María Rosa Crespo
...
Hace muchos años, cuando no existía la luz eléctrica, las
brujas de San Roque, durante las noches de luna llena iban por los aires
montadas en sus escobas hacia la ciudad de mil campanarios y sus calles
desiertas, solo en contadas ocasiones las veían uno que otro borrachito que se
había quedado dormido en la vereda y se despertaba asustado con el ruido de sus
voces, porque las brujas mientras volaban iban repitiendo: “¡De valle en valle!
¡De villa en villa! ¡Sin Dios y la Virgen María!” Atravesaban a 20 metros del
suelo el puente del Vado y se dirigían en bandada al barrio de San Sebastián,
para visitar a las Zaldúa, las hechiceras más importantes de Cuenca, con el
propósito de aprender nuevas recetas y filtros de amor. Las Zaldúa sabían de
todo: los padrenuestros y ave marías al revés, los secretos de la Cruz de
Caravaca el uso de la manteca de oso, de la sábila que amarrada con una cinta
roja en el umbral de la casa ahuyentaba la mala suerte. Cortaban la leche de
las vecinas chismosas provocaban hipos y estornudos, mataban a las gallinas y
cuyes de sus enemigas. Dicen que eran las más entendidas para curar el mal de
ojo y el espanto de guaguas, para esto pasaban sobre el cuerpo del enfermito:
la caja de fósforos, el clavo de acero , el huevo del día, sacudiendo , de
tanto en tanto , los atados de ruda, altamisa, romero, floripondio, completaban
con un soplo de trajo en la cara del ojeado. ¡Santo remedio!
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