Fr. Vicente Solano nació en esta
provincia, por los años de 1771 á 72. Fue hijo legítimo de D. Tomás Solano y
D.ª María Vargas Machuca, ambos de origen español. Después de aprender de su
padre las primeras lecciones de Gramática, entró, á la edad de nueve años, en
el noviciado que entonces había en el convento de San Francisco de esta ciudad,
donde estudió Gramática y Filosofía bajo la dirección de los PP Calis y Segura. Tuvo por maestro de
novicios al R. P. Fr. Mariano Váscones, y por condiscípulos, entre otros, á los
célebres PP. Pazmiños, hijos de este lugar, uno de los cuales, Fr. Manuel, hizo
en Lima una lúcida oposición á la cátedra de Filosofía del Convento máximo de aquella ciudad, del cual vino al de
ésta, en donde murió á tiempo que dictaba un excelente curso de Lógica en el
Colegio Seminario.
La
aplicación del P. Solano era tal, que no dejaba el libro de la mano, ni á las
horas de comer; nunca se le veía en el claustro, ni fuera de él, porque todo el
día lo pasaba en la Biblioteca del convento. Profesó en esta ciudad, después de
concluido su curso de Filosofía, pasó, en 1809, á la Recoleta de San Diego de
Quito, donde estudió Teología bajo
la dirección de los RR. PP. Herrera y Sanz; y, concluído este estudio, se opuso
á la cátedra de Filosofía, cuya enseñanza tuvo á su cargo, durante tres años,
en el mismo convento de San Diego.
La vida que llevó en Quito fué
semejante en todo á la que llevó en Cuenca. El
estudio, la oración, el cumplimiento de sus deberes religiosos, eran su
única ocupación, y no tenía más entretenimiento que pasear, de cuando en
cuando, por los alrededores de Quito,
dando muestras, desde entonces, de un espíritu sagaz y observador. Enemigo de la superficialidad, nada estudió por compendios, sino por
obras que arrojasen suficiente luz sobre las materias que se proponía conocer á
fondo.
Concluido el curso de Filosofía,
le ordenó de Presbítero en 1814 ó 15
el Ilmo.
Sr.
D.r. D. José Cuero y Caicedo, y poco después regresó á su ciudad natal,
sin poder satisfacer el vehemente deseo que tenia de ir á emplearse, cual otro
religioso de su mismo nombre é instituto, san Francisco Solano, en la
conversión de los infieles. El P. Solano no pidió con instancia, tanto á la
autoridad eclesiástica como á la civil, que le expidieran el título de misionero,
porque el instituto que había abrazado y su misma vocación lo llamaban á
desempeñar el sublime ministerio del apostolado; pero los acontecimientos
políticos de aquella época le impidieron llevar la luz del Evangelio á las
remotas regiones del Oriente, donde hubiera prestado inmensos servicios á la
religión, la patria y la ciencia.
No pudiendo ser misionero en Oriente, vino á serlo en Cuenca. Aquí
pasó la mayor parte de su vida predicando con el celo y la unción de un
Apóstol, y escribiendo con el nervio y la erudición de un distinguido
apologista de la Religión. Sólo de
tiempo en tiempo se retiraba á la hacienda La Papaya, situada en la provincia
de Loja, provincia muy querida por
el P.Solano, porque era el teatro de
sus correrías científicas. Visitó también, á poco de haber llegado de Quito, la
histórica Cajamarca, de donde era
cura un hermano suyo, el Dr. Miguel Solano.
Pobre, obediente, y casto;
desinteresado, caritativo y abnegado, el P. Solano fue el verdadero discípulo
del Serafín de Asís. Enemigo de los honores, de los empleos y de las
dignidades, no aceptó, sinó por poco tiempo en 1826, el cargo de Guardian del convento de esta ciudad.
