quilla llugshigpi,
ñanta japinimi, Llagta.
Anga mi llayta ricushpa,
imashinami urpi huahua,
urcuta tigrash, chingarin,
cacapi miticungapa;
Chasnami cuyaylla rini,
supay aputa manchashpa;
chasnami, mana jaycapi
ricuringapa, chingasha.
Chayug runa cashca quipa,
huagchami cani cunanca;
paymi callaymanta quichun
jatun Apunchi cushcata.
Ñuca huasi paypag huasi;
ñuca allpapish paypag allpa.
¡Huayrapi rig ugshashina
causacunimi, Llagtalla!
Ushi huahuapish huañunmi,
paypag ucupi huacashpa.
¡Ushita quichuna randi,
shunguta quichunman carca!...
¡Alau! mishpa, cungurishpa,
maquicunata churashpa,
quishpichigpa ñaupagpimi
huacami runa cashcata.
Pay Apunchicha ricunga;
paychari cayta munarca;
payhuanmi saquishpa rini
ishcay curipiticaca.
Ichapish, Pay cutichigpi,
muyumusha carumanta,
huarmihuanpish, churihuanpish,
mitiscushpa callpangapa.
Maycan tuta, chaupi tuta,
sachata catish, chayashpa,
huiquijunda ugllashachari
cunan jichushegcunata.
¡Icha quimsandi llugshishun;
quimsandilla causangapa,
mana pipish tarigrina
urcuhuashapi chogllashpa!
Huañunatami llaquini
chican llagtapi, sapalla,
manapish cayman cutishpa,
manarag ishcayta ugllashpa.
¿Pichari, chasna huañugpi,
«Huañunmi» nishpa huillanga?
Ishcayca ñuca cutigta
shuyangachazi shuyaylla...
¡Chayca ña quilla shamunmi,
payuchaupita quimllashpa!
Chayca jatarish purina
llaquipish chayana cashca!...
Rinimi, Llagta, rinimi
may carupi huañungapa.
¡Mana quiquin llagtashina
cuyanguichu runataca!
Preferimos esta versión castellana de la Señora Doña Angeles León Viuda de Cordero:
Me voy, mi tierra, me voy
Muy lejos a soterrarme
Tú eres para mí enemiga
En lugar de ser mi Madre.
De mujer, hijo y parientes
Muy pronto voy a alejarme,
Esta noche, cuando salga
La luna a alumbrarme.
Cual tortolilla inocente
Que está gimiendo en la tarde,
Cuando atisba el gavilán
Se oculta tras los zarzales;
Así me voy de mi Patria,
Huyendo de rey tan Grande,
A esconderme para siempre
Donde no puedan hallarme
Rico fui... todos mis bienes
Me ha quitado el miserable;
En la pobreza en que vivo
No tengo ni a quien quejarme.
Mi casa es la casa suya
¡Todo ha sabido quitarme!
Así pasaré mi vida
Como la paja en el aire
Mi hija ha muerto en su servicio,
Por su rigor implacable,
Sin pensar que daba muerte
A mi corazón de padre.
Hincado, puestas las manos
En actitud suplicante,
El ser indio gimo y lloro
Al Dios Poderoso y Grande.
A mi hijo y mi mujercita,
El mismo, cuando yo falte,
Con su paternal cariño
Y bondad, sabrá cuidarles.
Quizás, si Dios me da vida,
Volveré... para abrazarles
Y juntitos correremos
A donde no nos alcancen.
Atravesando los montes
Peñas y cerros distantes,
Una noche, a medianoche,
Vendré, para visitarles.
Quizás los tres encontremos
En un cerro muy distante
Donde vivir los tres solos,
Y no nos persiga nadie...
Tengo miedo de morirme
En lejanas soledades,
Sin ver a mis caras prendas
Y el último abrazo darles.
Quién dirá cuando yo muera
“Ha muerto el indio, lloradle”
Ellos, de noche y de día,
¡Me esperarán... esperádme...!
Mas ya aparece la Luna
Con su brillo rutilante;
De alejarme de los míos
Ya llegó el penoso instante...
Me voy, me voy, tierra mía
Muy lejos... para acabarme;
Tú eres para mi madrastra
En lugar de ser mi madre.
