DURANTE el coloniaje fue instalada en Ambato
la primera máquina impresora; esa máquina que, en cierta forma, hace
diariamente el milagro de multiplicar las ideas, para ofrecer a los hombres
todo cuanto significa saber.
Fue en el año de 1755, que sobre
el lomo de lentas mulas, salvando obstáculos, atravesando montañas, destrozando
malezas del trópico, había llegado, tras lento y cansino peregrinar, la
maravillosa máquina, cuyos secretos mecánicos eran bien conocidos por el jesuita
Bertoldo Schartz.
Efectivamente, fue Schartz el primer impresor que tuvo la Presidencia de
Quito, siendo difundido posteriormente su arte al quiteño Raimundo de Salazar, impresor
de las *Primicias de Quito”.
De Schartz se desconoce los datos biográficos; sin embargo se cree que tuvo
igual suerte que sus hermanos de la Compañía de Jesús; abandonar las tierras de
América y buscar en el Viejo Mundo, tal vez en Italia, un albergue, para ver
correr sus postreros días del ostracismo, rememorando los jardines floridos,
los umbríos huertos y la aldea en trance de ser Villa de Ambato, y en donde
quedaba como herencia y buen pronóstico la primera imprenta, de la que el
desterrado, en sus iniciales días, sacó las primeras fojas de papel, fragantes
a fresca tinta y llenas de pensamientos dedicados a amar y defender la
libertad.
BERTOLDO SCHARTZ es el
iniciador en propagar las letras; es el forjador del arma mortífera contra la
opresión y la ignorancia. Ambato le cuenta entre sus glorias, porque él encendió
la tea que irradió luz por medio del papel impreso.