Posteriormente fue nombrado varias veces Provincial
de su Orden, y últimamente Obispo auxiliar del Ilmo. Sr. Plaza; pero nunca se
resolvió á admitir esos destinos, porque, si él tenía ambición, no era de
honores ni de mando, sinó de ser útil á la religión y á la patria,
consagrándose al estudio de las ciencias sagradas y profanas.
En 1858 decía en el n.º 34 de
La Escoba, correspondiente al 3 de Febrero, hablando de su obispado: _ <”Cuando la Asamblea de Guayaquil se dignó honrarme con el
nombramiento de Obispo auxiliar del Ilmo. Sr. Plaza, renuncié, como era debido.
Dicho señor Obispo me instó para que no diera este paso, ofreciéndome la mitad
de su renta, á fin de que le ayudara en su ministerio pastoral. Muchos amigos
míos fueron del mismo parecer, haciéndome ofertas muy lisonjeras. Nada pudo
resolverme á la admisión de un cargo que he mirado siempre con terror. Así es
que renunciaría mil veces, si otras tantas se me propusiera.
¿Por qué? Me dirán algunos. Si yo
les digo que me juzgo indigno de tan alto ministerio, tal vez replicarán que
eso es llevar la humildad hasta la Coquetería,
como decía Fontenelle, hablando de las demostraciones que hizo Fenelón cuando
fue censurada su obra de las Máximas de los Santos. Por tanto,
dejo esta causal, que para mí es muy poderosa, porque para conocerme no
necesito ser humilde: bástame ser racional.
No
sería fácil dejar mi método de vida, para entregarme al laberinto de negocios
de un obispado, y me sucedería lo que al sabia Huet que, habiendo sido
hecho Obispo contra su gusto, se encerraba en su biblioteca y ponía un familiar en la puerta. A éste le preguntaban
los que querían ver al Obispo: _ ¿Podemos ver á su ilustrísima?_ >Está estudiando respondía el
portero.> Esta fórmula se usaba casi todos los días, hasta que uno,
lleno de incomodidad, le contestó: <Nosotros queremos un Obispo que haya estudiado, y no que
ahora venga á estar estudiando.>
El amor a las ciencias es
incompatible con los negocios, tanto temporales como espirituales, cuando son
impuestos por obligación: yo podría citar muchos ejemplos tomados de la
historia, á más de lo que sucedía al sabio obispo Avranches. En los tiempos calamitosos, se aumenta mucho más la
aversión á las dignidades y empleos, en los hombres dedicados á la cultura de
las ciencias”.>
La intriga, la doblez, la falsía,
eran incompatibles con el carácter grave y austero del sabio franciscano, enemigo
de la lisonja, de la adulación y de la mentira; vicios propios de esos seres
miserables que no conocen el valor de la dignidad humana, ni la importancia de
la santa libertad cristiana.
Accesible á toda clase de
personas, el rico y el pobre, el sabio y el ignorante, el noble y el plebeyo,
hallaban en él cuanto buscaban: luz para su inteligencia, paz para su corazón,
tranquilidad para su conciencia. La conversación del P. Solano era variada,
amena é instructiva, como sus escritos. Sencillo y natural, nunca hacia alarde
de su saber; el hombre instruido, lo mismo que el rústico campesino, podían
acercársele con la seguridad de no verse humillados por el orgullo y vanidad
que suelen tener los sabios, cuando su ciencia no está apoyada en el santo temor de Dios.
Causa admiración que un religioso
franciscano, que había pasado casi toda su vida en un país donde, hasta 1818,
no se enseñaba más que latín y algo de Teología moral, y donde, por lo mismo,
era muy difícil instruirse, se hubiese proporcionado obras que le suministrasen
profundos y variados conocimientos en los más importantes ramos del saber;
conocimientos que ninguno, á lo menos
que nosotros sepamos, ha tenido en el Ecuador.