Si se deseara consultar el poema en físico esta disponible en el libro de Cuenca (tomo II)
entre otros
https://biblioteca.cuenca.gob.ec/opac_css/index.php?lvl=notice_display&id=30114
martes, 24 de mayo de 2022
ANTE EL MONUMENTO DE SUCRE
Señores:
A veces las disciplinas de la subordinación suelen gravarnos
con deberes y obligaciones que exceden en mucho a la potencialidad de nuestras
escasas fuerzas. Esto ocurre en el presente caso en que me veo traído a este
lugar para dirigiros la palabra, para hablaros de una de las gestas magnas que
tienen resplandor de sol en el cielo de nuestra libertad, que tienen aroma de
rosa sangrante en el campo de nuestro heroísmo, que tienen sublimidad de
martirio en el bautismo cruento de nuestra vida republicana. Doblegado por tan ímproba
tarea, mis primeras palabras sean para pediros que coloquéis con prioridad el
óbolo de vuestra benevolencia en el gazofilacio de mi ninguna erudición, de mi
poco talento, de mi propia y reconocida deficiencia.
¡Pichincha! He ahí tofo un símbolo alrededor del cual gira
el magnetismo del vivir de un pueblo. ¡Pichincha! He ahí el centro de gravedad
al que concurren todas las hazañas anteriores, todas las glorias posteriores,
que marcan con signo de esplendor la frente arrogante de la Patria nuestra, que
desde entonces muy juntamente, arrebató al firmamento el prestigio de luz del
zodíaco para apresarlo en el girón del cielo, que enmarcó dentro de los límites
de su blasón nacional. ¡PICHINCHA! He
ahí la cumbre repleta de fuego en sus vísceras gigantes y que sin embargo ha
callado ya, porque para ser reina de las cumbres le sobra el centellar de mil
espadas triunfantes, porque para ser reina de los volcanes le sobra magnitud de
esa explosión guerrera, que entre torrentes ígneos de esa sangre -_ por humana,
fragante- dio a luz, en medio de convulsiones de apoteosis, al monolito
incandescente de la independencia Ecuatoriana. Bien hace con callar. En toda la
serie de la edades, acaso la montaña sagrada no podrá volver a levantar si ignívoma
columna de gloria hasta la plenitud del firmamento para allí constelarla de astro.
*
Un vendaval de libertad soplaba de un extremo a otro del
continente de Colón. La madre, la vieja madre, aunque grande, siempre grande,
estaba caduca; sus brazos encogidos por las cicatrices de cien luminosas
heridas, no podían estrechar en su seno
palpitante el cimbrador talle de la virgen; su manto desgarrado por la
polilla de los siglos, que pone en todo lo terrenal la abominación de la desolación,
no alcanzaba a cubrir íntegramente su cuerpo regio; los Virreyes y los
Presidentes de Audiencia, en vez de ser los ministros de un culto de paz se habían
convertido en sicarios de pretorio; los conquistadores habían ampliado su sed
de oro y nada les importaba desgarrar con sus acerados picos de agila
hambreadas el primor de la corola, a trueque de escanciar hasta la última gota
de miel que ocultaba la flor en sus entrañas delicadas; los hermanos rubios del
Norte habían formado hogar aparte. Por todas estas causas, un vendaval de
libertad recorría, de una extremo a otro, el Continente de Colón, jinete en los
corceles de Bolívar y San Martín, de Sucre y de O’ Higgins, de Ar4tigas y de
Páez.
Dejando al margen los esfuerzos libertarios de Nueva Granada
y de Venezuela, nuestras hermanas gemelas en el alumbramiento a la gloria, y
que habían coronado sus sienes con los laureles de Boyacá y de Carabobo, preocupémonos
del proceso definitivo de nuestra emancipación.
Era el
9 de Octubre de 1820, cuando la noble Guayaquil sacudió el yugo de la Metrópoli.
Los nombres de Olmedo, Villamil, Illingwort, Rocafuerte, Noboa, Escobedo y
tantos y tantos, forman corona aparte en la legión de los patriotas en trono de
los Tres del “Numancia”; Urdaneta, Febres Cordero, Letamendi. Esta heroica acción
de Guayaquil le mereció ser la primogénita en la vida independiente; ella no
volvió a caer en el cautiverio de la colonia. No así las demás poblaciones de
la Real Audiencia: el 10 de Agosto de 1809 en Quito, el 3 de Noviembre de 1820
en Cuenca, el 11 del mismo mes y año en Riobamba, etc., probando están los
enormes sacrificios que tales poblaciones consumaron para obtener su
independencia, planta de vida efímera que murió al beso de un crepúsculo de
sangre. No fueron ellas tan afortunadas como Guayaquil; apenas reventaba el
pimpollo cuando la segur española lo cortaba. Pero la tierra conservaba la
eficiencia del germen.
