- Dr. César Hermida Piedra
Ahí están, hieráticos, majestuosos, adustos, con la adustez y majestuosidad que dan los 120 (148) años de vida bien vivida. Están viejos; pero no ancianos, porque no se cumplió el preocupado temor que tenía quien los plantó en el corazón de la ciudad, con amor de padre: "Lástima será que el curso del tiempo les imprima aquel desagradable aspecto de ancianidad que suele deslucir tan admirables plantas", decía el ilustrado Viejo Luis Cordero, que las trajo desde Chile, cuando su viaje en 1875.
Así escribía, en 1911, contándonos de la siembra que hizo alrededor de la pila central, de ocho plantitas, para adorno de ella, sólo que ahora más bien hacen guardia a un monumento pues la pileta desapareció hace algunos años; aquella pileta con cuyo adorno también se recrearon nuestros ojos de niños, y en cuyas linfas se saciaron muchas veces las sedes de nuestra edad escolar.
No, Ilustre y Benemérito Señor, ya no hay la pileta española en vuestro parque; y no hay verjas de hierro que protejan sus jardines. Han pasado tantos años!!! Las nuevas generaciones tienen nuevo sentido estético. ¿Mejor? ¿Peor? Pero del parque que vos adornásteis, y que engolosinaron nuestros años mozos, quedó sólo para el recuerdo...
Me he permitido esta invocación, porque apenas miro los pinos del Parque, en mi imagen surge la figura del Gran Viejo Luis Cordero, de quien no se ha dicho todavía toda su valía de polígrafo y especialmente de naturalista.
Fue en agosto de 1875 cuando Luis Cordero salió para Chile. Coincidencias del destino, según detalles que nos contara uno de sus descendientes: el 6 de agosto día de la muerte de García Moreno, salía precisamente de Guayaquil, rumbo a su cometido oficial. No es ésta la oportunidad de hablar de su actuación en el país amigo, pero cuando regresa, trae con mucho cuidado en macetas, las primeras plantitas de "Araucaria excelsa" nombre científico de los llamados "pinos de escudilla", que sirven tanto por su madera, como por ser plantas de adorno, por sus elegantes formas. Viene desde Valparaíso, a bordo de un barco que hace más de una semana de navegación. En Lima hace escala y algunas semillas que también trajo, parece que comenzaron a germinar y hubo que transplantarlas y traerlas en plantitas desde Lima. El mismo lo cuenta, con toda ingenuidad.
Las " Araucaria Excelsa" (que nombre tan bien puesto) llegan a Guayaquil por fin. Ahora hay que transmontar la cordillera a lomo de mula, y las preciadas "muestras" tienen que venir bien atendidas, ¡Cuidado se marchiten! Vienen sobre la carga seguramente o quien sabe si el dueño las trae en sus propias manos a las mejor desarrolladas. (o diríamos a las menores) Atraviesan el Cajas en medio de las ventiscas de la cordillera, recordando los fríos invernales de su Chile lejano. Y, por fin, llegan a Cuenca, probablemente a fines de octubre o comienzos de noviembre; pues es tradición familiar, que, preparado el buen terreno alrededor de la "pila", en el parque, el Gran Viejo lo sembró un 3 de Noviembre de 1875. Son ocho inmigrantes que vienen a formar una corona en el centro del vetusto parque. Ahí tienen la humedad del pilancón cercano y el cariño de sus vecinas vegetales.
Me imagino cómo se regodearía de placer el que las sembró, y en su mente se esbozarían ya, algo informes, los pensamientos que escribió treinta años después: "Es un árbol verdaderamente hermoso por lo elevado de su talla, lo fino de su follaje y la admirable simetría de sus ramas expandidas horizontalmente en amplios y bien dispuestos verticilos, de singular elegancia."
"¡Araucaria Excelsa!" Pobres inmigrantes recién trasplantadas. De excelsas no tenían nada todavía. Pero crecieron sin contratiempo; no las marchitó el cambo de clima, ni de ambiente; se nacionalizaron cuencanas desde su nueva siembra, y a la sombra de Cuenca, su madre adoptiva, crecieron lozanas, elegantes, al par de las nuevas generaciones, para llegar a ser después esos grandes árboles majestuosos que hoy contemplamos; y que dieron sombra a su vez, a generaciones de chiquillos y de jilgueros que en sus ramas aprendieron a cantar la sinfonía de la vida.
Id una de estas tardes, cuando el sol ha declinado en el acaso, o si queréis gozar mejor, a pleno pulmón de la frescura matinal; anticipaos a oírles al clarear el día: una orquesta miliunanochesca, propia de una sueño de hadas, os deleitará, con una música de trinos gorjeos de pajarillos, que vuelan en cada rama de nuestros solemnes pinos verdaderos altoparlantes orientados hacia los cuatro puntos cardinales de nuestra ciudad querida.
Ahí están nuestros pinos. Son ochos hermanos que se abrazan discretamente con el extremo de sus ramajes en círculo. Ellos han visto más de cien años de la Historia de Cuenca; saben de los días tristes y de los días de gloria de su ciudad, esperan todos los años, los meses de diciembre y abril; porque saben que en esas épocas y alguna que otra, esporádica, sus ramajes, lucirán orgullosas las bombillas eléctricas, que en el mundo verde de sus vidas, significará como estrellas en la noche.
Han pasado 120 años de este continuo despertar cada mañana con su ciudad. Los vientos, las escarchas, las tempestades invernales, las han respetado. Son los venerables viejos que han presidido desde antaño, el cantar de la morlaquía, las fiestas de nuestros "Centenarios" y todo el quehacer de nuestro vecindario morlaco.
Junto con ellos vinieron otros inmigrantes traídos por las mismas manos del Benemérito Viejo: la humilde Yedra, el quejumbroso "Sauce llorón", el útil "Boldo", la elegante "Bola de nieve" y otros géneros y especies más, pero estas, no tuvieron historia de renombre, quedaron como las "pobres cenicientas" que decía Manuel Muñoz Cueva. Los pinos del parque, son especies de abolengo tienen una historia de prosapia; y ellos mismos han formado parte de un aparte de la historia de Cuenca, desde hace cien y más años.
Es justo que los celebremos. Es justo que en el día de Cuenca recordemos que en el centro del parque hay ocho viejos hermanos nuestros y hermanos de nuestros abuelos, que esperan " el veredicto" que no puede ser otro que un elevado reconocimiento, a su grata compañia de tantos años y a la acuciosa preocupación de quien los trajo desde los bosques de Chile, para que acompañaran, como hermanos de probada longevidad, a las varias generaciones que gozarían de su sombra centenaria.