Mientras defensores de la Religión,
_decía en la contestación que dio a la Censura que el Sr. Araujo hizo
del Opúsculo sobre predestinación,_ no reunan la bella literatura y las ciencias
naturales á la Teología, es tiempo perdido el que se emplee en escribir
fárragos para persuadir á los incrédulos> Y cabalmente esto fué lo que
el P.Solano ejecutó al pie de la
letra. Él conocía la lengua y literatura latinas, lo mismo que la lengua y
literatura castellanas, como conocía también la francesa é italiana; escribía
en el idioma de Cicerón con la misma precisión y propiedad que en el de
Cervantes; había hecho un estudio detenido y concienzudo de la historia
natural; el derecho público, en sus diversos ramos, no le era desconocido; y en
cuanto á las ciencias eclesiásticas, sus conocimientos eran tan profundos, que
bien podríamos llamarle el teólogo del Ecuador.
No
es de extrañar que, con estudios tan varios, con talento claro y penetrante,
temperamento fogoso, imaginación viva y ardiente, el P. solano fuese un rival
temible en las luchas literarias. Infatigable para la polémica, pronto en la réplica,
fecundo en la argumentación, invencible por su lógica severa, conciso y claro
en su estilo, satírico y picante á veces, el autor en quien nos ocupamos, era
considerado, generalmente, como un formidable atleta en el palenque literario.
Midió sus fuerzas con los primeros escritores de su patria y con escritores
extranjeros tan afamados como D. Antonio
José Irisarri; y nunca fué vencido por ellos.
Todos los que conocieron el distinguido mérito
del P. Solano le tributaron el honor que los pueblos cultos y los hombres
ilustrados ofrecen siempre á la virtud y al saber. Monseñor Cayetano, conde
Baluffi, primer Delegado Apostólico en Nueva-Granada, y posteriormente
Cardenal, sostuvo una larga correspondencia con el P. Solano, cuyo talento
reconocía y admiraba (1).
El sr. Luna Pizarro, arzobispo de Lima,
tan célebre en la historia política y eclesiástica de la república del Perú, le invitó para que no se trasladara á aquella ciudad, á fin
de ocuparle en la defensa de la religión y en la predicación, ofreciéndole una
cuantiosa renta; pero el humilde franciscano
prefirió la obscuridad de su celda al brillo y esplendor de una Corte como Lima. Otro eclesiástico, aun más
distinguido, el Dr. Doctor José Ignacio
Moreno, sabio autor de las Cartas
Peruanas, Arcediano de la misma Catedral, tuvo una alta idea del P. Solano,
á quien reputaba una de las glorias del sacerdocio americano.
Pero no sólo los teólogos y
canonistas reconocían el saber de nuestro teólogo y canonista: también los
literatos tributaban homenaje al claro mérito de nuestro literato. Los Sres.
Juan María Gutiérrez y Rufino Cuervo, argentino el primero y colombiano el
segundo, muy conocidos ambos en la república literaria, fueron por algún tiempo
corresponsales del P. Solano, y en
su correspondencia, que sentimos no poder reproducir, se encuentran rasgos que
honran sobre manera al literato del Azuay. El Dr. Dr. José María Torres Caicedo,
antiguo redactor de El Correo de Ultramar, escritor muy popular, tanto
en Europa como en América, llamó al P. Solano “hombre eminente por su talento, ilustración y virtudes” Igual
elogio le han hecho en Chile, donde
han reproducido algunos de sus escritos; y el poeta ecuatoriano, Sr. D. Juan León Mera, le dedicó una de sus
más hermosas poesías.