El 9 de
Octubre de 1820 debemos mirar, no sólo como el natalicio de Guayaquil a la vida
republicana; no. Es preciso también ver en él la más risueña aurora de nuestro
sol de Libertad; el más realizable vaticinio acerca de nuestro futuro de
libertad; en suma, el principio verdadero de nuestra existencia de libertad.
No bien Guayaquil había conquistado las palmas de la victoria,
congregó en torno de sus héroes a
cuantos pechos voluntarios abrasaba la chispa de la rebelión. Y formó un
Ejército en el que figura desde el primer momento quien más tarde sería
síntesis de valor, ejemplo de disciplina, modelo de amor patrio: un niño, un
niño de diez y seis años, un niño cuencano, cuyo nombre presienten vuestros
corazones: Abdón Calderón.
Pusiéronse en marcha los reducidos pero denodados tercios de
patriotas congregados en Guayaquil a las órdenes de Urdaneda y Febres Cordero. Pero
¿a dónde iban?... Pues, a Quito. Guayaquil, brazo derecho de la patria, no
podía consentir que su magnánima cabeza se hallara entenebrecida por las sombras
del coloniaje, y enviaba a sus soldados para que con sus espadas reflejaran
sobre la cautiva los resplandores ecuatoriales, que rectilíneos no podían llegarle,
porque España era todavía capaz de producir un eclipse, por lo menos parcial de
sol.
Capturada Babahoyo, los insurgentes avanzaban sobre
Guaranda, pero fue preciso que el León de nombre y de alma se batiera con todos
los leones para conquistar tal ciudad; y el 9 de Noviembre derrotaba Febres
Cordero, con un puñado de los suyos a quinientos hijos de España que vinieron a
costarles el paso en “Camino Real”.
Incontenible parecía la marcha victoriosa de los patriotas
sin embargo la fortuna tiene veleidades que atraen la aguja de la brújula guerrera
no siempre hacia el norte del triunfo sino también, y a veces con mucha
frecuencia, hacia el mediodía del desastre. Llegados los patriotas a la ciudad
de Ambato, después de haber engarzado ya a Riobamba en la diadema de oro de la emancipación,
salió a su encuentro el Ejército Realista que lo capitaneaba un hombre, por
español valeroso, por dominador temerario, el Coronel Francisco González. Sus filas
se completaban con batallanos escogidos, con gente mimada por la gloria, con
soldados que hablan, en la misma Península, Ibérica, arrancando plumas a las
alas e ensombrecedoras –por grandes y por fuertes – de las águilas francesas;
con hombres de hierro que formaran las murallas de Zaragoza y de Bailén, en
donde la espada de Napoleón, acostumbrada a hundirse hasta el pomo en el pecho
palpitante de cuantos su voluntad de semidiós quería avasallar, se melló en
cien partes y perdió su temple y comprendió que no era la lucha del acero victorioso
de Austerlitz y Moscou contra las hordas siberianas, contra las partidas
cosacas, contra los gitanos de Austria, sino la lucha del acero victorioso también
de Gravelinas y San Quintín. Con esos
hombres, con los “Dragones de Granada”, venía González a combatir a los
cachorros republicanos.
Sabían los jefes insurgentes que se acercaban las tropas
realistas. Cerca de Ambato, se tienden al fuego del trópico las áridas llanuras
de Huachi. Generosos caballeros no quisieron que el recinto de la ciudad se
tiñera en sangre; y resueltos a afrontar todo peligro, van a esperar a los hispanos
en las predichas llanuras.
