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sábado, 27 de febrero de 2016

Gabriel Gacía Moreno; República del Ecuador. s XIX


A la patria
(Soneto)


    Patria adorada, que el fatal destino
en fácil presa a la ambición condena;
donde en eterno, oscuro torbellino,
el huracán del mal se desenfrena:


    ¡ay! ¿para ti no guarda el Ser Divino

alguna aurora sin dolor serena,
alguna flor que adorne tu camino,
alguna estrella de esperanza llena?


   Si dicha y paz propicio te reserva,
que su potente mano te liberte

del férreo yugo de ambición proterva;


   o si no, que los rayos de la muerte
mi pecho hieran, antes que, vil sierva,
pueda infeliz encadenada verte.

María Ramona Cordero y León.-

El Romance de mi Muerte


Siglos hace que la tierra
ha mullido su regazo
para acunarle a mi cuerpo 
en el eterno descanso.

Por umbroso, por tranquilo,
por humilde y proletario, 
escogí yo misma un día
el trozo de Camposanto
en que he de dormir el sueño
del que nunca despertamos.

No en un hueco reducido
de ruin casillero humano
ni en ridículo y soberbio
munumento funerario;
sino junto, muy juntito
de los que son mis hermanos:
para saber lo que piensan 
con su pensamiento vacuo...
   Para escuchar lo que dicen
   en su idioma tan callado...
     Para sentir cómo late 
    su corazón de gusanos...
 Para dormir con los míos:
todos los infortunados . . .

Sobre el regazo materno
tendido mi frágil barro,
la eterna y humana Madre
que me cubra con su manto.
Y que ese manto le borden
con las raíces de un árbol:
fraterno guardián celoso
de mi postrero descanso.

Pero no un árbol maldito,
sin flores, frutos ni cantos; 
sino el árbol de mi Cuenca,
mi Capulí tan morlaco
millonario de armonías
que alegren el Caposanto:
los trinos de los pilluelos
y la risa de los pájaros . . .

Cuando se vengan los niños 
a jugar bajo mi árbol,
les dé la miel de sus frutos
para endulzarles los labios,
y, para endulzar su vida,
la rica miel de sus cantos.

Para que apague las sedes
de mis descarnados labios;
para que llene de lágrimas
mis tristes ojos vaciados;
y, calándome esta frágil
vestidura de mi barro, 
lave del polvo mis huesos
y los deje inmaculados:
que llueva sobre mi Tierra
copiosa lluvia de mi Arbol
-lágrimas de la alborada,
gotas del nocturno llanto
que los ojos de las nubes
sobre sus frondas lloraron-.

Hace siglos que la Madre
ha tendido su regazo: 
por recibirle a mi cuerpo
y anonadarle en sus brazos.




(MARICORYLÉ)