(1).- Hé aquí, entre
otras, dos cartas de aquel sabio Prelado:
__ <R.P.Fray Vicente Solano.- Imola, 20 de Enero de 1847. _Muy estimado Padre
y de mi mayor aprecio: Su carta de 8 de Junio del año pasado de 1846., llegó á
mis manos cerca de la Pascua de Navidad, es decir, cuando después de haber sido
destinado por el Padre Santo para Obispo de Imola, como su inmediato sucesor en
esta Silla, me llegaba de Roma el aviso de que me había nombrado Cardenal de la
Santa Iglesia. Si V. supiese las atenciones que tienen los Cardenales en la
época de su promoción, estoy cierto que no extrañaría que no le haya contestado
hasta ahora: mas, ahora que tengo promoción para cumplir con ese deber, no dejo
de hacerlo, dándole las más expresivas gracias por la obra intitulada Máximas, Sentencias, etc., que V. se
sirvió dedicarme. La leí con inmenso placer, quedando muy satisfecho de los
bellos pensamientos de que está llena, y del magnífico estilo, propio de todas
sus producciones, que en la literatura española tendrán siempre muy distinguido
lugar. Me complazco también de que sus trabajos sean siempre dirigidos al
sostén de los buenos principios y al servicio de Dios y de su Santa Iglesia.
Mucho desearía otro ejemplar de las Máximas,
etc., y por eso le suplico que lo remita al Ilmo. Sr. Garaicoa obispo de Guayaquil, presentándole mis respetos,
y rogándole, en mi nombre, que aproveche de algún buque que de aquel puerto
salga para Génova, de donde por el correo pueda enviármelo acá, á Imola._ Las
noticias que usted me ha comunicado con respecto á ese país, las he agradecido
mucho, y mis opiniones sobre los puntos que toca están muy acordes con las de
usted. – Le apreciaré mucho que V. se sirva saludar de mi parte al Ilustrísimo Carrión cuando le escriba.
Yo aprecio mucho á ese hombre, por su firmeza de carácter y por las demás
prendas que lo recomiendan. _Si una ú otra vez tuviese la bondad de darme
noticias del Ecuador y demás Repúblicas de América, se lo estimaré. _Quedo de V. muy afecto amigo y S. S._
Cayetano , Cardenal Baluffi, Arzobispo de Imola>
<<Muy R. P. Fray Vicente Solano._ Imola, Enero22 de
1848. – Querido amigo: Recibí su carta muy apreciable de 8 de Septiembre del
año pasado con el cuaderno de Máximas
y el otro sobre Jesuitas, como también la carta que le escribió al señor Presidente
Roca; me complazco por los buenos
sentimientos de éste, pues podemos esperar que cumpla con sus deberes con
respecto á la Religión, y su influjo puede ciertamente producir un bien
duradero en esa República, sin embargo de
que hay mucho que temer por los esfuerzos que el infierno hace en todas partes.
Muy bien se condujo usted escribiendo algo en defensa de los Jesuitas, ó más
bien, parece que Dios nuestro Señor le inspiró eso para que los americanos
tengan un preservativo contra los libros que en Francia é Italia los combaten.
_ La guerra que se les ha declarado, especialmente en Italia, es quizás más
atroz que la que tuvieron que sostener en el siglo pasado. Un sacerdote de ingenio
superior y perteneciente al Claro piamontés, aunque se halla ahora en París, Vicente Gioberti, escribió seis volúmenes, en donde, aunque repita
lo que se ha dicho y confutado mil veces, por el atractivo de su estilo, y
especialmente por un carácter de novedad que se halla en aquella obra, cuyo título
es El
Jesuita moderno, y, sobre todo, porque halaga las pasiones del día, es
leída de todos, y es causa de una espantosa é injustísima persecución contra
aquella Orden, que tanto mereció por sus constantes servicios á la Iglesia._
Agradezco en mi corazón los parabienes por mi ascenso á la púrpura, y los
agradezco mucho más por venir de una persona como V. á quién aprecio y estimo
infinito._ Le estimaré que V., de cuando
en cuando, se sirva imponerme del curso que tomen los negocios religiosos y políticos
de ésa y de las demás Repúblicas de América, pues la memoria de los países de
mi antigua Legación apostólica está grabada en mi alma, y el interés que tengo
por ellos es inmenso._ Mande V. como guste á su apreciador y verdadero amigo._ Cayetano, Cardenal Baluffi. >>_