Era el 29 de noviembre. Cuatro mil hombres, casi exactamente
repartidos, forman los Ejércitos de una y otro contenedor. Suena la trompa
guerrera, y empéñase la lucha cruenta, espeluznante, terrible. Los nuestros,
con todo el ardimiento de su sangre americana, atacan desaforados; parece que
ceden el campo los hispanos; pero entre las nubes de polvo se destacan los “Dragones”,
jinetes en alígeros corceles; hay aturdimiento en los patriotas, uno de los
nuestros, Hilario Álvarez, cambia por otro el sitio en donde el Comando lo
colocara; se aprovechaban los enemigos del poco estratégico movimiento, y
penetraban por el espacio vacío, y viene la carnicería inhumana; y cuando ya
seiscientos rebeldes yacen tendidos sin vida en la llanura, después de haber
fecundado con su sangre los yermos arenales, se declara la derrota. Huyen los
cachorros ante la casi omnipotente pujanza de la fiera.
Y después . . . Un suceso desgraciado, parece que arrastra
en pos de sí toda una serie de ellos ¿Tal vez existe la gravitación en el
universo moral, como en el físico?---
Y viene “Tanizagua”; y viene la traición de López y Ollague,
infaustas para el norte de nuestra Patria en formación; y vienen para esta
ciudad de Cuenca, todos los martirios del “Año Terrible” en 1821. Los ímpetus de
González no van a estrellarse contra Guayaquil, a raíz de Huachi; vienen contra
Cuenca, que el 3 de noviembre había proclamado su emancipación. El intrépido guerrero,
que avanzaba victorioso, derrota a nuestras pocas fuerzas en “Verdeloma” el 20
de Diciembre, y llega a la ciudad; permanece en ella por espacio de un año, perpetrando
tropelías e injusticias sin ciento.
*
Pero veamos la nueva etapa de la Revolución.
Guayaquil, desde casi el primer momento de su vida libre
llamó a su auxilio a los dos principales Libertadores de Sud américa: Bolívar y
San Marín, a fin de que coadyuvaran con
ella para conquistar la emancipación de toda la Real Audiencia de Quito. No fue
desatendido tal reclamo, y por parte del primero vinieron, con prioridad, Mires
y luego Sucre, para proporcionarle generoso socorro. Llegó Sucre, el mejor
lugarteniente de Bolívar, en nuestro puesto el 6 de Mayo de 1821. A poco tiempo
de que se hubo hecho cargo del mando del Ejército, se vio obligado a debelar la
traición que, en los días 17 y 19 de Julio, llevaron a efecto Ollague y López. Ya
enunciamos tal hecho, que el tiempo no nos permite detallar. Sigamos a Sucre en
la senda de sus batallas.
Desde la sublevación de López se hallaba el futuro Mariscal
de Ayacucho, en Babahoyo. Allí proyectaron atacarle conjuntamente Aymerich, por
el norte, y González por el Sur. Ventajosamente los movimientos de éste por la “Quebrada
Honda”, en la Provincia del Cañar, fueron observados por un cuencano, el señor
don Miguel del Pino Jijón, quien tenía sus haciendas en el lugar. Decidido como
era dicho señor por la causa de la independencia, púsose en marcha inmediatamente hacia
Babahoyo, en donde comunicó a Sucre el proyectado ataque simultáneo de los enemigos.
Con la velocidad del rayo, Sucre abandonó Babahoyo, y bajó a esperar a González
en las playas de “Yaguachi” o “Cone” (de ambas maneras se denomina la acción). Eran
las once de la mañana del 19 de Agosto, cuando comenzaron a salir entre las
montañas y bosques circunvecinos las tropas españolas. Sin permitirles los
patriotas que se desplegaran en campo abierto, les atacaron furiosamente. El famoso
batallón “Dragones de Granada”, en tales desfiladeros y marañas, nada pudo. González
se empeña hasta el heroísmo por abrir brecha hacia el frente; pero las Unidades
Colombianas: “Saantander”, presidida por Cestaris, “Dragones”, comandada por
Mires, y el batallón guayaquileño “Libertadores”, no lo consienten; firmes están
en sus puestos; cede el valor de los hispanos, y se consuma la derrota de
González, el triunfador del primer “Huachi”. Las bajas sufridas por los
realistas llegaron a doscientas, y son seiscientos los prisioneros que dejan en
poder de los victoriosos.
Después de tan afortunado encuentro, Sucre se vuelve hacia
donde había dejado apostado a Aymerich, más éste no presenta combate; huye
abandonando Guaranda y Riobamba, que son capturadas por los libertadores.
Nuevamente se entenebrece el horizonte; y en el mismo campo
fatal de “Huachi”, que, como el de “Verdeloma” solamente presenció desastres,
la estrella de Sucre no se obscurece, no pierde luz, pero se opaca por las
brumas de contraria fortuna.
El 12 de Septiembre las Fuerzas realistas, con plena
confianza en el triunfo que les auguraba, no tan sólo la superioridad numérica,
sino también la de armamentos, equipos y conocimiento del campo, atacan
denodadas. La caballería española destroza, al igual que en el primer “Huachi”
a la infantería nuestra; pero el valor que produce el ansia de libertad es
enorme: he ahí el motivo por el cual, a pesar de haber perdido la acción,
mayores son las bajas que sufre el vencedor que el vencido. Hubo de lamentarse
que cayera en manos de Aymerich, como prisionero, el valeroso General Mires.
La tragedia de “Huachi”, obliga a Sucre a retornar a
Guayaquil, para allí combinar un plan más meditado y pedir refuerzos a Bolívar.
Este envía primero al batallón “Paya” y después al
“Alto Magdalena”, disponiendo, así mismo que el Protector del Perú mande al batallón
colombiano. “Numancia”, que a sus órdenes tenía. San Martín que estimaba en su
verdadero valor el denuedo del “Numancia ” no consintió en ello, enviando en
reemplazo al Coronel Andrés de Santa Cruz con una división formada por las
Unidades “Piura”, “Trujillo”, “Granaderos
del Río de la Plata”, etc. Integrados por soldados en parte peruanos y en parte
argentinos.
Con la venida de esta División combinó Sucre su viaje hacia
el Sur, por Machala, pues más ventajoso le pareció y en efecto lo era, realizar
la campaña desde Cuenca, que le ayudaría, no exclusivamente con hombres (ya muchísimos
estaban enrolados en los tercios libertadores) sino aún con dinero, con
ropajes, víveres, etc. Que proverbial era la generosidad de la ciudad, y nunca
desmentida su lealtad a la causa de la Patria.
Así lo hizo y habiéndose reunido con Santa Cruz en el
pueblecillo de Oña, el 16 de Febrero de 1822, entraron en esta ciudad el 21 del
mismo mes, sin que los realistas opusieran la menor resistencia, pues, quien la
gobernaba, Don Carlos Tolrá, salió hasta Girón para avistarse con los
patriotas, y se regresó sabedor de la superioridad de las tropas invasoras.
Algún tiempo se dejó estar Sucre en Cuenca, organizando la administración
pública, y concediendo descanso, paz y sueldos a sus tropas, antes no bien
remuneradas.
El 12 de Abril partió hacia Riobamba, que fue capturada después
de la acción de “Tapi”, en la que Ibarra y Lavalle desbarataron en pocos
minutos la División del traidor López que defendía la ciudad.
Cuando llegaron a Latacunga las fuerzas de Sucre, habían
sido engrosadas por el batallón “Alto Magdalena”, que enviado por Bolívar, y
casi aniquilado por las penalidades del camino de Naranjal a Cuenca, fue
verdaderamente renovado y reconstruido con gente de esta tierra. Siguiendo su
viaje hacia Quito, se hallaban en el valle de “Chillo” próximo a la capital, en
donde se les incorporó Mires, que había fugado de prisión, en la que
permaneciera recluido desde el desastre del segundo “Huachi”. En los días 21, 22
y 23 de Mayo, los patriotas provocaron a combate a los realistas, capturadas
las posiciones de “Turubamba”, “Chillogallo” y el “Puengasí”, en las goteras
mismas de Quito; mas, como los últimos no se resolvieran a librar combate,
Sucre con su estrategia de militar y su cerebro de genio, dispuso para asegurar
aún más el éxito, que los tercios libertadores avanzaran a las estribaciones de
la enorme mole del Pichincha. Efectuóse este movimiento de lo más difícil y
penoso, en la noche del 23 y la madrugada del 24 logrando coronar una de
aquellas eminencias a las 8 de la mañana. Entonces disponía que el Ejército
acampara, a fin de reparar con el descanso y con algún corto ágape sus fatigas
y privaciones, cuando de improviso, el General Antonio morales dio la voz de
alarma, pues los españoles percatados de la nueva situación de Sucre, que la
reputaron peligrosísima para ellos, escalaban del otro lado de las faldas de la
montaña con el objeto de atacarle sorpresivamente. Destacamentos del “Paya” y
del “Trujillo”, que ocupaban las avanzadas, se encontraron con las fuerzas
enemigas, y, casi cuerpo a cuerpo comenzó la lucha. El campo era demasiado
estrecho para el combate, pero se hallaba empeñado y tenían que concluirlo.
El primer encuentro dura de nueve y media a diez de la
mañana, hora en que faltan las municiones a los patriotas, pues el batallón “Albión”
del Ejército Auxiliar Extranjero, que las conducía, no llegaban aún. En cuanto
trataban de retirarse los destacamentos del “Paya”, del “Trujillo” y del “Yaguachi”,
cuya tercera compañía había entrado a la batalla capitaneada por el Teniente
Abdón Calderón que acababa de recibir una herida en un brazo derecho, cargan
Mires y Morales por ambos flancos con el resto de los cuerpos primeramente
nombrados; ,mas, de nuevo escasean las municiones y se retiran los patriotas,
en tanto que el enemigo gana terreno, circunstancias en las que Calderón es
herido por segunda vez, en su brazo
izquierdo sin por ello dejar de combatir briosamente.
Sucre, al ver el avance español, corre jinete en su fogoso
bridón, hacia el flanco izquierdo, en donde se retira el Paya, le ordena un
ataque a la bayoneta que magníficamente dirigido por Mires, logra repeler al
enemigo en los instantes mismos en que llega el “Albión” con las municiones. Repártense de ellas rápidamente las
tropas y al terminar esta que pudiéramos llamar tercera etapa del combate, muéstrase
Calderón con una nueva rosa de sangre en la pierna izquierda y, a pesar de eso,
con todo el fervor de su alma grande entusiasma a sus valientes. Se arrecia
nuevamente el fragor del combate; por todas partes ruedan los muertos y se
arrastran los heridos. El mejor cuerpo español, el “Aragón”, a las órdenes de
López, oculto entre los chaparros de la montaña va a flanquear el ala izquierda
de los patriotas; lo ve Sucre y arroja todo el “Albión” sobre él. Mientras dura
este choque, el insigne colombiano ordena al General José María Córdova, Jefe
del “Alto Magdalena”, atacar decisivamente por el frente enemigo, reforzado por
la División de Santa Cruz. No pueden resistir más los de Aymerich y se
derrotan; unos con dirección a la ciudad, otros al Fuerte del Panecillo, la
caballería de Toldrá hacia Pasto. Y la victoria sonreirá a los héroes de la
Patria, cuando el sol meridiano quebraba sus rayos de fuego en la cúpula de nieve
del Pichincha, extendiendo sobre la cumbre gloriosa el iris de la paz.
Ochocientos cadáveres yacían en las pendientes austeras:
quinientos de parte de los realistas y trecientos de los patriotas. El niño Caderón,
casi al finalizar la batalla, fue herido por cuarta vez en el único miembro
sano que le quedaba, el muslo derecho. Fue uno de los grandes mártires de esta acción,
pues el 29 de Mayo murió para la vida de la carne, aunque sigue viviendo en el
pecho de cuantos merecimos la libertad a costa de su sangre guerrera, aunque
sigue viviendo en el templo imperecedero de la Fama y de la Gloria; la vida de
la inmortalidad.
He fatigado, señores, vuestra atención con mi pesado
discurso. Dispensádmelo. Os he relatado rápidamente, la historia de la Magna
Lucha, que tuvo por corona la épica jornada de Pichincha. Vosotros lo sabéis, y
no necesitabais que se os la rememore; pero ¿Qué podemos hacer los hijos en el
día de la Gran Madre, sino el recuento de sus glorias, la conmemoración de sus
triunfos, la historia de su pasado heroico?
Ahora bien, ya que nos es grato el recuerdo de las hazañas
de nuestra Patria, jurar debemos en sus aras sagradas, que levantaremos nuestro
amor hacia ella, en la medida en que la mano de Dios, tres veces santo irguió
las cimas de la Montaña excelsa, en donde libraremos no ya solamente las lides
de la espada y la metralla, sino las incruentas batallas del progreso y de la
idea. Hay tantas cumbres que reclaman victorias; escalémoslas, Compatriotas.
Luis Cordero Crespo
Mayo de 1925